´Democracia y poder invisible´, Salvador Cardús

El caso de los secretos de Estado filtrados por Wikileaks, más allá del interés que pueda suscitar el goteo de cotilleos diplomáticos, debería servir para traer a debate una de las cuestiones más importantes que plantea el sistema democrático: las relaciones entre poder y secreto. Norberto Bobbio trató el asunto con gran maestría. Recuerdo su gran lección en la inauguración de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona en 1986, titulada "Democràcia i ciències socials". Decía Bobbio: "El poder tiene una tendencia irresistible a esconderse", y citando a Elias Canetti, añadía: "El secreto está en el núcleo más interno del poder". La razón es clara: quien ejerce el poder suele considerar que la invisibilidad de sus intenciones facilitará los efectos buscados. Y eso es así tanto en el ejercicio de la política como en cualquier otro orden de la vida social.

Pero como decía también Bobbio, una de las cualidades que definen mejor la democracia es la de ser "el poder en público". Es decir, que obliga a sus gobernantes a tomar sus decisiones a la luz del público. Una cualidad, de todas maneras, que no resuelve la complejidad de lo que afirma, sino que nos enfrenta a una de las muchas paradojas propias de la democracia.

Bobbio desarrolla magistralmente este problema en "La democracia y el poder invisible", texto publicado en español en 1985 en El futuro de la democracia.Cuestiones como la del "secreto de Estado" o la de la "noble mentira" de Platón; las estrategias de la simulación y la disimulación en el ejercicio del poder o el modelo de control planteado por Foucault con el panóptico (el ser visto por el vigilante sin poder verlo), y la derivada sobre "quién vigila al vigilante", todas ellas muestran hasta qué punto la idea de "poder en público", a pesar de todo, tiene sus zonas oscuras. Pero si hay algo que realmente ilustre a la perfección la existencia de "poder invisible" es el espionaje y el contraespionaje, prácticas a las que ningún Estado democrático ha renunciado nunca hasta ahora. Si la democracia, como mejor forma de gobierno posible, no ha sido capaz de cumplir la promesa ni del autogobierno ni de la igualdad, se pregunta Bobbio, "¿ha cumplido su promesa de derrotar al poder invisible?".

Ciertamente, la respuesta es no. Pero, según Bobbio, precisamente lo que distingue al poder democrático del autocrático es que sólo el primero puede desarrollar mecanismos en su seno para producir formas de desocultación para denunciar escándalos, es decir, para desvelar acciones realizadas sin publicidad. Entonces, la pregunta a la que deberíamos poder responder es si el desvelamiento de secretos de Wikileaks puede sumarse a los mecanismos de desocultación del "poder invisible". Y eso, con independencia de si ha sido movido por una intención subjetiva "anarquista" por parte de su cabeza visible, Julian Assange - como la ha calificado el portavoz del Departamento de Estado norteamericano-,o incluso si tiene su origen en el resentimiento revanchista de la probable fuente de los datos, el joven militar Bradley Manning.

En otro plano más modesto, el caso Wikileaks también plantea la cuestión del verdadero valor y calidad de tanta información secreta. Porque lo cierto es que, hasta ahora, lo conocido se limita a un sinfín de informaciones banales que cualquier lector atento de periódicos ya tiene en sus manos. Las descripciones de los caracteres personales de los principales líderes políticos mundiales, y estos últimos días, también del presidente y ministros españoles, destacan por su obviedad. Para saber que Rubalcaba es el mejor ministro actual o que Chacón es tan ambiciosa como inexperta no nos hacía falta el servicio de información secreto de la mayor potencia mundial. Incluso las sospechas de negocios turbios, como el caso de las complicidades entre Putin y Berlusconi, oel talante patológico de Gadafi, tampoco puede decirse que hayan sorprendido a nadie. De manera que la banalidad de los secretos desvelados hasta ahora plantea por lo menos otras tres graves cuestiones. La primera, sobre la justificación del coste económico de este amplio y retorcido sistema diplomático de "chismorreo de Estado" (no creo que merezca ser calificado de "secreto de Estado"). La propia idea de diplomacia, el "ser diplomático", conlleva la imagen de "noble mentira" de la que antes se hablaba.

Pero, de momento, no nos han descubierto ninguna noble mentira, ningún engaño piadoso que justifique tanto boato institucional. La segunda cuestión es que al margen de si la información desvelada es poco o mucho relevante, su existencia ayuda al desarrollo de una visión conspirativa de la política internacional verdaderamente poco seria. ¡Sólo nos faltaba esto para redundar en la desconfianza hacia la política!

Pero queda una tercera cuestión: ¿realmente se nos está contando todo lo que está en estos cables secretos? En una reciente tertulia radiofónica en una emisora de ámbito estatal, un periodista del periódico al que se le han revelado los secretos contaba que ellos, igual que The New York

Times y otros, estaban en contacto con sus respectivos gobiernos antes de publicarlos, "por responsabilidad". ¿Cómo es que aún no se conocen las transcripciones de las conversaciones del rey Juan Carlos? ¿A qué esperan a desvelar las informaciones relativas a ETA que están en los cables de Wikileaks? Si es cierto que el delito está en revelar secretos de Estado pero no en publicarlos, ¿podemos confiar en que la "responsabilidad" a la que se refería aquel periodista estará de la parte del objetivo democrático de "desocultación", o más bien todo lo contrario, va a estar a favor de la protección del "poder invisible"?

8-XII-10, Salvador Cardús, lavanguardia