´Pakistán, un Estado con bombas nucleares´, Brahma Chellaney

Pakistán, un Estado con bombas nucleares

Las “joyas de la corona” de Pakistán –sus armas nucleares– cada vez parecen menos bazas estratégicas. En un Estado que alberga a terroristas trasnacionales y con generales y científicos que creen en la “yihad”, la existencia de armas nucleares constituye una amenaza para seguridad interna e internacional. El país no sólo ha sido identificado como origen de las transferencias nucleares a otros tres Estados renegados –Corea del Norte, Irán y Libia–, sino que Washington, temeroso de que dichas armas caigan en manos islamistas, también está preparando planes de contingencia para ponerlas a buen recaudo en caso de que Pakistán se hunda en un torbellino de agitación política.

Los dos intentos frustrados de asesinar al general Pervez Musharraf, el gobernante militar respaldado por Estados Unidos, han conjurado el espectro de acontecimientos cataclísmicos. Musharraf, que en Pakistán recibe el burlón apodo de Busharraf, se enfrenta al clásico problema de los dictadores: cuantos más poderes concentra, más vulnerable e inseguro se vuelve.

De modo más alarmante, Musharraf lucha ahora por controlar la víbora que él mismo ha criado. Los extremistas islámicos pakistaníes se han hecho más poderosos bajo su mandato, aun cuando el propio dictador se haya alineado con Estados Unidos en la lucha mundial contra el terrorismo. Musharraf acusa hoy al grupo terrorista que él contribuyó a organizar –el Ejército de Mahoma– de estar detrás del último plan para asesinarlo. Después de haber jugado con fuego, Musharraf intenta ahora no verse consumido por las llamas.

No hay nada más inestable que la mezcla de terrorismo y peligros nucleares que caracteriza la actual situación pakistaní. Esta situación conlleva riesgos internos y externos: que Pakistán se convierta en el primer Estado fracasado con armas nucleares o que siga transfiriendo tecnología a Estados delincuentes o incluso a terroristas.

Las últimas acciones del Gobierno pakistaní, que ha detenido o interrogado a una serie de integrantes de su programa nuclear y ha prohibido el viaje al extranjero de cuantos trabajan en el programa de armas nucleares, se han producido tras intensas presiones estadounidenses. Al parecer, Washington, que ha puesto todas sus fichas en Musharraf, ha decidido apretarle las clavijas tras sentirse repetidamente incomodado por los casos de proliferación nuclear ocurridos bajo su mandato.

Sin embargo, controlar los científicos nucleares renegados podría resultar una tarea tan descomunal como atajar el terrorismo y el extremismo en Pakistán. En realidad, los orígenes del programa de armas nucleares pakistaní, que hunde sus raíces en el contrabando y el espionaje, siempre ha conllevado el peligro de que algunos científicos reprodujeran los logros por razones económicas o religiosas.

El programa fue creado en 1972 por el entonces primer ministro Zulfikar Ali Bhutto, quien justificó la búsqueda de una “bomba islámica”. Se basó en dos pilares: primero, una red de espionaje y contrabando con intermediarios y organizaciones pantalla en Europa mediante los cuales adquirir los componentes y la tecnología esenciales; y, segundo, las importaciones nucleares encubiertas de China, su aliado estratégico.

El reciente descubrimiento por parte de los estadounidenses de que las centrifugadoras libias utilizadas para enriquecimiento de uranio procedían de Pakistán no tendría que haber suscitado gran sorpresa. Libia financió en un principio el programa pakistaní como parte de un trato concluido en París entre altos funcionarios pakistaníes y libios en el año 1973. Ningún país invierte dinero en un programa clandestino de otro sin la expectativa de recibir a cambio formación y tecnología.

Tampoco constituye una sorpresa que la figura central en las actuales investigaciones sobre las filtraciones de tecnología nuclear sea el principal responsable de la creación del programa pakistaní mediante compras encubiertas en el extranjero. Abdul Qadir Jan, un metalúrgico formado en Alemania, consiguió datos sensibles sobre la centrifugadora de gas de Almelo (Países Bajos), con planos y listas de proveedores incluidos, mientras trabajó entre 1972 y 1975 para un subcontratista de Urenco, el consorcio inglés, neerlandés y alemán para el enriquecimiento de uranio.

Jan volvió a Pakistán después de que las autoridades neerlandesas, alertadas por una serie de compras y exportaciones ilegales, le prohibieran en 1975 participar en trabajos relacionados con el enriquecimiento de uranio. La planta de enriquecimiento pakistaní de Kahuta, basada en los planos de Almelo robados, se terminó de construir en 1985. Da la impresión de que, bajo su dirección, Pakistán montó el circuito de contrabando nuclear de mayor éxito del mundo.

En la actualidad, impulsados por motivos diferentes, Jan y sus protegidos están repitiendo sus hazañas. Es tal la influencia de Jan que, pese a verse apartado en el año 2001 del programa nuclear a consecuencia de las presiones estadounidenses y de ser interrogado el mes pasado por los investigadores, en su país sigue siendo un héroe nacional y un guía para los científicos nucleares. De hecho, el complejo de Kahuta lleva su nombre: Laboratorios de Investigación A. Q. Jan.

