´¿Cuál será el futuro del islam político?´, Fawaz A. Gerges

A principios de los años noventa, el mundo musulmán presenció una sangrienta lucha entre militantes islamistas y regímenes locales autoritarios. Los primeros lanzaron un ataque frontal destinado a desmantelar el ordenamiento político de carácter laico para reemplazarlo por otro de carácter islámico. La lucha fue tan brutal y prolongada que los gobiernos occidentales temieron por la supervivencia de sus regímenes aliados árabes y musulmanes -sobre todo en el eje estratégico compuesto por Argelia y Egipto- y se temieron lo peor. Los especialistas advirtieron que se hallaba en marcha una revolución islamista, imparable, cuyo impulso barrería probablemente los experimentos socialistas y nacionalistas.

"No tan deprisa", previno Olivier Roy, politólogo y autoridad en los movimientos y grupos islamistas. Desafiando el tópico dominante en la época, Roy publicó una obra que causó sensación ymotivó titulares de prensa en todo el mundo, El fracaso del islam político (Seuil, 1992;

Harvard University Press, 1994), en la que argumentó de forma persuasiva y convincente que la revolución islamista no distaba demasiado de ser una gloria del pasado y que, sobre todo, estaba hecha trizas tanto intelectual como históricamente. Los movimientos islamistas, según este punto de vista, no poseían ningún programa concreto en el plano económico y político ni ofrecían un nuevo modelo de sociedad. Lejos de constituir "la solución" para la crisis de desarrollo de los musulmanes -según reza el lema de los islamistas sobre la revolución islámica y el Estado islámico-, pudo demostrarse que la economía y la sociedad islámicas no eran más que retórica hueca y vacía, opio barato para las masas.

En ningún aspecto fue tan estrepitoso el fracaso de los islamistas como en su incapacidad para ir más allá de los textos fundacionales, para efectuar la más mínima autocrítica, para superar sus clásicas escisiones y acérrimas lealtades. La revolución iraní -saludada en su día, observó Roy, como proyecto islamista pionero en su género- se recluyó en el gueto chií, derivando hacia el modelo ultraconservador saudí. Quedó reducido a los restos retóricos de un neopanislamismo. La lógica de la historia, del poder, de los estados, de los regímenes y de las fronteras es mucho más tenaz y testaruda que el eventual reconocimiento de los islamistas de su propia acción propagandística. Vale la pena prestar merecida atención a estas intuiciones e ideas aportadas por Olivier Roy en el momento culminante de la revolución islamista en 1994.

Sin embargo, y pese al fracaso de la senda revolucionaria, el islamismo siguió siendo una fuerza con la que era menester seguir contando en el seno de la sociedad. Según Roy, el neofundamentalismo conservador -que se propone la islamización de la sociedad de arriba abajo- suplantó el islamismo revolucionario, cuyo objetivo estriba en hacerse con el poder e islamizar toda la sociedad por decreto.

En su libro El islam globalizado (Seuil, 2002; Columbia University Press, 2004), continuación de su análisis del gran fracaso del islam político, Olivier Roy aborda dos cuestiones principales, el postislamismo y la diseminación global del islam en el seno de los países modernos y avanzados. La expresión "los musulmanes globales" constituye una noción útil para referirse tanto a los musulmanes asentados de modo permanente en los países occidentales como a quienes se autodistancian de una cultura musulmana determinada, recalcando su pertenencia a la comunidad musulmana universal, laumma.Al menos una tercera parte de los musulmanes del mundo -una cifra de 1.200 millones de personas- vive ahora como una diáspora en calidad de miembros de minorías en el seno de sociedades soberanas y laicas.

Se trata, por supuesto, de una difícil y comprometida situación rebosante de conflictos, pero también hay que reconocer que el sueño de la umma ya no se sustenta en una entidad territorial, sino que se ha convertido en una aspiración teórica, exclusivamente imaginaria, y también en una auténtica obsesión. Puede considerarse asimismo que la dispersión de la comunidad musulmana a través del hechom igratorio -factor que forma parte del proceso de globalización y occidentalización- ha fomentado en cierto sentido el auge de los movimientos neofundamentalistas en todos los continentes.

Roy explica de forma pormenorizada y fundamentada cómo las diversas versiones del neofundamentalismo han calado entre la juventud musulmana desarraigada, sobre todo entre los hijos y nietos de inmigrantes musulmanes residentes en países occidentales. La ideología neofundamentalista alienta el radicalismo y logra fomentar a veces un cierto grado de respaldo a las diversas formas militantes de la yihad,entre ellas la de Al Qaeda. Genera asimismo un discurso sectario que defiende un multiculturalismo de miras estrechas, factor de que se vale para oponerse de hecho a los esfuerzos de integración en las sociedades occidentales. En cuanto a los musulmanes que siguen viviendo en su tierra ancestral, fácilmente pueden experimentar a su vez un sentimiento de pertenencia a una comunidad cercada y asediada por obra y efecto de los profundos y radicales cambios acarreados por la occidentalización y la globalización.

