ŽEl bolsitoŽ, Clara Sanchis Mira

Esta joven pareja ha puesto encima de la mesa todos los bonitos regalos que recibió ayer. Como ahora tienen mucho tiempo, se han sentado en el sofá para contemplarlos detenidamente, a ver si se les ocurre algo que hacer con ellos. El que más llama la atención es un gran cubo formado por 216 bolas magnéticas con las que se pueden crear infinitas estructuras, según indican las instrucciones. El brillo de las bolas es tan fulgente que es imposible dejar de mirarlas. A su lado, el bolsito bandolera de fiesta con abalorios dorados ni brilla. Hasta el diario forrado en piel de leopardo ha perdido toda su chispa. Por no hablar de la palidez del set de servicio enfriador de platos para postre que consta de una tabla de porcelana ajustada a una bandeja de melamina con una almohadilla de enfriamiento, según dicen las instrucciones también, por raro que parezca. Menos mal que el pack de películas de Tarzán, que tanto le gustaban a él de pequeño, ha logrado captar su atención y darle sosiego unos instantes. También ella, tal vez presa de un ligero mareo ocasionado por la contemplación descontrolada de bolas, ha dejado caer la mirada en esa miniplancha de pelo Ionic Ceramic Tourmaline con vibrador suave, y se ha imaginado a sí misma, por un segundo, con el pelo de una lisura alarmante. Y antes de volver a sentir la atracción irresistible de las bolas y perderse en ellas por completo, todavía es capaz de imaginarse también cortando cebolla con las gafas antilloros para cortar cebolla con lentes protectoras antiempañaduras. En cuanto a esa crema facial con Guggulu y extracto de Goji sin Parabenos, no puede evitar verse untándola en la tostada.

Unos días antes, había llamado a sus familiares para decirles que este año ni ella ni su pareja iban a hacer ningún regalo porque están en el paro. Pidió que no les regalaran tampoco nada a ellos, porque, no pudiendo corresponder, se iban a sentir fatal. El asunto del intercambio de regalos no es exactamente una transacción comercial, dijo alguien, no tenéis de qué preocuparos. Como todos los años, se juntaron unos catorce familiares, unos más familiares que otros. El sobrino mayor, como todos los años, sacó la cuenta de los regalos que debía haber en el árbol para que las cosas anduvieran como Dios manda y nadie le hubiera echado morro. Descontando a los cuatro niños, había que multiplicar trece regalos por diez regaladores. Este año tienes que multiplicar por dos menos, dijo la joven parada con aire melancólico. A lo que el sobrino respondió con su ocurrencia de todos los años, cuando suelta que él cree que sería mejor que los mayores no se regalaran nada y se gastasen el dinero en algo que les guste de verdad. No tiene sentido que mamá se gaste cada año una pasta en comprarle a papá, de prisa y corriendo, algo que él no se compraría, y que papá se gaste exactamente el mismo dinero en comprarle a mamá, con el mismo estrés, algo que ella aún se compraría menos. Es una pirueta económica absurda, el dinero vuelve al mismo sitio transformado en un objeto inútil, dice el niño.

Sin embargo, y como era de esperar, todos se habían esmerado en los regalos, especialmente con los de la pareja de parados, en un alarde de espíritu navideño que venía que ni pintado. Los dos jóvenes recibieron exactamente ocho regalos cada uno, con una sonrisa triste que ensanchaba el corazón de los demás. Y aunque antes de irse, cargados de paquetes, a ella se le pasó por la cabeza pedirle a su madre veinte euros para comer esa semana, al final lo dejó correr. Ya luego se vio a sí misma, con el bolsito de fiesta con abalorios dorados, en la cola del Inaem.

7-I-11, Clara Sanchis Mira, lavanguardia