´żNos importa la ONU?´, W.R. Polk

¿Nos importa la ONU?

La realidad de nuestro mundo proclama el hecho de que, nos guste o no, es un mundo plural. Es posible que Estados Unidos sea la única superpotencia, aunque, bien mirado, nuestra elevada posición puede ser más transitoria de lo que ahora juzgamos; en cualquier caso, no podemos realizar de manera unilateral todo lo que anhelamos. Yes menester ser conscientes de que -para bien o para mal- nuestras mejores posibilidades de actuación en el plano institucional e internacional se enmarcan en las Naciones Unidas, de modo que hemos de dejar ya el juego sin sentido y a menudo absurdo y ridículo de infravalorar y menospreciar a la ONU para intentar, por el contrario, trabajar para hacer de esta institución un instrumento útil. Las Naciones Unidas son la obra salida de las manos de los países aliados al término de la Segunda Guerra Mundial y serán lo que queramos que sean en nuestro tiempo. Ni más, ni menos. Evidentemente, se trata de una institución frágil porque así hemos querido que lo fuera. En un principio Estados Unidos fue contrario a otorgar el derecho de veto a los países miembros del Consejo de Seguridad más experimentados y solventes, como querían los rusos, pero lo cierto es que somos nosotros quienes hemos hecho uso del derecho de veto mucho más que los rusos. La ONU es una herramienta, un dispositivo del que nos valemos cuando se adecua a nuestros intereses y propósitos y del que hacemos caso omiso si así nos conviene o criticamos si fracasamos o no logramos nuestros objetivos...

Pero conviene que ayudemos a la organización a fin de que alcance la plenitud de su desarrollo, tanto por lo que se refiere a sus departamentos administrativos como a sus órganos decisorios (el Consejo de Seguridad y la Asamblea General). Y al hacerlo, evidentemente, hemos de crecer y progresar también nosotros en lo concerniente a nuestra actitud hacia la organización. Hemos de ponernos de acuerdo para cooperar aunque no siempre demos por buenas las decisiones que se adopten en su foro. Tal es el fundamento de la convivencia en el seno de toda comunidad, incluida la comunidad mundial.

Un aspecto clave de las Naciones Unidas radica en su papel de salvaguarda de la paz. Estados Unidos, al preferir hacer uso de sus propias fuerzas bajo su mando directo, se ha opuesto habitualmente a que las Naciones Unidas contaran con la fuerza y los recursos suficientes para cumplir sus fines. Ha sido un costoso error. Podrían haberse evitado guerras o éstas podrían haber acabado antes; cientos de miles de personas habrían escapado de la muerte y nuestra propia seguridad se habría visto potenciada si la ONU hubiera podido desarrollar una fuerza de pacificación firme y vigorosa. Además, una fuerza de pacificación de esta naturaleza contaría con mucha mayor aceptación en las zonas más agitadas y conflictivas del mundo que una fuerza exclusiva o predominantemente estadounidense en forma de una coalición. La población en dificultades la vería menos en consecuencia como un desafío a su soberanía o como un pistolero en acción que como una fuerza de seguridad en la que puede participar a su vez. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que una fuerza de estas características ha de ser eficaz. Y, para ser eficaz, habrá de ser una fuerza permanentemente a punto, no una fuerza articulada en situaciones de emergencia. Debe contar con un mando unificado dependiente del secretario general y a las órdenes del Consejo de Seguridad. Crear tal fuerza no significa en absoluto que Estados Unidos o cualquier otro país hayan de renunciar a sus propias fuerzas armadas, que seguirán siendo necesarias para las tareas propias de la defensa y para tranquilizar los sentimientos e inquietudes nacionales; de todas formas, es de esperar que éstas reduzcan su escala.

De cuanto antecede puede inferirse que cabe reencauzar -dentro de los márgenes de seguridad- al menos una parte de la enorme actual inversión estadounidense en armamento y efectivos militares hacia programas de salud, educación, investigación y protección medioambiental en el sector público. Los 500.000 millones de dólares que Estados Unidos gastó en la guerra de Vietnam, así como una cantidad de orden comparable que se gasta actualmente en Iraq, es fundamentalmente dinero despilfarrado. De haberse empleado incluso una reducida proporción de tales sumas en útiles proyectos e iniciativas, el mundo en que vivimos sería un mundo más digno y justo, más próspero y menos peligroso para el propio Estados Unidos y sus ciudadanos y para los ciudadanos del resto del mundo. El mejor modo de encaminarse en esta dirección es que las Naciones Unidas actúen enérgica y firmemente, se-cundadas si es posible y adecuado por organizaciones de seguridad de ámbito regional.

