entrevista a Salman Rushdie (elpais)

entrevista, IX-06

El escritor anglo-indio Salman Rushdie habla del peligro que representan los agitadores fundamentalistas de todas las religiones, de la escritura como liberación frente al miedo al terrorismo y de su vida literaria a caballo entre Nueva York, Londres y Bombay.

Pregunta. Señor Rushdie, como experto en terrorismo...

Respuesta. ¿A qué debo semejante honor? Yo no creo serlo en absoluto.

P. La descripción de Estados Unidos amenazado por el terrorismo que hizo en su libro neoyorquino Furia, editado en la primavera de 2001, fue para muchos una obra profética, una especie de anticipación del 11-S; y su última novela, Shalimar el payaso, describe la transformación de un artista circense de Cachemira en terrorista. Además, lleva ya casi una década amenazado de muerte por fanáticos iraníes que pusieron precio a su cabeza>

El escritor anglo-indio Salman Rushdie habla del peligro que representan los agitadores fundamentalistas de todas las religiones, de la escritura como liberación frente al miedo al terrorismo y de su vida literaria a caballo entre Nueva York, Londres y Bombay.

Pregunta. Señor Rushdie, como experto en terrorismo...

Respuesta. ¿A qué debo semejante honor? Yo no creo serlo en absoluto.

P. La descripción de Estados Unidos amenazado por el terrorismo que hizo en su libro neoyorquino Furia, editado en la primavera de 2001, fue para muchos una obra profética, una especie de anticipación del 11-S; y su última novela, Shalimar el payaso, describe la transformación de un artista circense de Cachemira en terrorista. Además, lleva ya casi una década amenazado de muerte por fanáticos iraníes que pusieron precio a su cabeza: cuatro millones de dólares.

R. Si usted cree que eso basta para ser un experto en terrorismo...

P. Pues sí. Seguro que a lo largo de sus indagaciones y, sobre todo, a raíz de los atentados aéreos recién abortados en Londres, se ha devanado los sesos tratando de comprender cómo el agradable joven de la puerta de al lado de aspecto enteramente normal puede convertirse en terrorista y qué es lo que se le pasa por la cabeza a alguien que se transforma en bomba de relojería andante.

R. Existen muchos y muy variados motivos que explican el fenómeno mundial del terrorismo. En Cachemira, algunos se unen a los denominados movimientos de resistencia porque les proporcionan ropa de abrigo y comida. En el caso de los atentados del año pasado en Londres se trataba de jóvenes musulmanes cuya integración en la sociedad parece haber fracasado; ahora tenemos que vérnoslas con aspirantes a terroristas procedentes del núcleo de nuestra sociedad, jóvenes musulmanes que incluso han disfrutado de múltiples maneras las libertades que ofrece la sociedad occidental. Parece que las discriminaciones sociales han dejado de desempeñar un papel decisivo y que ahora cualquiera puede convertirse en terrorista.

P. Líderes musulmanes británicos han escrito una carta al primer ministro en la que vinculan esta mayor predisposición al terrorismo con la política puesta en práctica por Bush y Blair en Irán y en Líbano. ¿Están completamente equivocados? ¿No es cierto que las atrocidades de Abu Ghraib y la doble moral de Guantánamo contribuyen a crear el caldo de cultivo perfecto para la violencia?

R. Tony Blair no despierta mis simpatías y considero funesta la política puesta en práctica por Estados Unidos y el Reino Unido en Irak y en Oriente Próximo. Siempre hay motivos para la crítica, incluso para la indignación. Sin embargo, hay algo que todos hemos de tener claro: el terrorismo no consiste en la persecución de objetivos legítimos a través de cualquier tipo de medios ilegítimos. Sea lo que sea lo que quieran lograr los asesinos, de lo que no cabe duda es de que la instauración de un mundo mejor no forma parte de sus objetivos; sus esfuerzos se encaminan más bien hacia el asesinato de inocentes. Si diéramos con una fórmula mágica que nos permitiera resolver de la noche a la mañana un conflicto como, por ejemplo, el existente entre palestinos e israelíes, no creo que sufriéramos menos atentados.

P. Pero no cabe duda de que deben existir motivos o por lo menos factores desencadenantes que expliquen esa terrible disposición a aniquilar la vida de otros e incluso la propia.

