´La ciberguerra de Wikileaks´, Manuel Castells

Como documenté en mi libro Comunicación y poder, el poder reside en el control de la comunicación. La reacción histérica de EE. UU. y otros gobiernos contra Wikileaks lo confirma. Entramos en una nueva fase de la comunicación política. No tanto porque se revelen secretos o cotilleos como porque se difunden por un canal que escapa a los aparatos de poder. La filtración de confidencias es la fuente del periodismo de investigación con la que sueña cualquier medio de comunicación en busca de scoops. Desde Bob Woodward y su garganta profunda en The Washington Post hasta las campañas de Pedro J. en política española, la difusión de información supuestamente secreta es práctica habitual protegida por la libertad de prensa.

La diferencia es que los medios de comunicación están inscritos en un contexto empresarial y político susceptible a presiones cuando las informaciones resultan comprometedoras. De ahí que la discusión académica sobre si la comunicación por internet es un medio de comunicación tiene consecuencias prácticas. Porque si lo es (algo ya establecido en la investigación) está protegida por el principio constitucional de la libertad de expresión, y los medios y periodistas deberían defender a Wikileaks porque un día les puede tocar a ellos. Y es que nadie cuestiona la autenticidad de los documentos filtrados. De hecho, destacados periódicos del planeta están publicando y comentando esos documentos para regocijo y educación de los ciudadanos que reciben un cursillo acelerado sobre las miserias de la política en los pasillos del poder (por cierto, ¿por qué está tan preocupado Zapatero?).

El problema, se dice, es la revelación de comunicaciones secretas que podrían dificultar las relaciones entre estados (lo del peligro para vidas humanas es una patraña). En realidad habría que sopesar ese riesgo contra la ocultación de la verdad sobre las guerras a los ciudadanos que las pagan y sufren. En cualquier caso, nadie duda de que si esas informaciones llegaran a los medios de comunicación, estos también querrían publicarlas (otra cosa es que pudieran). Es más: una vez difundidas en la red, las publican. Lo que se plantea es el control de gobiernos sobre sus propias filtraciones y sobre su difusión por medios alternativos que escapan a la censura directa o indirecta. Una cuestión tan fundamental, que ha motivado una reacción sin precedentes en Estados Unidos, con llamadas al asesinato de Assange por líderes republicanos y hasta columnistas de The Washington Postyunaalarma mundial generalizada desde Chaves hasta Berlusconi con la honrosa excepción de Lula y la significativa reacción de Putin.

A esta cruzada para matar al mensajero se ha unido la justicia sueca en una historia rocambolesca donde el pseudofeminismo se alía con la represión geopolítica. Resulta que los ligues suecos de Julian Assange (¿alguien investiga su conexión con servicios de inteligencia?) lo denuncian porque en pleno acto (consentido) se rompe el condón, ella dice que no quiso seguir y Assange no pudo o no quiso interrumpir el coito y esto, según la ley sueca, podría ser violación. Lo cual no impidió que la violada organizara al día siguiente en su casa una fiesta de despedida para Assange. A partir de tamaño acto de terrorismo sexual, Interpol emite una euroorden de captura con el máximo nivel de alerta desmintiendo que sea por presión de Estados Unidos. Y cuando Assange se entrega en Londres, el juez no acepta fianza, tal vez para enviarlo a Estados Unidos vía Suecia.

Con el mensajero entre rejas, hay que ir a por el mensaje. Y ahí empiezan presiones que motivan que PayPal, Visa, Mastercard y el banco suizo de Wikileaks le cierren el grifo, que le cancelen el dominio y que Amazon les retire el servidor (lo que no impide a Amazon el ofrecer el juego completo de cables filtrados por 7 dólares). La contraofensiva internauta no se hizo esperar. Los ataques de servicios de inteligencia contra la web de Wikileaks han fracasado porque han proliferado las webs espejo,o sea, copias inmediatas de las webs existentes pero con otra dirección. A estas horas hay más de mil en funcionamiento (si quiere ver la lista googlee wikileaks. mirror y salen). En represalia al intento de silenciar a Wikileaks, Anonymous, una popular red hacker,coordinó ataques contra las empresas e instituciones que lo hicieron. Miles de espontáneos se unieron a la fiesta, utilizando Facebook y Twitter, aunque con crecientes restricciones. Los amigos de Wikileaks en Facebook han superado el millón y aumentan en una persona por segundo. Wikileaks ha distribuido a 100.000 usuarios un documento encriptado con secretos sedicentemente más dañinos para los poderosos cuya clave se difundiría si se intensifica la persecución.

No está en juego la seguridad de los estados (nada de lo revelado pone en peligro la paz mundial ni era ignorado en los círculos de poder). Lo que se debate es el derecho del ciudadano a saber lo que hacen y piensan sus gobernantes. Y la libertad de información en las nuevas condiciones de la era internet. Como decía Hillary Clinton en su declaración de enero del 2010: "Internet es la infraestructura icónica de nuestra era... Como ocurría en las dictaduras del pasado, hay gobiernos que apuntan contra los que piensan de forma independiente utilizando estos instrumentos". ¿Se aplica ahora a sí misma esa reflexión? Porque el tema clave está en que los gobiernos pueden espiar, legal o ilegalmente, a sus ciudadanos. Pero los ciudadanos no tienen derecho a la información sobre quienes actúan en su nombre salvo en la versión censurada que los gobiernos construyan. En este gran debate van a retratarse las empresas de internet autoproclamadas plataformas de libre comunicación y los medios tradicionales tan celosos de su propia libertad. La ciberguerra ha empezado. No una ciberguerra entre estados como se esperaba, sino entre los estados y la sociedad civil internauta. Nunca más los gobiernos podrán estar seguros de mantener a sus ciudadanos en la ignorancia de sus manejos. Porque mientras haya personas dispuestas a hacer leaks y un internet poblado por wikis surgirán nuevas generaciones de wikileaks.

11-XII-10, Manuel Castells, lavanguardia