escalada terrorista en el Estado de la bomba nuclear islámica...

Hoy se cumplen tres años del asesinato en campaña electoral de Benazir Bhutto y lo mejor que se puede decir del Gobierno salido de aquellas dramáticas elecciones es que sigue en su sitio. Un pequeño éxito en un gran país, Pakistán, donde el ejército nunca ha permitido que un ejecutivo democrático se acerque al final de su mandato. Aquel magnicidio encumbró a la presidencia al viudo de Benazir, Asif ali Zardari, impopular hasta entre los suyos. El hombre fuerte no es Zardari ni su primer ministro, Raza Gilani, sino el jefe del ejército, Parvez Kayani. El recrudecimiento de la guerra en Afganistán, la creciente talibanización interna, las tensiones con India y la crisis económica han terminado de frustrar el sueño de emancipar al país de la tutela militar.

La escalada terrorista termina de poner contra las cuerdas la frágil restauración democrática. Tras el magnicidio de Bhutto, 26.000 personas han muerto en atentados o en operaciones de contrainsurgencia, lo que da idea de la guerra civil no declarada que afecta a zonas cada vez más extensas. Como el atentado suicida del pasado sábado, festivo en Pakistán no por ser Navidad sino el aniversario del nacimiento de Jinnah, el padre de la patria (para los amantes de las conspiraciones, murió un 11 de septiembre).

El sábado, 46 personas de la tribu salarzai, opuesta a los talibanes, murieron y otras 97 resultaron heridas cuando hacían cola en el reparto de ayuda del Programa Mundial de Alimentos (PAM) en la ciudad de Jar, en la zona tribal pastún de Bajaur.

Lo singular de este atentado es que fue perpetrado por una mujer cubierta con un burka. Sólo existe en precedente en Pakistán, el de una mujer que se inmoló en Peshawar en el 2007 sin lograr causar otras víctimas. "Hemos encontrado partes de una mano y un pie pintados con jena, lo que no deja duda de que era una mujer", dijo Zakir Husain, un alto funcionario de Bajaur.

Siete de las víctimas pertenecían a la milicia local que combate a los talibanes en una zona que ejército pakistaní dio por limpia de insurgentes el año pasado. Un portavoz de los talibanes pakistaníes, Azam Tariq, asumió la autoría del atentado afirmando que el objetivo era la tribu salarzai. Bajaur es uno de los siete distritos tribales de Pakistán que EE. UU. considera base de operaciones de Al Qaeda.

La escasa autoridad del Estado en esa zona del país o en Beluchistán no es nueva. Sin embargo, en los últimos dos o tres años han crecido vertiginosamente dos fenómenos entrelazados. En primer lugar, los bombardeos con aviones no tripulados de la CIA, que Bush apenas utilizó y que Obama ha convertido en instrumento privilegiado para intentar descabezar a Al Qaeda y a las redes afganas de Haqqani y Hekmatyar (pero no a los talibanes). Si en el 2009 hubo 46 operaciones, en el 2010 prácticamente se han doblado, con resultado de 500 y 800 víctimas mortales, respectivamente, de las que sólo una minoría serían terroristas. El efecto secundario ha sido la proliferación de atentados suicidas, a menudo en las ciudades pakistaníes. Si el 2009 se cobró unos 12.000 muertos, el 2010 se cerrará, por lo menos, con unos 7.500. La cifra es menor debido a que no ha habido grandes ofensivas militares, como las de Swat y Waziristán del Sur del año pasado. Pero el número de víctimas en ataques suicidas ha crecido.

El jefe de la OTAN en Afganistán, el general David Petraeus, dijo ayer: "Vamos a coordinarnos más (con Pakistán) para apoyar sus operaciones" en las zonas tribales. The New York Times publicó hace unos días que aumenta en el mando estadounidense la presión para que sus tropas puedan actuar en territorio pakistaní, una iniciativa que tendría consecuencias imprevisibles. Pakistán teme que un golpe de mano pueda arrebatarle su arsenal nuclear. Y Wikileaks ha revelado que Estados Unidos está muy preocupado por la seguridad del arsenal nuclear pakistaní, el que crece más deprisa en el mundo.

27-XII-10, J.J. Baños, lavanguardia