´La creciente crisis del mundo árabe´, Fawaz A. Gerges

Desde junio del 2006 resido en el Oriente Medio árabe como investigador de la Corporación Carnegie de Nueva York, entrevistando a todo tipo de activistas nacionalistas e islamistas, radicales y moderados. Mi objetivo es comprender la relación entre las dos fuerzas principales de la región, los nacionalistas y los islamistas, así como su peso y su influencia políticos y sociales relativos. A pesar del riesgo de caer en la simplificación, deseo poner sobre la mesa algunas observaciones provisionales basadas en las lecciones aprendidas hasta ahora.

Ante todo, la región está en ebullición; no sólo se trata de Iraq, sino también de Líbano, Sudán, Siria, Palestina, Egipto, Yemen y otras partes. Lo que Washington considera "momentos de clarificación" es en realidad una crisis cada vez mayor que sacude los cimientos mismos de las sociedades mesorientales. Me centraré sólo en tres líneas de falla, que son fundamentales.

La primera es la creciente división socioeconómica entre una elite muy reducida y unos segmentos fundamentales de la población árabe. Como media, el 30%-40% de la población árabe vive en el umbral de pobreza o por debajo de él. Basta con visitar los cinturones de pobreza que rodean las ciudades árabes egipcias y sudanesas, o Sanaa, Beirut y Argel, para ver a millones de jóvenes musulmanes sobreviviendo a duras penas y sin ningún interés en el orden existente. Varios aspectos convierten en única y peligrosa esta creciente brecha socioeconómica entre ricos y pobres: el consumismo obsesivo, la revolución de las comunicaciones y los nuevos medios de comunicación que ha llegado a todos los rincones del mundo árabe y musulmán, así como la disminución o el hundimiento de las funciones sociales del Estado árabe.

Hay indicios de que la militancia se desplaza hacia esos cinturones de pobreza. Desde su aparición a mediados de la década de los años setenta, la corriente yihadista o islamista militante había sido básicamente elitista. Hasta mediados o finales de la década de los años noventa, el movimiento yihadista fue dirigido por algunos de los jóvenes árabes y musulmanes más brillantes y cultos. En la actualidad, su ideología se extiende por los campos de refugiados y los cinturones de pobreza de las ciudades árabes y musulmanas de Marruecos, Argelia, Egipto, Palestina, Líbano, Jordania. Los recientes atentados suicidas ocurridos en Marruecos y Argelia son un buen ejemplo. Se trata de un fenómeno reciente y alarmante.

La opinión generalizada en Estados Unidos es que el sistema estatal árabe es duradero, que ha resistido diversos choques y levantamientos sociales. Sin embargo, ya no es tan duradero como antes, y ¿cuánto tiempo resistirá esta durabilidad forzada? ¿Hay fuerzas sistémicas que lo amenazan? Aunque las revoluciones sociales son improbables en la actual coyuntura histórica, sí que es muy probable la aparición de disturbios, caos social y violencias de tinte político.

Podría bastar un simple incidente, como un altercado nacido de un partido de fútbol, una manifestación contra la violación de los derechos humanos o una huelga de hambre, para que surgieran el caos social o los disturbios urbanos.

Espero equivocarme, pero no me sorprendería despertar un día y encontrar en llamas los barrios ricos de las ciudades árabes y musulmanas.

El estallido de las ciudades árabes no es una posibilidad remota, sino muy real, y refleja todo un cúmulo de agravios históricos y la miseria social que se ha ido adueñando de la región de modo especial en los últimos quince años. Así, la creciente brecha socioeconómica, junto con el consumismo obsesivo, la nueva revolución de los medios de comunicación y las menguantes funciones sociales del Estado pueden amenazar la base misma de la durabilidad forzosa del sistema estatal árabe.

Una segunda línea de falla, relacionada con la primera, es la creciente brecha de legitimidad entre la elite gobernante y la población. El vacío de autoridad política legítima nunca ha sido tan grande como hoy. Se ha visto exacerbado por la pésima actuación económica del Estado y la percepción generalizada entre los ciudadanos de que los gobernantes árabes están al servicio de la política exterior estadounidense.

Existe el consenso, fuera de los círculos gobernantes, de que el statu quo ya no es viable. Se oyen hoy voces moderadas que hacen llamamientos en favor de la desobediencia civil. Los islamistas radicales y nacionalistas llaman abiertamente a la revuelta. No se trata de nada nuevo, pero lo notable es la clamorosa furia expresada por la oposición en el mundo árabe. Lo paradójico es lo fragmentada que está la oposición. Cabría esperar que ésta construyera un frente unido para enfrentarse al orden dominante, pero me sorprende su incapacidad para unirse y obligar a los regímenes árabes a abrir el hermético sistema político.

No es ninguna sorpresa que los islamistas mayoritarios representan la única alternativa viable al orden autoritario laico. La fragmentación de los grupos de la oposición social y política ha creado una bipolaridad; en ella, los islamistas mayoritarios, en particular los Hermanos Musulmanes, constituyen el principal desafío al statu quo. En casi todas las sociedades árabes, los islamistas mayoritarios (en tanto que opuestos a los militantes y radicales) han aparecido como la principal fuerza social y política.

Los sectores liberales responsabilizan a los regímenes árabes prooccidentales de crear esta dicotomía como resultado de su cierre del sistema político y la represión de los elementos progresistas y laicos.