R. Lenin definió en una ocasión el terrorismo como fruto del "espíritu aventurero burgués". Y la verdad es que creo que en este caso no le falta razón, está en lo cierto. Uno no puede negar la idea fundamental que sustenta toda moral: el hecho de que los individuos son responsables de sus actos. Y en el plano individual, probablemente sean también los desencadenantes de los mismos. En este contexto, la educación desempeña indudablemente un papel importante al inculcar la conciencia equivocada de ser un elegido que empuja a ejecutar acciones. A esto hay que añadir la mentalidad de rebaño una vez que uno está integrado en un grupo en el que sus miembros se van abocando unos a otros a asumir situaciones impuestas. Existe el tipo que cree que su acción impresionará a la humanidad entera y le convertirá en una figura histórica. Y existe quien simplemente se siente atraído por la violencia. Y sí, creo que el glamour también desempeña un papel.

P. ¿Lo dice en serio? ¿Cree que el terrorismo es glamouroso?

R. Sí. El terrorismo es glamour, no sólo, pero también. Estoy firmemente convencido de que entre los terroristas suicidas existe algo así como una fascinación por la muerte. Muchos están subyugados por el funesto hechizo que emanan estos actos demenciales; el terrorista suicida se engaña a sí mismo imaginando un brillante acto heroico cuando en realidad lo único que hace es saltar absurdamente por los aires y quitar la vida a otros. Pero hay algo que no debemos olvidar: la mayoría de las personas que viven aterrorizadas por los musulmanes radicales son también musulmanes.

P. Desde luego, el terrorismo no tiene justificación posible. Sin embargo, existen diversos puntos de partida, existe la violencia de grupos que persiguen con todos los medios a su alcance objetivos nacionalistas que cabría calificar de comprensibles.

R. Y otros, como Al Qaeda, que se han propuesto como objetivo la destrucción de Occidente y de toda nuestra forma de vida. No existe ninguna posibilidad de debate con Osama Bin Laden y sus seguidores, con ellos no se puede firmar ningún tratado de paz. Hay que combatirlos por todos los medios.

P. Y con los demás, los terroristas nacionalistas como el grupo palestino Hamás, ¿deberíamos entablar el diálogo?

R. Depende de si renuncian a la lucha terrorista bajo determinadas condiciones. En el caso de los vascos de ETA parece que se ha logrado por lo menos poner en marcha el proceso, y creo que hay que agradecérselo en buena medida a Bin Laden; los dirigentes vascos no quieren ser como él. Por lo que respecta al IRA, ha sido decisiva la pérdida de credibilidad entre sus propias gentes, que ya no veían ningún sentido en seguir librando esa violenta lucha clandestina. Por lo menos, la posibilidad de reconvertir a largo plazo antiguas organizaciones terroristas en partidos políticos no es una idea utópica. Podría funcionar en el caso de aquellos grupos cuyo leit motiv fundamental no es el fanatismo religioso; los Tigres Tamiles de Sri Lanka, que serían algo así como los inventores del atentado suicida, no tienen el menor trasfondo religioso. Persiguen unos objetivos muy claros: tener un Estado propio.

P. Pero ¿por qué habría que conceder ese Estado a una minoría, sólo por el hecho de que luchan de manera particularmente brutal? ¿Qué nos dice de Shalimar, el protagonista de su última novela, que asesina por Cachemira? ¿Debería ser él quien decida el futuro de esa región?

R. Hay que analizar cada caso concreto. Por ejemplo, para saber por qué alguien se decide a abrazar la lucha armada sólo se puede recurrir al análisis de esa personalidad concreta. En el caso de Shalimar nos encontramos con una mezcla de motivos políticos y personales.

P. El orgullo masculino herido tiene un papel importante porque el embajador estadounidense en Delhi echa a perder su gran amor. Pero también se aborda el tema del desarrollo de esa región, que pasa de ser una sociedad pacífica y multicultural a convertirse en coto privado de terroristas; y también se trata el tema de los brutales abusos del ejército indio que empujan a Shalimar a unirse a los guerreros de Dios. ¿No le ha acarreado problemas esa descripción de la realidad de Cachemira?

R. Casi ninguno, afortunadamente. Mi libro no ha sido prohibido en India como ocurrió con Los versos satánicos y hace poco con El último suspiro del moro, debido a supuestas calumnias contra un político indio. He recibido muchas críticas buenas en India e incluso el premio literario más importante. Como medio cachemir que soy, siento una profunda simpatía por esa región, por ese paraíso perdido. Probablemente tampoco haya habido protestas porque todo el mundo se ha dado cuenta de lo mucho que he investigado sobre el terreno y de lo informado que estoy sobre las circunstancias que imperan en la región.

