´¿Por qué arremete China?´, Ian Buruma

Ha de ser irritante para el Gobierno chino seguir viendo premios Nobel que recaen sobre chinos que "no los merecen". El primero fue Gao Xingjian, dramaturgo, artista y novelista crítico que recibió el Nobel de Literatura en el 2000, exiliado en París. El último es Liu Xiaobo, crítico literario y escritor político que ha recibido el Nobel de la Paz de este año, mientras cumplía una condena de cárcel por "subversión" del régimen comunista. Como el Dalái Lama no es un ciudadano chino, dejaré de lado su Nobel de la Paz, aunque para los gobernantes de China tal vez fuera el más irritante de todos.

La reacción del Gobierno de China ante el premio de Liu ha sido sorprendente. En lugar de mostrar un desdén altanero o un silencio oficial, ha montado un alboroto colosal, al protestar vehementemente por las conspiraciones que socavan a China y someter a detención domiciliaria a decenas de intelectuales chinos destacados, incluida Liu Xia, la esposa de Liu. Debido a ello, el totalmente impotente y hasta ahora absolutamente desconocido Liu Xiaobo no sólo se ha vuelto mundialmente famoso, sino también mucho mejor conocido en la propia China.

Si a ello sumamos la intimidación de Japón por China al bloquear la exportación de metales de tierras raras decisivos para la industria japonesa por la controversia sobre unas islas deshabitadas entre Taiwán y Okinawa y su negativa a dejar que el yuan se aprecie, hemos de preguntarnos por qué está adoptando China una actitud tan brutal en sus relaciones exteriores. Japón, el antiguo enemigo de guerra, ha sido víctima repetidas veces de sus artimañas, y las muestras de tacto para con los surcoreanos y los asiáticos sudorientales hicieron que estos se sintieran relativamente cómodos con el aumento de la potencia china.

Pero el reciente comportamiento chulesco de China está haciendo cambiar de opinión a los asiáticos. Incluso algunos países podrían acercarse más a Japón, la única opción distinta de EE. UU. como contrapeso del Reino del Medio. No puede ser que sea eso lo que desee China.

Entonces, ¿por qué se muestra China tan severa? Una posible explicación es la de que está un poco embriagada con su nueva condición de gran potencia. Por primera vez en casi 200 años, China puede hacer sentir su influencia y hará lo que quiera, independientemente de lo que piensen los otros países. Hace unos decenios, era Japón el que pensaba que iba a ser el número uno y sus empresarios, políticos y burócratas no dejaban de hacérselo saber al resto del mundo. Podríamos considerar las acciones de China una revancha por un siglo de humillaciones.

Pero tal vez no sea esa la mejor explicación del comportamiento de China. De hecho, la razón puede ser precisamente la opuesta: una sensación de debilidad interna por parte de los gobernantes de China. Al menos desde 1989, la legitimidad del monopolio del poder por parte del Partido Comunista ha sido frágil. La ideología comunista es una fuerza apagada. La utilización del Ejército Popular de Liberación para asesinar a manifestantes civiles, no sólo en Pekín sino en toda China, en junio de 1989 socavó aún más la legitimidad del sistema de un solo partido.

La forma de recuperar el apoyo de la floreciente clase media china fue la de prometer un rápido salto a una prosperidad mayor mediante un crecimiento económico acelerado. El vacío ideológico dejado por la muerte de la ortodoxia marxista se llenó con nacionalismo. Yel nacionalismo en China significa una sola cosa: sólo el firme gobierno del Partido Comunista Chino impedirá a los extranjeros, en particular occidentales y japoneses, volver a humillar a los chinos.

Esa es la razón por la que quienquiera que desafíe la legitimidad del gobierno del PCCh exigiendo elecciones multipartidarias, incluso un intelectual relativamente desconocido como Liu Xiaobo, debe ser aplastado. Esa es la razón por la que el Gobierno no se atreve a dejar que el yuan se aprecie demasiado rápidamente, para que no se aminore el crecimiento económico. Y esa es la razón por la que intimidar a Japón siempre es una buena opción: los gobernantes de China no necesariamente odian a Japón, pero temen parecer débiles ante sus ciudadanos, a los que se enseña desde la guardería que las potencias extranjeras quieren humillar a China.

Eso indica que, si Liu Xiaobo lograra hacer realidad su deseo y llegase la democracia a China, el problema del nacionalismo no desaparecería. Si el pueblo se siente perseguido por Japón o EE. UU., exigirá políticas patrioteras. Pero el nacionalismo puede no ser una constante política. Con frecuencia lo que alimenta el nacionalismo es una sensación de impotencia. Cuando  los ciudadanos se sienten privados de poder por un gobierno autoritario, lo mejor es que tengan la sensación de poder que brindan las proezas nacionales.

En cambio, en una democracia multipartidaria los ciudadanos tienen otros intereses, materiales, sociales e incluso culturales, por lo que son menos propensos a sentirse atraídos por el patrioterismo agresivo, o al menos esa esperanza debemos abrigar. El estado de muchas democracias actualmente no es la mejor propaganda de la libertad política, pero los chinos deben tener el derecho a decidir al respecto por sí mismos y Liu Xiaobo debe ser honrado por decirlo.

12-XI-190, Ian Buruma ,profesor de Democracia y Derechos Humanos en el Bard College.