A pesar de ser el centro de las investigaciones oficiales, Musharraf no se atreve a detener al creador de la primera “bomba islámica”. Al fin y al cabo, el propio Pervez Musharraf, que antes del 11-S consideraba que la “yihad” era un instrumento legítimo de la política estatal pakistaní, elogió a Jan en la fiesta organizada con motivo de su “jubilación” diciendo que era el hombre que “increíblemente contra todos los obstáculos” había fabricado la bomba nuclear de Pakistán y “hecho que se enorgullecieran todos los países islámicos”.

El modo en que se ha repetido la hazaña original resulta evidente si tenemos en cuenta que en el corazón de las transferencias ilegales pakistaníes a Irán, Corea del Norte y Libia se encuentra el mismo diseño de centrifugadora robado en la planta neerlandesa de Almelo. Este patrón común en la proliferación nuclear ha salido a la luz después de que, como consecuencia de intensas presiones internacionales, Irán revelara detalles de su programa de enriquecimiento al Organismo Internacional de la Energía Atómica y de que Libia, deseosa de acabar con los rigores de las sanciones encabezadas por Estados Unidos, decidiera recientemente confesar sus proyectos en marcha.

La firma tecnológica de Pakistán sobre las transferencias nucleares a los tres Estados parias es tan inconfundible que Islamabad, que posee unos abultados antecedentes de colaboración nuclear ilegal (por ejemplo, con China), ha admitido por primera vez que, movidos por la codicia o la ambición personal, algunos de sus científicos quizá hayan podido transferir tecnología nuclear al extranjero. El éxito pakistaní a la hora de montar un programa de armas nucleares pieza a pieza con tecnología y materiales conseguidos de forma ilegal era el modelo que Irán, Corea del Norte y Libia deseaban emular comprando cierta tecnología esencial al propio Pakistán. Las pruebas claras de la conexión nuclear pakistaní de Irán, por ejemplo, aparecieron hace unos años, cuando el presidente Bill Clinton compartió informes de la CIA sobre personas y comunicaciones interceptadas con su homólogo ruso, Boris Eltsin, en 1995.

Una cuestión clave es el grado de implicación en las transferencias del “establishment” pakistaní que ha gobernado directa o indirectamente el país desde su creación en el año 1947.

¿Pudo haber viajado Jan 13 veces a Corea del Norte en los últimos años sin conocimiento del Gobierno? Según informaciones pakistaníes, Jan ha declarado a los investigadores que las transferencias nucleares a Irán fueron autorizadas por el general que entonces dirigía el Ejército, Mirza Aslam Beg. Si bien los acuerdos con Irán y Libia referentes a la tecnología de las centrifugadoras son anteriores al golpe de Estado incruento de Pervez Musharraf en 1999, el trascendental intercambio de tecnología nuclear por misiles con Corea se ha producido bajo su mandato. ¿Resulta creíble que Musharraf afirmara no saber nada de ese intercambio cuando los satélites espías estadounidenses pusieron de manifiesto la participación de su Ejército al fotografiar un avión de transporte C-130 pakistaní cargando componentes de misiles en Corea del Norte en el 2002?

En el caso de que Musharraf diga la verdad, la comunidad internacional debería preocuparse aún más por los peligros nucleares inherentes a la inestable situación de Pakistán. La seguridad adecuada, incluida la protección física de los activos, sólo podrá garantizarse si el Gobierno posee un control completo de armas y materiales nucleares. Si el Gobierno afirma que las exportaciones nucleares se han producido sin su conocimiento, se plantea la posibilidad de que pueda perder el control de algunas partes del programa nuclear durante un periodo de agitación política. El hecho de las autoridades sean incapaces de controlar los elementos islamistas renegados en el seno del Ejército, los servicios de inteligencia y la comunidad nuclear pakistaníes pone de relieve el peligro de que tales fuerzas puedan apoderarse de ciertos elementos nucleares o incluso hacerse con el poder.

Como mínimo, los casos de proliferación nuclear muestran que en los próximos años Pakistán seguirá siendo un gran fuente de conocimientos para otros países islámicos interesados en la bomba. Así quedó de manifiesto con las visitas de funcionarios saudíes y de los Emiratos Árabes Unidos al complejo de Kahuta en mayo de 1999.

La caída de Pakistán en una inestabilidad creciente plantea la cuestión de qué está haciendo Estados Unidos para invertir la situación, al margen de engrasar la dictadura de Musharraf con miles de millones de dólares en ayuda y cancelación de la deuda. Dados sus actuales problemas en Iraq y Afganistán, el Gobierno de Bush ha adoptado con Pakistán la salida fácil: seguir poniendo todos los huevos en la cesta de un mismo general. El caso es que Musharraf no sólo ha fracasado a la hora de cumplir sus promesas, sino que su futuro parece cada vez más incierto. Aunque sea un hombre con siete vidas, como ha bromeado él mismo, puede que ya no le queden muchas teniendo en cuenta las veces que ha escapado de sus asesinos en los últimos dos años.

lavanguardia, 5-II-2004