´El ańo litúrgico´, Josep Maria Ruiz Simon

El último domingo de noviembre se celebrará, como todos los años desde 1969, la festividad de Cristo Rey. Dos semanas y un día antes, en plena conmemoración eclesiástica del aún flamante día de los mártires de la guerra civil española, aquel a quien la tradición católica reconoce como lugarteniente o vicario del Rey de reyes tomó tierra en Santiago de Compostela. Aún en los cielos, había manifestado lo que al día siguiente recogían todos los periódicos: su preocupación por la laicidad y por el fuerte y agresivo secularismo de la España actual equiparables a los que en los años 30 ya habían turbado a sus antecesores en el trono de san Pedro.

Benedicto XVI no ha sido, en efecto, el primer príncipe de la Iglesia en preocuparse por el laicismo español. Ya en 1933, Pío XI publicó una célebre encíclica, la Dilectissima nobis,en la que, tras calificar de deplorable la ley sobre confesiones y congregaciones religiosas recién aprobada por la República, declaraba que había visto "con amargura de corazón, que en ella, ya desde el principio, se declara abiertamente que el Estado no tiene religión oficial, reafirmando así aquella separación del Estado y de la Iglesia, que desgraciadamente había sido sancionada en la nueva Constitución Española". Según la encíclica, esta separación, además de ilícita, no era más que una funesta consecuencia del laicismo. El Papa, que no desperdiciaba la oportunidad de agitar el fantasma de la guerra civil, aprovechaba también la ocasión para lamentar que la República no hubiera seguido el camino de los regímenes que, tras la Gran Guerra, habían aceptado plasmar en concordatos sus relaciones amistosas con la Santa Sede. A Pío XI le gustaban los concordatos. Gracias al que firmó en 1926 con la Italia de Mussolini, había visto reconocida, más de medio siglo después de la pérdida de los estados pontificios y de su ejército, la existencia del Estado de la Ciudad del Vaticano bajo la soberanía del Romano Pontífice. Y pocas semanas después de publicar su preocupación por España, firmó un concordato con el nuevo gobierno fascista de Austria y otro con la Alemania de Hitler.

Recordaba Pío XI en Dilectissima nobis que la condena del laicismo tenía solera y se remontaba a su encíclica Quas primas,de 1925. Quas primas identificaba "al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos" como la peste de nuestros tiempos. Y describía el historial clínico de esta enfermedad, cuya primera causa habría sido la negación del imperio de Cristo y de su vicario sobre todas las gentes. De acuerdo con este diagnóstico y con la voluntad expresa de restaurar aquel imperio, la carta solemne del Pontífice introducía en la liturgia, como terapia contra la separación del Estado y la Iglesia, una festividad explícitamente dedicada al culto a Cristo rey, que, antes de celebrarse el último domingo de noviembre, se celebraba el último domingo de octubre.

9-XI-10, Josep Maria Ruiz Simon, lavanguardia