´¿Fascismo en Dinamarca?´, Walter Laqueur

¿Fascismo en Dinamarca?

Dinamarca era mi paraíso de joven. Era posible visitar el país durante unos días o unas semanas y respirar algo de aire fresco, lejos del alcance de la dictadura de la Alemania nazi. Aprendí incluso un poco de danés para leer los periódicos. Durante la guerra y en años posteriores seguí los acontecimientos del país con interés y bastante de cerca. Aunque, al parecer, no lo bastante de cerca en estos últimos años. Leo en los artículos de la prensa mundial que en Dinamarca, sin que nadie se haya dado demasiada cuenta, la extrema derecha se ha hecho con el poder y puede que incluso se haya establecido un régimen semifascista. Es cierto que esos corresponsales escriben desde Londres, Nueva York o Boston, pero de todos modos los artículos dan que pensar.

¿Qué ha sucedido? Ha habido una reacción popular contra la política de las décadas de 1980 y 1990, cuando, casi sin discriminación, se permitió la entrada de muchos miles de emigrantes del norte de África y Oriente Medio que decían buscar asilo político. Sin embargo, todo parece demostrar que la mayoría no sufría persecución política alguna. Fueron admitidos, al menos temporalmente, a pesar de que muchos no tenían intención alguna de integrarse en el país. Habían oído que se podía vivir bien en Dinamarca sin tener que trabajar. Es cierto que sólo constituían el5% de la población; pero ese 5% recibía nada menos que el 50% del presupuesto estatal para todo tipo de gastos asistenciales.

A su llegada al poder, el nuevo Gobierno introdujo algunas medidas para hacer frente a los peores abusos. Intentó, por ejemplo, reducir el número de matrimonios forzados, la entrada de chicas jóvenes y mujeres obligadas a ir a Dinamarca en contra de su voluntad. Sin embargo, esas medidas generaron muchas protestas, incluso por parte de la ONU y la Unión Europea, y se dijo que suponían una violación de derechos humanos fundamentales. Habría uno pensado que tales organizaciones internacionales deberían haber acogido de modo favorable tales medidas, pero no fue así.

De todos modos, el fascismo no ha llegado todavía a Dinamarca. Las organizaciones islamistas radicales, algunas de ellas de orientación terroristas, no han sido ilegalizadas. El partido Hizb Ul Tahrir, prohibido en la mayoría de los países europeos (y también en la mayoría de los países árabes), actúa libremente en Dinamarca; e incluso el más radical Muhajirun se mueve sin trabas en el país. Cuando los islamistas radicales quisieron declarar Norrebro, un barrio de Copenhague, zona islámica sometida a la charia y no a las leyes danesas, nadie fue detenido ni deportado. Hubo manifestaciones multitudinarias en contra del "capitalismo y la democracia", pero la policía ayudó a los organizadores.

Cuando estallaron los disturbios en los barrios periféricos de París, hubo también manifestaciones de jóvenes musulmanes en Aarhus, donde se publicaron por primera vez las desafortunadas caricaturas. Sin embargo, no se manifestaban en contra de las viñetas, sino que gritaban: "Ésta es nuestra tierra". No querían decir que se identificaban con Dinamarca, lo cual habría sido muy positivo, sino que pensaban que el país les pertenecía a ellos. En Estocolmo, al mismo tiempo, aparecieron camisetas que anunciaban: "2025 y el poder es nuestro". Quizá sólo sean bromas infantiles y no habría que fijarse en ellas (como hacen los suecos). Los suecos hacen muy bien eso de no fijarse en los problemas que tienen delante, aunque no es seguro que esa actitud resulte de ayuda a largo plazo. Mientras tanto, han perdido la mitad de Malmö, la tercera ciudad de Suecia, y partes enteras de Estocolmo.

El Gobierno de Rasmussen no ha mostrado la suficiente voluntad política para deportar a quienes estaban en el país de modo ilegal. A ninguno de los imanes que se dedican a predicar el odio se le ha pedido que se vaya. Quizá siguen el ejemplo noruego. El imán Kalkar, buscado en varios países por actividades terroristas (y contrabando de drogas) lleva ya muchos años gozando de asilo político en Noruega. Es cierto que se ha amenazado varias veces con deportarlo, pero la medida nunca se ha llevado a la práctica. Al contrario, el Estado le proporciona ayuda financiera para sus actividades. Claro que hay musulmanes moderados en Dinamarca, quizá sean la mayoría; pero son tranquilos, no son relevantes en términos políticos. En Copenhague se celebró una manifestación en favor del islam moderado encabezada por Nasser Jader, un parlamentario musulmán. Sólo acudieron unos pocos centenares de personas. Los radicales gritan con mucha más fuerza y logran influenciar a los jóvenes.

Con todo, el fascismo todavía no impera en Dinamarca, ni siquiera el populismo, al menos no por parte del Gobierno. Ahora bien, la situación es triste. Un viejo amigo, antaño director de uno de los principales periódicos del país, ha afirmado que el Gobierno debería apaciguar a los musulmanes y construir una gran mezquita en el centro de Copenhague. Habría que construir diez mezquitas si eso ayuda a distender la situación. Pero ¿lo haría? La actual lucha parece ser por el poder, no por las mezquitas.

Bruce Bawer, un crítico literario estadounidense que ha vivido muchos años en Escandinavia, acaba de publicar en Nueva York un libro sobre ese tema, While Europe slept (mientras Europa dormía). Cita la siguiente conversación con dos importantes escritores daneses: "Pero los daneses no tienen por qué tener mala conciencia (afirma Bawer); al fin y al cabo, salvaron a los judíos en la Segunda Guerra Mundial... Sí, contestaron los escritores, salvaron a los judíos en 1943, pero han sido reeducados. Dudamos mucho de que volvieran a hacerlo hoy. Si los fundamentalistas se dedicaran en un futuro no demasiado lejano a hacer redadas contra los judíos, se consideraría racista intervenir para ayudarlos".

¿Son sólo pesadillas? Puede ser.

lavanguardia, 24-II-06