´La batalla de internet´, lavanguardia

Julian Assange, fundador de Wikileaks, la web que ha desvelado cientos de miles de mensajes secretos de las embajadas norteamericanas, ingresó el martes en prisión. Por la mañana se había presentado en una comisaría londinense, después de que se cursara una orden de detención europea, a raíz de cuatro supuestos delitos sexuales que Assange habría cometido en Suecia. La imagen de Assange, de 39 años, custodiado por policías en un coche negro, dio la vuelta al mundo. Y fue interpretada por algunos como el final de un reguero de revelaciones que han mantenido en vilo a la opinión pública. Sin embargo, el asunto Wikileaks quizás no haya hecho sino empezar. En parte, porque su web sigue activa. Y, en parte, porque es la punta del iceberg de un movimiento más amplio por la transparencia global.

Desde que se inició la filtración, las distintas partes implicadas han alimentado un debate muy actual y del mayor interés. La Administración norteamericana estima que esta difusión amenaza la labor de sus diplomáticos y la seguridad de sus colaboradores, aparte de dar armas al enemigo. En cambio, los partidarios de la transparencia apoyan la labor de Assange al considerarla un servicio público y reflejo de la libertad de información; de la misma libertad que EE. UU. defiende cuando China decide limitar la actividad de Google.

Pese a estas diferencias, al parecer irreconciliables, existe cierto consenso acerca de la gravedad de las revelaciones. Hillary Clinton, secretaria de Estado norteamericana, trató de atenuarla diciendo que, al llamar a mandatarios extranjeros rogándoles disculpas, había recibido esta respuesta: "No se preocupe, en privado nosotros también decimos cosas desagradables de ustedes". Asuvez, una amplia mayoría de ciudadanos considera irrelevantes los informes que los embajadores de EE. UU. remiten a sus gobiernos sobre la personalidad de los políticos de los países en los que están destacados. Y opina que muchas de las informaciones sobre alianzas, enemistades y conflictos eran ya del dominio público entre quienes leen la prensa con regularidad. Pero faltaríamos a la verdad si no añadiéramos que también hay en el paquete revelaciones sabrosas, como las relativas a presiones de EE. UU. sobre España.

Dicho esto, conviene tomar distancia del árbol de Wikileaks para ver el bosque que oculta: la batalla por el control de internet, un espacio virtual donde se libran ya grandes contiendas reales. En este sentido, los acontecimientos a los que estamos asistiendo son elocuentes. Además de las acciones legales contra Assange en Suecia, en las que algunos intuyen motivos políticos, el australiano ha recibido ataques ideológicos u económicos materializados en la red: Amazon le retiró su servidor, y Visa, Paypal o MasterCard, que canalizaban pagos a Wikileaks, han dejado de hacerlo. No en balde, el responsable de comité de Seguridad Nacional del Senado estadounidense, Joe Lieberman, les apremió a tal efecto. Por su parte, un ejército invisible de hackers que simpatizan con Wikileaks ha reaccionado abriendo sitios espejo que garantizan la difusión de sus contenidos. Y, de modo más reprobable, han atacado las webs de tarjetas de crédito citadas. Es la guerra.

A la vista de estas escaramuzas, y enlazando con lo que apuntábamos más arriba, quizás quepa acabar señalando que el asunto Wikileaks, y sus consecuencias, está lejos de concluir. Internet se ha convertido en un nuevo y concurrido campo de batalla. Quienes se despliegan sobre sus electrónicas praderas deberán revisar los mecanismos de protección que requieren sus fuerzas e informaciones. Y quienes abogan por la transparencia deberán esforzarse para que, bajo la bandera de la libertad de información, no se cometan excesos cuyas consecuencias podríamos acabar pagando a medio o largo plazo. Porque los equilibrios son en nuestro mundo inestables y sería una triste paradoja que cierta defensa de las libertades acabara beneficiando a las potencias que no comparten ni apoyan tales libertades.

12-XII-10, lavanguardia