´Nueva Delhi cede ante Pekín´, Brahma Chellaney

Nueva Delhi cede ante Pekín
Brahma Chellaney, profesor de Estudios Estratégicos en la institución privada Center for Policy Research, de Nueva Delhi
LV, 2-VIII-2003

India, en un intento por aplacar a su antiguo rival, China, ha cambiado sutilmente su posición respecto a Tíbet y ha reconocido claramente la anexión china del “techo del mundo”, lo cual ha deleitado a Pekín, pero ha suscitado dudas sobre la estrategia diplomática de Nueva Delhi y ha causado una gran preocupación entre los exiliados tibetanos. Durante mucho tiempo, la gran maldición de la política exterior india ha sido su esperanza inquebrantable. De hecho, al Gobierno de Nueva Delhi se le puede aplicar a la perfección el aforismo del filósofo estadounidense de origen español George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.”

Tras alcanzar un acuerdo inicuo en Pekín, el primer ministro Atal Bihari Vajpayee regresó hace poco de China jurando que el vecino comunista de India “corresponde ahora plenamente a nuestro deseo de buena voluntad mutua”. Los dirigentes chinos se aprovecharon hábilmente de las ansias de Vajpayee para que su visita fuera un éxito y lograron que realizara unas concesiones que muestran a India como un país dispuesto a aceptar un papel secundario en una Asia dominada por China.

A pesar de que enumeraron las virtudes de un mundo multipolar y ofrecieron una declaración conjunta con Vajpayee, China define la multipolaridad de tal modo que se erige como el único polo de Asia para limitar la influencia estadounidense, contener a India, intimidar a Taiwán, avergonzar a Japón, dividir a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Ansea) y usar a su antojo a otros estados como países clientelares: Pakistán y Myanmar contra India, y Corea del Norte contra Japón. Aun así, Vajpayee declaró a la conclusión de su visita que las “relaciones de cooperación entre India y China serían una fuerza positiva en la búsqueda de un orden mundial multipolar”.

En Pekín, Vajpayee no pareció el líder de un Estado que posee armas nucleares decidido a enfrentarse a China de igual a igual, sino alguien que iba a rendir homenaje al fabuloso Reino del Medio. Todas las declaraciones efusivas y las concesiones procedieron del lado indio; los chinos, por su parte, no cedieron terreno y hablaron en términos comedidos de las relaciones sino-indias, por lo que acabaron saliéndose con la suya.

El viaje de Vajpayee será recordado por su concesión gratuita de Tíbet, una gran barrera histórica entre las civilizaciones india y china, que los comunistas se anexionaron en 1950 al cabo de poco de hacerse con el poder en Pekín. Vajpayee ha intentado sin éxito apaciguar la controversia provocada por su actitud servil ante China, pero a pesar de todos sus esfuerzos, no puede esconder el hecho de que ésta es la primera vez que India ha usado el término legal “reconocer” –en un documento conjunto firmado por los jefes de Gobierno de los dos países– para aceptar sin ambages la denominación china de la Región Autónoma de Tíbet (RAT) como “parte del territorio de la República Popular de China”. Fue un regalo de ensueño para el presidente Hu Jintao, que dejó su impronta en el Partido Comunista Chino como el administrador de la ley marcial desde 1989.

China, que se ha mostrado insegura acerca de su control en la zona y sobre la validez de su reivindicación de un territorio que ha sido independiente a lo largo de gran parte de la historia, ve a Nueva Delhi como la clave para seguir manteniendo el control de Tíbet, que tradicionalmente siempre ha mantenido unos vínculos comerciales y culturales muy fuertes con su vecino del sur.

Al aceptar la denominación que Pekín quería de Tíbet, India se ha expuesto a recibir mayores presiones de China porque es el hogar del Dalai Lama y de más de cien mil de sus seguidores. En un futuro próximo el Gobierno chino podría exigir a Nueva Delhi que asumiera el reconocimiento de la nueva denominación y disolviera el Gobierno tibetano en el exilio que tiene la sede en la ciudad del Himalaya indio de Dharamsala o, como mínimo, que prohibiera las publicaciones de los “separatistas” tibetanos.

El reconocimiento de Nueva Delhi, que resultará perjudicial para sus propios intereses, sigue con la traición hacia el pueblo tibetano iniciada por el primer ministro Jawaharlal Nehru, que renunció a los derechos territoriales que su país había heredado en Tíbet de los británicos y firmó un acuerdo comercial con Pekín en 1954, mediante el que reconocía la “región de Tíbet de China”. Nehru intercambió una concesión explícita por un ambiguo beneficio implícito, ya que sacrificó Tíbet para que “nuestra frontera norte fuera considerada firme y definitiva”. Pero en lugar de eso trajo la guerra.

