profunda lucha transcultural contra la discriminación femenina

Poco después de que José Luis Rodríguez Zapatero eliminase el Ministerio de Igualdad, mujeres españolas y asiáticas se reunían en Barcelona para discutir precisamente sobre igualdad de sexos y desarrollo en el contexto global. Más de 30 activistas por los derechos de la mujer pusieron en común sus logros y obstáculos dentro del programa Diálogo Oriente-Occidente que Casa Asia organizó entre el 25 y el 27 de octubre. El mensaje que lanzaron fue claro: las desigualdades por sexo persisten en todos los países del mundo, ricos o pobres, orientales u occidentales, pero con diferentes magnitudes. España no es una excepción, pero su magnitud dista mucho de las situaciones expuestas por algunas ponentes. Tres de ellas explican a La Vanguardia los retos a los que se enfrenta una mujer en sus países y qué estrategias siguen para combatir la desigualdad y la violencia machista en las naciones en vías de desarrollo. Erradicar la pobreza, más educación, cambio de leyes y políticas o usar la religión para proteger a la mujer son algunos de los métodos que utilizan con más o menos éxito en Camboya, Indonesia y Afganistán.

Ing Kantha Phavy, Ministra de Asuntos de la Mujer de Camboya.

Los hombres son oro, las mujeres ropa blanca. El dicho camboyano encierra todo el ideario del país sobre los roles del hombre y la mujer. El hombre es valioso y fuerte, la mujer es bella y vulnerable. Si la ropa blanca se ensucia, por mucho que se lave, nunca volverá a ser tan pura como antes. Mejor que se resguarde en el hogar. De ahí que el lema del Ministerio de Asuntos de la Mujer, que dirige Ing Kantha Phavy, dé una vuelta de tuerca a esta frase popular. "Los hombres son oro, las mujeres piedras preciosas, es decir, las mujeres también son valiosas, oro y piedras preciosas suman, queremos inculcar la idea de que mujeres y hombres pueden vivir en una sociedad igualitaria", dice Kantha Phavy.



Su ministerio ha puesto en marcha una estrategia a cinco años vista para incluir la perspectiva de género en todos los estamentos gubernamentales. El principal objetivo de su gobierno es reducir la pobreza femenina, ya que las mujeres camboyanas tienen cuatro veces menos recursos que los hombres. "Para luchar contra la pobreza femenina debemos atacar diversos frentes, primero facilitar el acceso a la educación para que las mujeres tengan más posibilidades de prosperar", cuenta. La construcción de escuelas y el trabajo de mediadores para convencer a las familias de que sus hijas estudien está, pues, entre las prioridades del país.

Pero de poco sirve la formación si las mujeres enferman y no pueden trabajar, valerse por sí mismas, señala. Los usos tradicionales de Camboya dejan a la mujer sin apenas cobertura sanitaria. KhantaPhavy cuenta que, si una familia enferma, el primer miembro que es atendido es el varón. "Es el que sustenta la familia y por eso tiene prioridad", dice la ministra. Los segundos de la lista son los hijos, y por último, si los recursos dan de sí, le toca el turno a la mujer.

Esta costumbre duele especialmente a Ing Kantha Phavy, médico de profesión formada en Francia. ¿Y cómo combatir tradiciones enraizadas? "Ojalá fuera tan fácil como hacer políticas", admite. Una cosa es aprobar leyes; otra, cambiar mentalidades y roles adquiridos durante siglos. Y en el caso de este país asiático la religión queda al margen de las discriminaciones: "Somos budistas, y el budismo propugna la igualdad de hombre y mujer, la discriminación es algo cultural". Su esperanza es que el país entienda que no progresará si margina al 53% de la población.

En cuanto a las normas, Camboya ha vivido algunos progresos. Una de las leyes de la que Ing Kantha Phavy está más orgullosa es la que lucha contra la "violencia doméstica", que no de género, precisa. Es una ley civil que protege "tanto a hombres como a mujeres", aunque reconoce que la violencia doméstica en su país tiene básicamente una única dirección. El hombre suele ser en la mayoría de los casos el agresor - un 23% de las mujeres del país sufre malos tratos por parte de su pareja-."Es una ley preventiva, si el grado de maltrato no es elevado, amonestamos al agresor y tratamos de educarlo, si reincide entra en marcha una ley penal".

Kamala Chandrakirana, ex secretaria general Comisión Nacional de Violencia contra las Mujeres de Indonesia.

Doce años de democracia en Indonesia han dejado un paisaje de claroscuros en cuanto a la situación de la mujer. Los tiene perfectamente identificados Kamala Chandrakirana, ex secretaria general de la Comisión Nacional de Violencia contra las Mujeres en el archipiélago y una de las activistas más influyentes según la revista Foreign Policy.Lista de éxitos: leyes que persiguen y castigan la violencia de género y el tráfico de seres humanos - niños y mujeres son las principales víctimas-;una comisión que vela por los derechos de la mujer; acciones para registrar la situación de la comunidad femenina de las regiones más olvidadas... Grandes directrices políticas, en definitiva, que mejoran la protección legal de la mujer. La lista de adversidades es más corta pero preocupante: los políticos locales juegan con la identidad y la religión para ganar votos, y esto pone en peligro la situación de la mujer, explica Chandrakirana.