P. Su protagonista es un hombre que despierta simpatía, por lo menos al comienzo de la novela.

R. Sí, no me interesan las simplificaciones en blanco y negro: por un lado, el criminal depravado de pies a cabeza, y por otro, la víctima inocente. No he querido ponérmelo tan fácil. Lo que me interesa es mostrar el proceso por el que alguien cae en las garras de los fundamentalistas. Y por otra parte, cómo los grupos terroristas buscan potenciales candidatos para preparar atentados, cómo rastrean su entorno, cómo embaucan y seducen a las personas y se aprovechan de sus debilidades. El libro se titula Shalimar el payaso, no Shalimar el asesino a sueldo.

P. En la lucha por Cachemira, las cuestiones nacionalistas desempeñan un papel importante, pero también resultan esenciales los aspectos religiosos. ¿Le asusta pensar en el poder que pueden llegar a cobrar a escala mundial los movimientos religiosos de carácter radical?

R. Los fundamentalistas religiosos de todo signo son el peor de los males de nuestro tiempo. Casi todos mis amigos son ateos, así que no soy una excepción. Si analiza la historia, constatará que la capacidad para distinguir el bien del mal siempre ha precedido a la llegada de cualquier religión. Las religiones fueron ideadas más adelante por el ser humano como un vehículo para expresar ese tipo de ideas. Ahora bien, por lo que a mí respecta, no necesito ningún árbitro supremo y sagrado para vivir como un ser moral.

P. Pero parece que son muchos los que necesitan de la existencia de Dios. Las religiones están experimentando un resurgimiento a escala mundial. El ansia de espiritualidad es más acusado que nunca. ¿Le parece todo esto perjudicial?

R. Sí.

P. Una respuesta clara, pero que a bastante gente le resultará ofensiva.

R. En mi opinión, la palabra espiritual tendría que estar en el Índice y no debería ser utilizada, pongamos, durante 50 años. Es increíble todo lo que hoy se presenta a la gente bajo la rúbrica de espiritual. Incluye cosas como el perrillo faldero espiritual o el champú espiritual.

P. Usted mismo escribió en una ocasión: "Necesitamos dar respuesta a lo que no la tiene. ¿No hay nada más que esta vida? El alma necesita explicaciones, pero no de tipo racional, sino explicaciones dirigidas al corazón".

R. Por supuesto que existen cosas más allá de las necesidades materiales, eso es algo que experimentamos todos. Ahora bien, para mí las respuestas no se encuentran precisamente en el ámbito religioso, en lo sobrenatural. Pero no prescribo a nadie lo que tiene que creer y lo que no. Y tampoco quiero que me lo prescriban a mí.

P. ¿A qué se debe que precisamente el islam, con sus pretensiones absolutistas y su estricta regulación de la vida cotidiana, resulte tan atractivo para muchos jóvenes?

R. No pretenderá ahora que me ponga a explicar los atractivos del islam.

P. ¿Qué compromisos debería o podría asumir Occidente para poner coto al peligro terrorista?

R. Tampoco soy hombre de compromisos. No soy el interlocutor adecuado para tratar ese tema.

P. Pero usted mismo escribió, bajo la impresión producida por los atentados del 11-S, que "resultará inevitable tener que restringir nuestros derechos a fin de proteger mejor a las sociedades libres frente al terrorismo".

R. A lo que me refería en aquel entonces era a controles aéreos más exhaustivos o cosas por el estilo. Restricciones molestas, pero muy claras y concretas. No creía posible que el Gobierno de Bush pudiera emprender el desarrollo de un aparato propio de un Estado autoritario.

P. ¿Existe algo semejante?

R. Por supuesto. Durante los dos últimos años he sido presidente del PEN en Nueva York, es decir, presidente de la asociación de escritores estadounidenses. Una y otra vez nos hemos visto obligados a abordar esos amplios ataques a las libertades ciudadanas. Y la mayoría de las quejas estaban justificadas, porque no ha habido una sola ocasión en que hayamos logrado detectar la correlación existente entre las detenciones y los procesos de vigilancia, por un lado, y la defensa frente al terrorismo, por otro. Y sé perfectamente de lo que hablo: debido a mi propia historia de amenazas, he desarrollado una clara simpatía por las actividades de los servicios secretos. Mis protectores gozan de todo mi respeto.

