´Taiwán, una distorsión de la historia china ´, Brahma Chellaney

Taiwán, una distorsión de la historia china

El nuevo proyecto de Ley Antisecesión, o de la Guerra, una ley china que amenaza con atacar militarmente si Taiwán realiza algún movimiento hacia la independencia, simboliza tanto la distorsión que hace Pekín de la historia como la agresividad con la que defiende sus pretensiones irredentistas. China, el legendario Reino del Centro, se ha presentado durante largo tiempo a sí misma como la madre de todas las civilizaciones, entretejiendo leyenda e historia para fomentar una cultura política ultranacionalista que se centra en la recuperación de un supuesto esplendor perdido. En consecuencia, ha exigido su derecho histórico a la condición de superpotencia y ha expresado públicamente su ambición de ser una "potencia mundial sin rival".

China, el 60 por ciento de cuyo territorio consiste en las tierras de origen de minorías étnicas, ha recorrido un largo camino en la historia desde los tiempos en que la Gran Muralla constituía el perímetro de seguridad exterior del imperio han. Territorialmente, la potencia han está hoy en su cénit, con la Gran Muralla casi en el centro de China. Aún así, impulsada por mitos que ella misma ha alimentado, China continúa albergando mayores pretensiones territoriales y marítimas.

Por primera vez desde la dinastía Ming, el país persigue también objetivos de seguridad lejos de sus costas, como pone de manifiesto la construcción que está llevando a cabo de una base naval en alta mar de Gwadar, Pakistán, así como sus actividades a lo largo de la costa birmana y sus estratégicas incursiones petroleras en África. Ahora, el Parlamento oficial de China, la Asamblea Nacional Popular, ha aprobado una ley antisecesionista ideada para intimidar a Taiwán.

Si bien Taiwán se ha convertido en el santo grial de la política exterior china, el grito por la reunificación tiene unas raíces históricas más bien débiles. China cuenta con más de 4.000 años de historia documentada, pero los primeros asentamientos chinos en Taiwán no se produjeron hasta el primer cuarto del siglo XVII, cuando el sur de la isla se encontraba controlado por los holandeses y el norte por los españoles.

Esto fue mucho después de que los portugueses la descubrieran en 1590 y le dieran el nombre de Formosa. Pese a que el dominio imperial chino fue favorecido por la gran afluencia de nuevos pobladores, que desposeyeron al pueblo nativo malayo-polinesio durante más de cien años, Taiwán no fue declarada provincia china hasta 1886, apenas nueve años antes de que los manchúes, derrotados en la guerra sino-japonesa, se la cedieran a Japón a perpetuidad mediante el tratado de Shimonoseki.

Tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos no le devolvió Taiwán a China, como afirma Pekín, sino que autorizó al ejército de Chiang Kaishek para ejercer el control provisional sobre la isla como "regente en representación de las potencias aliadas". Japón no cedió legalmente la soberanía sobre Taiwán hasta el tratado de paz de San Francisco, en 1951, pero sin especificar a quién se lo entregaba.

Ya hace más de un siglo que Taiwán exissin estar controlado directa y legítimamenpor la China continental. De hecho, India posee un derecho histórico sobre Pakistán más fuerte que el que tiene China sobre Taiwán, que geográficamente se encuentra más cerca de las Filipinas que del continente chino. Sin embargo, ningún indio sensato expresa esa pretensión. De hecho, si China puede pretender controlar Taiwán, India puede pretender controlar Fiyi, ya que Taiwán y Fiyi acabaron teniendo una mayoría china e india, respectivamente, a causa de la importación de mano de obra para las plantaciones de los colonialistas europeos.

No obstante, Taiwán sigue siendo el punto clave de lo que China percibe como sus campañas históricas inconclusas. Si los vínculos culturales o raciales confiriesen derechos históricos, India podría pretender la soberanía de toda la región que va desde Nepal aMauricio. Sin embargo, eso sería una farsa histórica, igual que lo es el firme objetivo de China de recolonizar Taiwán desoyendo la historia independiente de la isla, así como el deseo de la mayoría de su población de seguir siendo autónoma.

La ferocidad de China respecto a Taiwán como asunto inconcluso de la historia nace en parte de la facilidad con que logró engullir un enorme Estado tapón sobre el que afirmaba tener un descabellado derecho histórico: Tíbet. Una anexión triunfal, como una revolución victoriosa, engendra su propia fuerza de legitimidad. A medida que China ha afianzado su control sobre Tíbet, las incertidumbres de su derecho histórico sobre el techo del mundo han acabado por tornarse académicas. Incluso así, con el permanente uso por parte de China de una supuesta his-toria para expresar otras pretensiones extravagantes, entre ellas la que ha desencadenado recientemente una rencilla con Corea del Sur por el antiguo reino de Koguryo, apenas si puede olvidarse el pasado.

Esto es así, ante todo, porque China considera el éxito como una licencia para expandir territorialmente sus ganancias. Por ejemplo, las pretensiones de China sobre los territorios indios se derivan de su interpretación de los supuestos vínculos históricos de Tíbet con esas zonas. En lugar de disputar el derecho de China a trasladar cientos de tropas kilómetros al sur y crear una frontera militar con India por primera vez en la historia, el Gobierno de Nueva Delhi le hizo el juego desde el principio, retirándose en un ejercicio de definición de fronteras ante los ocupantes de Tíbet.

La mitología china presenta a Tíbet como uno de los estados tributarios del legendario Reino del Centro, pero Tíbet ha sido una entidad claramente independiente desde tiempos inmemoriales. Desde el siglo VII al IX, por ejemplo, el reino de Tíbet se extendió por Asia central, abarcando grandes áreas de la China actual. La única ocasión en que el país formó parte de China fue durante la dinastía yuan, desde 1279 hasta 1368. La dinastía yuan, no obstante, no era han, sino mongol. Sucedió igual que con Birmania, que formó parte del imperio indobritánico hasta 1937. Los mongoles se imbuyeron de los valores religiosos y culturales tibetanos, igual que los romanos se inspiraron en la antigua Grecia. Sin embargo, en una malversación del legado de Gengis Khan, la historia oficial de Pekín ha considerado como china a la dinastía yuan.

En la actualidad, con Pekín en busca de una mayor influencia desde el Pacífico hasta el Himalaya y el golfo Pérsico, la política exterior china intenta hacer realidad la leyenda del Reino del Centro en la que se basa la historia oficial: la centralidad de China en el mundo. Esta ambición desenfrenada, nacida de una distorsión de la historia, representa un desafío a la seguridad internacional. El punto clave de ese desafío es la necesidad de encontrar formas prudentes de ponerle límites al ejercicio del poder chino, respetando al mismo tiempo el derecho de China a ser una potencia mundial.

Taiwán es una cuestión de importancia mucho mayor que su territorio y su población, y no debe permitirse que se siga el camino de Tíbet.

La futura composición de China y la seguridad en Asia vendrá determinada por el hecho de que Taiwán -actualmente una democracia vital- continúe prosperando bajo su autogobierno, o bien que se consiga su sumisión a la fuerza y acabe absorbido por la mayor autocracia del mundo.Acaballo entre rutas marítimas cruciales,Taiwán guarda la llave del posible surgimiento de China como una fuerza estabilizadora o como potencia arrogante en busca de un dominio incontestado en Asia.

lavanguardia, 19-III-05