No obstante, en lugar de reflexionar de forma creadora y sagaz y de financiar adecuadamente a las Naciones Unidas, hemos estado atacándolas y criticándolas sin cesar con acusaciones, como mínimo, fatuas y necias. El escándalo a propósito del programa petróleo por alimentos en Iraq en los años noventa constituye el último ejemplo de ello. Bajo el apremio de Estados Unidos, el Consejo de Seguridad -en cuyo seno Estados Unidos puede vetar evidentemente todas las decisiones- impulsó este programa. Para verificar su aplicación y cumplimiento, el Consejo de Seguridad creó a su vez el denominado Comité 661, del que Estados Unidos era miembro sobresaliente. Ahora nos cuentan que hallándose en vigor el régimen de control y supervisión del programa salieron de Iraq 6.000 millones de dólares -su valor en petróleo-, circunstancia achacable a las Naciones Unidas. La realidad es muy distinta. La mayor parte del petróleo se expidió a través del golfo Pérsico, donde se encontraba la V Flota estadounidense que, haciéndose pasar por navíos de las Naciones Unidas (con un número muestra de barcos de otros países) y al mando sucesivo de varios almirantes, inspeccionó los petroleros permitiendo el paso de la mayoría de ellos, ¡los correspondientes a la mayoría de los 6.000 millones en petróleo! Si alguien incurrió en falta, fue Estados Unidos. El resto de los 6.000 millones corresponde a la venta de petróleo que salió mediante transporte por carretera con dirección a Jordania y Turquía, a quienes, por razones comprensibles (y creo que justificadas) Estados Unidos permitió quebrantar el boicot. Pero hemos preferido acusar a las Naciones Unidas por una política que nosotros, Estados Unidos, iniciamos e introdujimos, supervisamos y toleramos...

Difícilmente cabrá estar en desacuerdo con la crítica o la acusación que señala que "el único papel que Estados Unidos da por sentado que ejerzan las Naciones Unidas en el irresoluto conflicto de Iraq es el de chivo expiatorio".

Esta acusación, si no fuera tan perjudicial para nuestros intereses a largo plazo, sería una burla. Otro ejemplo -más espectacular- de víctima propiciatoria se registró en la operación en Somalia durante la Administración Clinton. La película Black Hawk derribado (Ridley Scott, 2001) ofrece un relato bastante ajustado: como ilustra la cinta, el mando estadounidense no consultó ni informó siquiera al mando de la fuerza pacificadora de las Naciones Unidas antes de que sus tropas atacaran Mogadiscio. Pero luego, una vez que el ataque fracasó, solicitaron ser rescatadas por la fuerza de las Naciones Unidas, que hizo lo que pudo. Y he aquí que, en un instante, la operación estadounidense se convirtió en una operación de las Naciones Unidas, que recibió, a continuación, una lluvia de críticas...

En lugar de incurrir temerariamente en tales diabluras,hemos de encarar con seriedad nuestras relaciones con las Naciones Unidas, que únicamente podremos mantener con un elevado nivel y solvencia si procedemos con total franqueza en relación con la organización, la tomamos en consideración en nuestras iniciativas y la financiamos adecuadamente. La ONU nunca será perfecta -¿qué organización lo es?-, pero la versión estadounidense de la sátira de Will Rogers (1879-1935), El cowboy filósofo, contra el Congreso estadounidense, por tremenda que sea puede palidecer ante cosas mucho peores...

Mientras trabajé al servicio del gobierno -y desde entonces para acá- criticamos y hemos seguido criticando, pero lo cierto es que no hemos hecho ningún esfuerzo realmente serio y sostenido por progresar y mejorar. Tal esfuerzo debería ser, indudablemente, prioridad destacada de la política de Estados Unidos.

lavanguardia, 14-IX-05