Sin embargo, Roy revisa los tópicos heredados para concluir que, pese a la violenta reacción constatada, se advierte un proceso de transformación y secularización en el seno del islam, un tanto ensombrecido -hay que reconocerlo- por la reislamización de la vida cotidiana. "El islam -sostiene Roy- experimenta un fenómeno de secularización, pero en nombre del (neo) fundamentalismo". Lejos de consistir en un rechazo del proceso de modernización, la reislamización o el neofundamentalismo es un rasgo o circunstancia contemporánea, producto y respuesta a un tiempo a la globalización y occidentalización del mundo musulmán.

Para Olivier Roy, las raíces de la convulsión social que saca de quicio al mundo musulmán -como también la revuelta contra Occidente- hay que buscarlas en el creciente y profundo proceso de occidentalización de las sociedades musulmanas, especialmente a lo largo de los últimos 30 años.

Este autor señala con razón que las tácticas terroristas de Al Qaeda no se enraízan en la tradición islámica de la yihad,sino en los modernos movimientos europeos extremistas de signo ultraizquierdista y tercermundista. "La verdadera génesis de la violencia de Al Qaeda -sostiene Roy- obedece en mayor medida a la tradición occidental basada en la rebelión de naturaleza individual y pesimista en pos de un esquivo ideal que a la concepción de sacrificio o martirio según el Corán". En este sentido el binladenismo no sólo representa una ruptura con la corriente principal del islam, sino que adquiere los rasgos de un producto importado de Occidente. La consecuencia de todo ello es que nos hallamos no ante una amenaza de tipo estratégico, sino ante un problema de seguridad (¡tenga cuidado, señor Roy, porque los neoconservadores ya afilan sus cuchillos!)

El islam globalizado entraña un matizado discurso notablemente original y singular, riguroso desde el punto de vista metodológico, compleja y argumentativamente estructurado. La dificultad resulta de aunar dos discursos o situaciones en una -las minorías musulmanas que residen principalmente en Occidente y los neoislamistas que han surgido aquí y allá como fuerza notable en prácticamente todos los países donde vive población musulmana-, que cabe situar bajo el mismo epígrafe de neofundamentalismo. Pero el problema, entonces, es que el neofundamentalismo se convierte en un término comodín que todo lo explica, desde el salafismo o el wahabismo saudí hasta la población musulmana desarraigada que reside en países occidentales, el islamismo radical de los talibán y Al Qaeda, los diversos grupos y movimientos pacíficos como el Tabligh Jamaat e incluso organizaciones como las Hermandades Musulmanas. Todos estos grupos se amalgaman bajo la misma adscripción de neofundamentalismo.

Tampoco está claro si la noción de desterritorialización -o sentimiento de pertenecer a una minoría carente de suelo propio- puede aplicarse a todos los neofundamentalistas. Pregúntese a un egipcio, un saudí o un pakistaní salafistas acerca de los lindes y fronteras de la umma y responderán al punto sin vacilar, sin remitirse a ninguna noción abstracta o imaginaria.

Roy parece asimismo exagerar notablemente el papel de los musulmanes desarraigados que residen en países occidentales como motor del islamismom ilitante, y sostiene que el islamismo radical se está exportando de Occidente a Oriente. ¿Sobre qué fundamento puede hacerse tal afirmación?

Para corroborar sus hipótesis, Roy cita el ejemplo de los yihadistas de Al Qaeda, expatriados que deciden combatir por una umma imaginaria, no por su suelo patrio. Sugiere que los egipcios, argelinos, yemeníes y saudíes adoptaron la deliberada decisión de librar la yihad contra Occidente, no contra sus gobernantes respectivos. ¡Pero no es así! La historia reciente señala en otra dirección.

A lo largo de los años ochenta y noventa, los yihadistas pusieron el punto de mira en el enemigo próximo (los gobiernos locales) en contraposición al enemigo distante (Occidente). A finales de los años noventa, habían sido derrotados en Egipto y Argelia. En lugar de echar el cierre en su negocio de la yihad -como muchos hicieron- y hacer las paces, los yihadistas como Ayman Zawahiri, de la yihad egipcia, torcieron el rumbo para apuntar contra Occidente, en un esfuerzo para salvar del naufragio a su nave islamista en apuros. Internacionalizaron los esfuerzos y objetivos de la yihad -sacanen do fuerzas de flaqueza- ya que su enfrentamiento contra el enemigo próximo presentaba un coste excesivo. Digamos, para concluir, que si Olivier Roy hubiera dotado de mayor solidez al marco histórico en el que se mueve, tal vez habría podido infundir mayor profundidad a sus magníficos y complejos análisis políticos.

lavanguardia, 15-XII-2004