Los líderes locales no basan su programa político en ideas o estrategias para mejorar la sociedad del país, "se basan en la identidad". Indonesia es el país con más musulmanes del planeta - el 80% de sus cerca de 230 millones de habitantes-, pese a no ser un estado islámico. "Los políticos dicen a los ciudadanos: votadme porque soy como vosotros, soy musulmán porque me comporto de una determinada manera, porque mi mujer se comporta de una determinada manera y se viste siguiendo unas particulares nomas", señala la activista. Y el símbolo más visible de como debe ser una musulmana es el velo, "una mujer que se cubre".

Chandrakirana teme que la población dé un giro hacia costumbres conservadoras por este motivo. Pese a ello, niega rotundamente que el origen de la discriminación de la mujer esté en la religión. El problema, según ella, está en la utilización de la religión, de determinadas interpretaciones de ésta, como un arma política y de sumisión. "El conflicto - explica-no viene de la religión, porque las comunidades religiosas son muy dinámicas y diversas. En Indonesia la mujer juega un papel económico importante porque tiene que trabajar en la agricultura, no tenemos el problema de otros países musulmanes, donde la mujer está recluida en casa".

El riesgo de que lleguen nuevas imposiciones para las mujeres es, sin embargo, real. "Por eso uno de nuestros principales objetivos es convencer a la población de que Indonesia debe ser una nación plural, donde las identidades no tengan tanta importancia, o al menos que no determinen en tal extremo la vida pública y privada", dice la activista por los derechos humanos. Y ahí está de nuevo la dificultad. Como en Camboya, reconoce que aprobar leyes resulta más fácil que cambiar el marco cultural. "Llevamos doce años de reformas legales, ponerlas en marcha y recoger sus frutos llevará dos décadas más", admite.

Para Chandrakirana el cambio de mentalidad es una condición indispensable para la auténtica igualdad y el desarrollo femenino - desarrollo social en definitiva-."Podemos fomentar el acceso a la educación, pero ¿y cuando las mujeres acaben su formación y busquen un trabajo, alguien las contratará?", se pregunta. Los hombres siguen ostentando el poder económico en Indonesia y todavía observa reticencias para que la mujer se incorpore al trabajo en igualdad de condiciones. Aun así, está segura de que la situación de la mujer en su país mejorará: "No somos víctimas, somos personas activas capaces de dar la vuelta a la situación, lo conseguiremos".

Palwasha Hassan, activista afgana.

Todo el planeta parece conocer al dedillo la situación de la mujer en Afganistán. Personas sin apenas libertad cubiertas con un burka, recluidas en casa. Aunque también existe otro perfil bastante extendido, el de heroína que lucha contra la opresión de los hombres y religiosos más radicales y que rechaza la sumisión con todas las consecuencias. "No somos ni una cosa ni la otra, la situación de la mujer en Afganistán es muy diversa, depende de la región, de si está en una zona rural o una ciudad... hay muchas variables", cuenta Palwasha Hassan. Ella fue una de las fundadoras del Afghan Women´s Network, una red que trata de poner en contacto a las mujeres de una misma comunidad y activar proyectos que solucionen los problemas a los que se enfrentan en su día a día.



Después del régimen talibán, de lo que Hassan califica como el peor periodo de la historia para la mujer afgana, se han llevado a cabo pequeñas mejoras. "Hemos aprobado algunas políticas para mejorar la situación de la mujer, pero la actitud general hacia el sexo femenino todavía no ha variado demasiado", advierte. "Este es el gran reto, dar un giro a la actitud de la población, que entienda que sin la mujer el país no se desarrollará, pero para ello hace falta tiempo y dinero", añade.

Entre las leves mejoras está el mayor acceso a la educación de las niñas: "Ahora la sociedad se atreve a reclamar escuelas para chicas, cosa que antes era impensable". Como Kamala Chandrakirana, Hassan rechaza que la religión sea el origen de los males femeninos en su país. "Es muy simple pensar que sólo la pobreza o la religión están detrás de la discriminación de la mujer, tiene más que ver con las tradiciones culturales y el acceso a la información", insiste. Hassan es partidaria de utilizar la religión como un arma protectora de la comunidad femenina afgana. Durante años, a la mujer se le ha negado el acceso a la formación, no conoce los textos sagrados en los que muchas basan su vida. "Algunos hombres - apunta-los han interpretado por ellas y les han dicho qué papel les asignan, por el contrario, si las mujeres conociesen estos libros se darían cuenta que la religión las apoya, descubrirán que su papel no se limita a lo que les diga el hombre".

Muchas mujeres no conocen sus derechos en el país, ni los que el marco legal aprobado por el gobierno les otorga, ni los que la religión les concede. La red que ayudó a fundar Hassan trabaja para cambiar esta situación. El escenario, con una guerra y extrema pobreza de por medio, no pinta fácil, pero Hassan rechaza el papel de víctimas que se les ha otorgado a lo largo de los años. "Una mujer que en una situación como la de este país saca a su familia adelante, que trata de pacificar la comunidad como hacen muchas, no es una víctima, es una luchadora", recalca. En cuanto al velo integral, lo considera un asunto secundario. "En occidente están muy preocupados por el velo, pero si la mujer decide ponérselo, siempre que sea su elección, hay que aceptarlo. Hay que entender la situación del país, quizás con velo, por ahora, las mujeres afganas se sienten más protegidas".

31-X-10, M. Gutiérrez, lavanguardia