´El tute de Matute´, Sergi Pāmies

En la espléndida entrevista que Xavi Ayén le hizo ayer a Ana María Matute en estas páginas, la escritora habló de sus libros y de algo que el mundo de las letras suele tratar con dramatismo, autocomplacencia o morbo: el alcohol como estimulante. Recuerdo que, hace unos años, un periodista me contó, escandalizado, que la había entrevistado a media mañana y que, en pleno tute promocional, Matute le había pedido un whisky. El periodista no cayó en que escribir y atender la promoción son cosas distintas y que a veces resulta menos traumático dejarse llevar por un empujón etílico que por los pánicos de la timidez. Matute le contó a Ayén que, pese a los consejos médicos y familiares, seguía bebiendo. "El alcohol no solamente no me hace daño sino que me deja fenomenal. Antes me tomaba un whisky, pero ahora me he pasado al gintonic, que está muy bien y es más suave. Además, la ginebra es lúcida, mientras que el whisky es barroco. Un poco de alcohol ayuda a encender la imaginación".

No se puede explicar con más simplicidad y elegancia. Por eso le han concedido el premio Cervantes, por esa imaginación encendida y por formar parte del grupo de escritores que, en una época obsesivamente ideologizada (por acción u omisión), proponía historias escritas en un castellano accesible pero rico, elaborado, en su caso, con una liberadora voluntad de fabular sobre la pérdida y el paso del tiempo. Sobre si el whisky es barroco o la ginebra lúcida se podría organizar un congreso de escritores bastante menos tedioso que los de verdad. Pero, aún siendo subjetiva, es una cualificación estimulante. Dependerá de las dosis, me imagino: Dylan Thomas y Gabriel Ferrater quizá utilizarían un adjetivo más contundente que barroco o lúcido (fatal, por ejemplo).

Así pues, convendría aprovechar el talento de Matute para pedirle más definiciones de las distintas gasolinas creativas. El vodka, el vino, la cerveza, el ron, el tequila, incluso el temible limoncello necesitarían un cualificativo para prevenirnos sobre la naturaleza literaria de sus efectos. Es más: ya que las librerías tienen cada vez más dificultades para ordenar los libros por géneros y que los géneros insisten en mutar alegremente, propongo que se ordenen en función de la bebida utilizada para escribirlos. En un estante, los libros del whisky (novelas, cuentos, poemas, ensayos, biografías, chorradas); en otro, los de la ginebra; más allá, los del vino, y así hasta el infinito, construyendo instructivas bibliotecas-bodegas. Por cierto: este artículo está escrito bajo los efectos de dos copas de champán De Sousa (Cuvée Desirable) tomadas a media mañana de ayer, con matuteada y barroca naturalidad, para celebrar este merecidísimo premio Cervantes.

26-XI-10, Sergi Pàmies, lavanguardia