P. ¿Quiere decir con eso que Bush y Blair están yendo demasiado lejos?

R. Ése es el problema de los políticos que tienden a ser autoritarios por naturaleza: en cuanto les dan la oportunidad, van demasiado lejos. Y entonces nos toca estar alerta. Me deprime enormemente que en estos momentos las políticas angloestadounidense y árabe se justifiquen recíprocamente, y además, por lo que respecta a sus peores prejuicios. Mire lo que ocurre en Irak o en Líbano: no hay ningún bando con pretensiones legítimas. Pero al mismo tiempo necesitamos claridad moral porque últimamente hay algo que echo de menos en muchas personas de ideas liberales, y yo soy un liberal: claridad acerca de lo que es correcto y lo que no lo es, estar dispuestos a defender nuestros valores con palabras inequívocas y a llamar culpables a aquellos que lo son.

P. ¿Qué quiere decir con eso?

R. Siempre me he opuesto radicalmente a las leyes contra la blasfemia creadas para proteger a las religiones de supuestas difamaciones. Me parece completamente razonable que los musulmanes disfruten de libertad de credo, como el resto de los miembros de las sociedades libres. Y también me parece bien que protesten contra la discriminación en el momento y lugar en que se vean expuestos a ella, y no cabe duda de que en los países occidentales se producen frecuentemente reacciones reflejas que desembocan en sospechas precipitadas de carácter antiislámico.

P. ¿Y dónde pone usted el límite a la tolerancia?

R. Por el contrario, me parece completamente inadmisible que los líderes islámicos de nuestros países exijan que se proteja su fe de la crítica, la falta de respeto, la broma y la difamación. La crítica maliciosa y las caricaturas ofensivas también forman parte de la libertad de opinión, del pluralismo, de nuestros valores fundamentales, a los que tendrán que plegarse si pretenden vivir con nosotros.

P. ¿Qué puede aportar usted como escritor, qué puede aportar realmente la literatura a esta idea de tolerancia, pero también de clara delimitación de la intolerancia?

R. No existe ninguna alternativa a la convivencia pacífica entre culturas. Y la literatura debe asumir la tarea de fomentar esa convivencia. Mire, los fundamentalistas creen que nosotros no creemos en nada. De acuerdo con su visión del mundo, están en posesión de certezas absolutas mientras nosotros nos hundimos en la decadencia. Así que la vía que nos permitirá derrotar al terrorismo no es la guerra, sino ser capaces de vivir sin miedo y de forma plenamente consciente. Siempre que se plantee la disyuntiva entre la seguridad absoluta y la libertad, debe salir victoriosa esta última.

P. Después de que en 1989 el ayatolá Jomeini dictara una fatwa contra usted, ha vivido prácticamente toda una década escondido.

R. Pues precisamente era muy de agradecer que la palabra fatwa no hubiera salido a relucir hasta ahora en esta entrevista.

P. Pero llega un momento en que es inevitable mencionarla, por mucho que usted la deteste.

R. Sí, sí, ya lo sé. Es como si hubiera cobrado fama mundial algo que no soy yo. En aquellos años, a veces tenía la impresión de que eran otros los que escribían la historia de mi vida. Pero hace mucho que dejé eso atrás. Ahora llevo una vida libre y normal en mis domicilios de Nueva York y Londres, y viajo a menudo a mi ciudad natal, Bombay.

P. Esas tres ciudades tienen en común el haber superado graves atentados terroristas y el haber demostrado la fortaleza de su estilo de vida libre.

R. Ese punto de vista resulta interesante. A lo mejor es por eso por lo que amo esas ciudades.

P. Aunque en estos momentos ya no esté perseguido oficialmente, los agitadores próximos al presidente Ahmadineyad podrían reactivar la fatwa en cualquier momento.

R. Leo las especulaciones que hacen los periodistas al respecto, pero no les doy la menor importancia.

P. ¿Recuerda todavía la fecha en que se dictó la fatwa? ¿Celebra el aniversario?

R. ¿Cómo podría borrar esa fecha de mi memoria? Es el día de San Valentín. Así por lo menos no olvido regalarle flores a mi mujer.

Erich Follath, ElPaís, 3-IX-06