´España sin talento´, Juan-José López Burniol

Cuando, tras la derrota de 1898, los representantes españoles negociaban en París el tratado de paz con Estados Unidos, España estaba sola. En 1898 no formaba parte de ninguna de las grandes alianzas que definían el equilibrio europeo. España no significaba nada, no tenía fuerza alguna. Su irrelevancia internacional era el resultado de los siglos de agotamiento y decadencia que siguieron a la derrota de Rocroi - en 1640-,punto final de la presencia activa de España en el tablero europeo. Cánovas había dicho poco antes, con amargo cinismo, "son españoles los que no pueden ser otra cosa". Y, durante casi todo el siglo XX, esta situación apenas cambió: una guerra civil atroz y dos dictaduras - una de ellas interminable-poco hicieron para aumentar el peso internacional de España. No es extraño, por tanto, que Fernando Morán - primer ministro de Asuntos Exteriores socialista, tras la victoria del PSOE en 1982-reconociese en su libro Una política exterior para España concluía-"sin un conocimiento claro de lo que puede y de lo que no puede hacer". Diez años después, el mismo Morán - intelectual distinguido, diplomático cabal y persona decente-resumía su paso por el ministerio de 1982 a 1985 - en su libro España en su sitio-con estas palabras: "El resultado me parecía innegable. España estaba en su sitio. Una labor que me colmó".

En realidad y sin desmerecer la tarea de Morán, España había comenzado a buscar su sitio antes de su llegada al ministerio. Este sitio era Europa, y Europa se encarnaba en dos clubs: la Unión Europea y la OTAN. Adolfo Suárez y su primer ministro de Exteriores - Marcelino Oreja-tenían clara la ligazón entre democracia e integración en Europa. Por esta razón, Europa se convirtió - dejando al margen algún ramalazo tercermundista del presidente-en el objetivo prioritario de la política exterior española. Tanto, que se creó un Ministerio de Asuntos Europeos. Desde este departamento, pronto percibió su titular - Leopoldo Calvo Sotelo-las dificultades que oponía Francia, por razones económicas, al ingreso de España en la Unión Europea. Debe siempre recordarse, en este punto, la posición cerrada y obtusa del presidente Giscard, que contribuyó a fijar su posición en la historia como la de un político mediocre, incapaz de percibir el sentido profundo de los acontecimientos. No obstante, España se adhirió a la OTAN en 1982, durante la breve presidencia de Calvo Sotelo. El ingreso en la Unión Europea llegó cuatro años más tarde gracias en buena medida a la ayuda de Alemania, tras haberse ganado el presidente González la voluntad del canciller Kohl, que fue quien, de hecho, doblegó la oposición francesa, al amenazar - en junio de 1983-con vetar el aumento del presupuesto comunitario para financiar la agricultura mediterránea, tal como pedía Francia, si no se aceleraba el ingreso de España y Portugal. El referéndum español sobre la permanencia en la OTAN, posterior al ingreso en la UE, fue el cierre de esta etapa. España estaba en su sitio.

A partir de ahí, tanto el presidente González como el presidente Aznar modularon la política española de acuerdo con los programas de sus respectivos partidos y, sobre todo, de acuerdo con sus distintas personalidades. El presidente González logró dotar a la política exterior española de una fuerza quizá superior a la que correspondía al peso real del país. En esta línea, en el Consejo de Edimburgo de 1993, consiguió para España una altísima participación en los fondos de cohesión europeos para el periodo1993-1999, gracias a la decisiva ayuda, otra vez, del canciller Kohl, agradecido por el apoyo de España a la unificación alemana: Felipe González fue el único dirigente europeo que la apoyó expresamente desde el inicio.

Por su parte, el presidente Aznar - que había tenido el detalle miserable de llamar pedigüeño a González en el trance de Edimburgo-sostuvo una política exterior continuista en lo esencial - acceso a la unión económica y monetaria, mantenimiento de los fondos de cohesión y logro de un espacio judicial único-,pero innovadora en su orientación - tendió a aproximarse al Reino Unido de Tony Blair, así como a lograr un trato preferente con Estados Unidos-.Su presencia en las Azores y su respaldo a la guerra de Iraq, frutos excesivos de esta actitud, marcaron el principio del fin de la política exterior realista y prudente mantenida por España durante veinticinco años.

La insoportable levedad del presidente Rodríguez Zapatero acentuó la penosa deriva de la política exterior española, y hoy, con el decorado de fondo de una Alianza de Civilizaciones desvanecida, no tenemos arrestos para mantener dignamente nuestra posición ante el rey de Marruecos o el presidente venezolano. Otra vez España no tiene sitio.

16-X-10, Juan-José López Burniol, lavanguardia