El acuerdo de 1954 finalizó en 1962, el año en que China invadió India, una guerra que aceleró la muerte del primer ministro indio. Todos los gobiernos posteriores intentaron corregir el error de Nehru y mantuvieron que Tíbet era una región autónoma dentro de China y no una parte del país.

Ahora Vajpayee ha reconocido claramente como parte de China el área conocida oficialmente como RAT, la meseta central donde viven mucho menos de la mitad de las personas de raza tibetana. Asimismo, al reducir Tíbet a una mera región autónoma, Vajpayee ha concedido implícitamente la incorporación forzosa de los grandes territorios adyacentes de Tíbet a las provincias chinas de Qinghai, Sichaun, Gansu y Yunnan.

China se ha alegrado de su doble éxito, ya que ha logrado imponer una nueva denominación que califica como la “primera aceptación explícita” de Nueva Delhi de su absorción de Tíbet y también ha conseguido que Vajpayee acceda a abrir vías de comercio con Tíbet desde un estado indio, Sikkim, donde Pekín no reconoce la presencia legal de India. China lleva años librando una batalla solitaria por Sikkim y, en 1975, se negó a aceptar el cambio de categoría de este diminuto territorio himalayo que pasó de ser un protectorado indio a formar parte de la unión india.

En un clásico ejemplo de cómo India revive la historia, las declaraciones de Nueva Delhi sobre el acuerdo comercial entre Sikkim y Tíbet parecen una réplica exacta de sus afirmaciones tras el acuerdo de 1954, que desencadenó sus problemas fronterizos con China. Del mismo modo en que India se engañó a sí misma al interpretar la mención de los puestos comerciales fronterizos del acuerdo de 1954 como un reconocimiento de facto por parte de China de la frontera indo-tibetana, el Gobierno de Nueva Delhi se apresuró a anunciar que la vaga referencia del último acuerdo a un “paso en la frontera entre India y China” era un reconocimiento implícito de los chinos de la actual categoría de Sikkim, una afirmación que Pekín rechazó inmediatamente para bochorno de Vajpayee, que aún se encontraba de visita en el país. Al intercambiar concesiones concretas por vanas esperanzas, Vajpayee ha regalado la última baza de Nueva Delhi. El contraste en los estilos diplomáticos chinos e indios no podría ser más fuerte. Mientras India desperdiciaba su carta de Tíbet, China no se mostró dispuesta a renunciar a nada y no cedió ni un ápice en lo referente a Sikkim, a pesar de que los indios aceptaron su propuesta de reabrir la antigua ruta de la seda que atraviesa la zona. Del mismo modo, China considera la línea de control con India, aún no definida del todo, como una poderosa herramienta que inmoviliza a un gran número de tropas indias del Himalaya y al mismo tiempo asegura que Nueva Delhi no obtiene una supremacía militar decisiva sobre el gran aliado de China, Pakistán.

La visita de Vajpayee, de hecho, contribuyó a que se creara un vínculo poco halagüeño entre el atribulado Tíbet, una importante cuestión internacional a la que resulta difícil encontrar solución debido a la continua resistencia del Gobierno chino, y el pacífico Sikkim, cuyos ciudadanos (y el resto del mundo) habían aceptado su unión con India.
La concesión del primer ministro respecto a Tíbet no significa que India se esté preparando para deshacerse o marginar al Dalai Lama. Al igual que Nehru, Vajpayee seguirá adelante con su doble política de apaciguar a China en los asuntos referentes a Tíbet a la vez que seguirá prestando ayuda a los movimientos internacionales del Dalai Lama y su Gobierno en el exilio. Sin embargo , esto demuestra que Vajpayee no ha aprendido de los errores de Nehru ni desea jugar la baza más importante de India contra China: Tíbet.

También plantea una pregunta muy importante: ¿por qué ha firmado un acuerdo desde una posición débil, con lo que ha minado su propia capacidad de negociación para el futuro? India debería intentar ganar tiempo. Otra década de profundas reformas económicas y de una cooperación mayor con Estados Unidos podría proporcionarle la fuerza y la seguridad necesarias para negociar con China. Dada la insostenible contradicción entre la autocracia comunista china y el capitalismo de mercado, el tiempo corre a favor de India.