´China sí que funciona´, Lluís Foix

El poder económico de China es incuestionable. Sólo hay que comprobar de dónde proceden muchos artículos manufacturados que consumimos y a qué precio se nos ofrecen. China ha sido siempre una potencia. Por su dimensión geográfica y humana, por sus aportaciones a la civilización y por haber sido un país que ha perdurado a lo largo de los siglos, incluso desde antes que Roma y Atenas.

Más del 90 por ciento de sus ciudadanos son de la etnia han, el nombre de la dinastía que creó una identidad cultural propia con la ayuda del sabio Confucio, que se empeñó en que todas las cosas tuvieran un mismo nombre.

En el siglo XX derribó la última dinastía, se convirtió en república, sufrió los zarpazos abusivos y sanguinarios del imperialismo japonés, pasó por una guerra civil, vivió la larga marcha de Mao, padeció los abusos inhumanos de la revolución cultural de la mano del Partido Comunista que se había fundado en 1921 y que hoy controla el país con más de 70 millones de afiliados.

El gran logro de Deng Xiaoping fue el de haber iniciado la cultura del mercado, controlado por el Estado, que ha dado unos resultados espectaculares. Hasta cuándo se podrán compatibilizar los conceptos de crecimiento económico y libertad es un enigma difícil de descifrar desde Occidente.

El hecho es que en China existen hoy miles de disidentes encarcelados por el hecho de haber participado en la revuelta de Tiananmen. El último premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, está en prisión por incitar a la subversión del poder del Estado y su mujer se encuentra en arresto domiciliario.

Otro disidente es el premio Nobel de Literatura del año 2000, Gao Xingjian, que vive exiliado en Francia. La lista de personajes que han criticado el régimen y que son tachados de disidentes es muy larga. Ayer mismo, se condenó a dos años y medio de prisión al activista Zhao Lianhai, que fundó una web que suministraba información a los 300.000 chinos víctimas de la leche contaminada por melamina que causó varias muertes y la enfermedad de decenas de miles de niños chinos. La acusación ha sido la de haber incitado al desorden social.

Las redadas de miles de internautas chinos que exponen sus puntos de vista en internet son constantes. Las webs peligrosas son desactivadas. China, igual que Rusia, ha experimentado muy breves periodos de libertad en su milenaria historia.

Lo que me interesa señalar es que el éxito chino pueda exportarse a la cultura democrática occidental por el simple hecho de que la economía crece y que el autoritarismo puede soportarse siempre y cuando el país vaya mejorando en términos de bienestar material. Está por ver si es perdurable el binomio crecimiento sin libertad. Y no sé hasta qué punto Occidente puede caer en la tentación de limitar la libertad en nombre del progreso.

11-XI-10, Lluís Foix, lavanguardia