´El café del ministro´, Fernando Ónega

Por lo visto, Zapatero toma café baratísimo, y sus ministros se desayunan en hoteles de cinco estrellas. Entre otros, el buen titular de Industria, Miguel Sebastián, que ayer no tuvo su mañana más afortunada: se le ocurrió comparar los efectos económicos del tarifazo de la luz con la cantidad que gastamos en tomar un café al mes. Todas las comparaciones son odiosas, dice el refrán, y mucho me temo que la opinión publicada castigará al señor Sebastián haciéndole pasar la noche de Fin de Año arrepintiéndose de este parangón.

Por el precio de un café se podría instaurar el copago sanitario, y no hay gobierno que se atreva. Por el precio de un café nos han subido el llenado del tanque de gasolina, y el surtidor ya parece el escenario de un atraco. Por el precio de un café suben el gas y la bombona y el transporte público, y los precios políticos e intervenidos le harán pedir a la gente un vaso de agua de grifo en la sobremesa. Por el precio de un café, aunque sea diario, se congelan las pensiones. Por el precio de un café, también diario y acompañado de un cruasán, se retira el subsidio de los 426 euros. Y por menos, porque es un único pago, mujeres embarazadas le preguntan a su médico si pueden dar a luz entre hoy y mañana para cobrar los 2.500 euros que estaban vigentes cuando encargaron el niño.

A mi mala memoria le suena que no es la primera vez que algo sube y los gobernantes lo justifican con el pobre cafetito de nuestras compañías y nuestras soledades. De esta delicada manera, el café recupera una elevada categoría política. Ya la tuvo cuando se quiso rediseñar el Estado autonómico y se inventó el café para todos.Ahora da un paso más, y el café le arrebata su puesto al celebradísimo chocolate del loro, que sirvió para ocultar corruptelas, disimular pagos de favor y camuflar gastos y dispendios. Una vez que el país se ha llenado de loros que han devorado todo el chocolate, se sustituye ese pájaro por un artículo de gran consumo, que promete ser la nueva unidad monetaria de las decisiones políticas. El próximo paso será medir en cafés el déficit del Estado, las inversiones públicas, el cupo vasco y los efectos del pacto fiscal de Artur Mas.

Así que serenémonos todos, guardemos nuestra irritación, dejemos de protestar por el tarifazo, y asumamos el error de nuestra mala perspectiva: un 9,8 de aumento parece mucho, porque lo miramos como un porcentaje. En cuanto lo comparamos con un café, está de saldo. Miremos, en cambio, el lado bueno y descubramos, como también dijo alguien del Gobierno, lo más positivo: el valor del ahorro energético, que lo teníamos olvidado en nuestro derroche. Y echemos mano de la historia: el señor Aznar se dedicó a rebajar el precio de la electricidad para ganar méritos populares y contener la inflación, y ahora andamos en un déficit tarifario que se aproxima a los 20.000 millones de euros. Por el precio de un café.

30-XII-10, Fernando Ónega, lavanguardia