Los gobiernos han logrado silenciar las voces progresistas, pero no han conseguido hacer lo mismo con las islamistas. Los islamistas poseen sus propios recursos, entre los que se cuentan mezquitas, madrazas e infraestructuras sociales. En cierto modo, los gobernantes musulmanes han permitido a los islamistas mayoritarios convertirse en la única alternativa política viable. En una visita a Imbaba, una de las barriadas más míseras de Egipto, entrevisté a uno de sus pobladores, quien me dijo: "Mire, suponga que mi hijo se pone enfermo a las dos de la madrugada.

Se está muriendo. ¿A quién llamo? ¿A quién puedo recurrir? A los Hermanos Musulmanes". Los Hermanos Musulmanes le enviarán un médico a casa en medio de la noche. "¿A quién quiere que vote, al Gobierno o a los Hermanos Musulmanes?", añadió.

Además de la fragmentación de los grupos de la oposición, la apatía pública es la marca distintiva de la política árabe. No existe en el Oriente Medio árabe organización ni partido político capaz de sacar a la calle a más de unos pocos miles de manifestantes, salvo los Hermanos Musulmanes en Egipto, otros islamistas mayoritarios de la región y los grupos confesionales de Líbano. Egipto es un ejemplo ilustrativo: con una población de 75 millones de habitantes, ningún partido político, con excepción de los Hermanos Musulmanes, puede arrastrar hasta la calle a más de dos mil o tres mil personas.

Esta apatía persiste a pesar de la menguante función social del Estado árabe y su pésima gestión económica. ¿Por qué? En los últimos cincuenta años, el autoritarismo y el inmovilismo ideológico del mundo árabe han socavado la fuerza de los ciudadanos y los han enajenado del proceso político. Están hartos de las elites, opositoras y gobernantes, que les han prometido el cielo y sólo les han dado polvo.

Por desgracia, los islamistas mayoritarios no han mostrado la visión ni la iniciativa necesarias para construir una amplia alianza de fuerzas sociales y transformarse a sí mismos y de paso todo el espacio político. Se arman de lemas generales y vacíos del estilo "El islam es la solución".

Una tercera línea de falla surgida de forma reciente en el mundo árabe y musulmán es la división entre suníes y chiíes, incluso en sociedades que tradicionalmente no habían mostrado esa diferenciación, como Egipto, Yemen y Jordania. También en esos países obtiene eco la división confesional. En mis entrevistas, algunos islamistas radicales me han dicho que el chiismo representa una mayor amenaza existencial para los suníes que los estadounidenses. "Estados Unidos nunca se podrá infiltrar en el tejido social de las sociedades suníes, mientras que el chiismo puede hacerlo", explican.

Aunque la división entre suníes y chiíes es más política e ideológica que religiosa, los efectos de la guerra de Iraq amenazan la paz y la armonía social desde Líbano hasta el Golfo, pasando por Siria. Desgraciadamente, la estrategia estadounidense en Iraq ha incrementado el abismo entre el Irán chií y los estados dominados por los suníes (Egipto, Arabia Saudí, Kuwait y Jordania) y está sembrando de modo indirecto las semillas de una batalla confesional transnacional. Además, los regímenes árabes prooccidentales, como Egipto, Arabia Saudí y Jordania, también están manipulando la división confesional para contener la oleada iraní en el ámbito árabe.

¿Cómo es visto Estados Unidos en esta inestable región? El discurso dominante culpa a Estados Unidos de la profundización y la ampliación de las líneas de falla. Una y otra vez se me repite que la occidentalización y la globalización, el respaldo estadounidense a Israel y a los regímenes musulmanes autoritarios, junto con la guerra de Estados Unidos en Iraq y Afganistán, son las fuentes de todos los males que acosan a todas las sociedades árabes y musulmanas.

Sería inútil hablar ahora de lo que puede hacer el Gobierno de Bush para impedir la desintegración social y la escalada de hostilidades en el mundo árabe. Debemos esperar a la llegada del próximo gobierno, un gobierno que inicie el proceso de sacar las fuerzas estadounidenses de las arenas movedizas iraquíes e intente resolver los enconados conflictos de la región, en particular el conflicto palestino-israelí. El próximo gobierno, junto con las Naciones Unidas y la comunidad internacional, también tiene que intentar desarrollar un nuevo plan Marshall que ayude a los árabes a rejuvenecer sus destruidas economías e instituciones.

Mis conversaciones con un amplio espectro de representantes de la opinión pública y la sociedad civil me han convencido de que sin la presión de la comunidad internacional, no sólo de Estados Unidos, los regímenes árabes y musulmanes se resistirán a reformar y abrir sus herméticos sistemas políticos. El Gobierno de Bush lo intentó de forma equivocada. Su retórica sobre la democracia ya no es tomada en serio por árabes y musulmanes, a causa de la invasión y ocupación de Iraq, así como la devastación que ha tenido lugar después. En realidad, esta retórica es percibida de modo generalizado como un ardid para dominar y subyugar al mundo musulmán. Hoy los sectores liberales dicen al Gobierno de Bush: "Por favor, déjennos solos. Bastante daño le han hecho ya a nuestro programa democrático".

De acuerdo con las encuestas, si uno pregunta a los árabes corrientes por sus prioridades en términos generales, se pone de manifiesto que la democracia no ocupa los primeros puestos. Las principales inquietudes y preocupaciones están relacionadas con las necesidades básicas. La democracia es un lujo cuando está en juego la supervivencia económica.

La pregunta es: ¿cómo construir un programa económico creativo y eficaz con la liberalización política? Millones de niños árabes y musulmanes pasan hambre. La retórica de la democracia significa muy poco a menos que se traduzca en acciones concretas, como colaborar en la construcción de una base social productiva y un compromiso universal con el imperio de la ley y los derechos humanos, así como en la reducción de las tensiones mediante la resolución de conflictos regionales enquistados.

lavanguardia, 19-VI-07.