´Cómo funciona el mundo´, Francesc-Marc Álvaro

Julian Assange, fundador y editor del sitio web Wikileaks, especializado en la publicación anónima de documentos secretos y materiales similares, declaró lo siguiente en una entrevista concedida a El País:"Antes de estar metido en esto, creí que sabía bastante de cómo funciona el mundo, he hecho cosas significativas e importantes antes que esto. Pero nada me preparó para la realidad con la que me he encontrado. Mi perspectiva ha cambiado mucho". Cuando se le pide que concrete lo que ha descubierto, Assange da buenos titulares: "La primera, la muerte a escala mundial de la sociedad civil. Rápidos flujos financieros, por transferencias electrónicas de fondos que se mueven más rápido que la sanción política o moral, destrozando la sociedad civil a lo ancho del mundo (…) Y la segunda cosa que he visto, que opera en combinación y en oposición a esta, es que hay un enorme y creciente Estado de seguridad oculto que se está extendiendo por el mundo, principalmente basado en Estados Unidos".

La publicación de 400.000 documentos sobre la guerra de Iraq ha convertido Wikileaks en un fenómeno planetario que desafía a gobiernos, empresas y organizaciones a la vez que pone en cuestión las premisas y rutinas del periodismo. Con apenas cuatro años de vida, la web de Assange hace real una de las aspiraciones más repetidas del ciudadano de hoy: el afán de transparencia. No sólo queremos estar informados, deseamos conocer lo que hay detrás de y debajo de y más allá de. La sociedad de la hipercomunicación ha generado un ruido fatigante y narcotizante, pero también ha exacerbado la curiosidad natural por todo lo que nos rodea. Una curiosidad que se sustenta en la sospecha hacia los poderes que operan sobre nuestras vidas, los políticos (bien visibles) y también esos que antes se llamaban "fácticos" y que ahora denominamos informales o difusos. Wikileaks ejerce una fiscalización supuestamente neutral contra los abusos de poder al revelar algunos de los secretos en teoría mejor guardados. Una tarea en la que el mediador (Assange y su equipo) trata de aparecer como simple vehículo de unas fuentes valiosas y fiables. En esta utopía informacional es el usuario de Wikileaks quien da sentido final a los materiales filtrados. ¿Es así realmente? Que el lector analice su actitud en los casos en que es invitado a armar desde cero el mecano de cualquier acontecimiento de interés general.

Con todo, y a pesar de sus opacidades, el mérito y la audacia de Wikileaks merecen el interés y el aplauso de quienes defendemos la profundización de todas las libertades básicas, incluida la de información y expresión. No podemos llenarnos la boca exigiendo una democracia de más calidad y, luego, demonizar a quienes exploran nuevos cauces para que eso sea algo más que una batería de buenas intenciones en un discurso oficial. El gobernante o el que ejerce una u otra forma de poder debe contar con ello, es el peaje que se paga a un tiempo que ha sacralizado la visibilidad y la velocidad. Mi prevención ante la empresa de Assange apunta hacia otro lado: ¿nos enseña realmente Wikileaks cómo funciona el mundo?

Para Assange, ya lo hemos visto, la respuesta es clara. Y es ahí donde su papel se desdibuja, al sacar conclusiones cerradas, rotundas y exageradas a partir del mosaico de información que maneja. ¿Ha muerto, como afirma Assange, la sociedad civil mundial a manos de los mercados enloquecidos y la mafia? ¿Ese Estado de seguridad oculto que, según Assange, se extiende a partir de Estados Unidos es un fenómeno realmente secreto y nuevo o no es más que lo que emerge después de la guerra fría? Wikileaks es el reino del detalle y de lo concreto, un lugar donde la verdad documentada exhibe su peso y donde nadie debería acercarse buscando la confirmación de su particular ideología, al contrario. A mi modesto entender, más que revelarnos de manera prístina y cuasi religiosa cómo funciona el mundo, Wikileaks nos ofrece un archivo monumental de varias realidades que hacen que el mundo funcione mal o peor, según los casos. Al fin y al cabo, Wikileaks, a pesar de abjurar de algunos conceptos del periodismo clásico, parte del mismo principio de valoración de los hechos que usamos desde los tiempos de las primitivas gacetas que daban cuenta de batallas, pestes y viajes: siempre es mucho más noticioso lo que presenta perfiles negativos que positivos. De eso se quejan todos los personajes públicos.

En la reciente lectura, en la facultad de Comunicación Blanquerna, de la tesis doctoral de mi buen amigo y colega Marçal Sintes (un trabajo excelente sobre la influencia de los medios en las decisiones de los políticos), Salvador Cardús, miembro del tribunal y colaborador en estas páginas, se preguntó hasta qué punto reclama la verdad el público que compra un periódico, escucha una emisora de radio, ve una cadena de televisión o navega por algunas webs. Es una pregunta tan certera como inquietante, tan incómoda como necesaria. ¿Buscamos la verdad o sólo esperamos ratificarnos en nuestras creencias y prejuicios? A la vista del auge de ciertos medios y de ciertos mensajes inflamados, aquí y en otras latitudes, está claro que no todos buscamos lo mismo. Wikileaks no cabe en las trincheras al uso, publica verdades de alto voltaje. Es un ejercicio arriesgado e higiénico que, entre otras cosas, nos obliga a repensar lo que ocurre y a repensarnos dentro del cuadro.

3-XI-10, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia