´Crecer´, Oriol Pi de Cabanyes

Ser niño no es ninguna ganga, y menos ser adolescente, pero así lo creen bastantes adultos. Hemos asociado la felicidad al supuesto paraíso de la infancia, en donde todo es placer inocente, perpetuo, sin sombra de preocupaciones ni responsabilidades. Y como que queremos que esta felicidad perdure, evitamos todo "no" con la excusa de que no hay que frustrar, no traumatizar, no interferir, no presionar, no forzar la evolución hacia la edad adulta.

La llamada "renovación pedagógica", que ya venía de Montessori y de Freinet, ha tenido mucho de bueno, pero sus resultados están a la vista.

Se ha considerado que lo principal era "la felicidad del niño", aunque fuese en detrimento de su formación como adulto responsable. Prohibido el "no", hemos educado en el consentimiento y el capricho. Se ha considerado, ya se ve con qué consecuencias, que es el niño, ynoel futuro adulto responsable, el centro de la casa y de la escuela.

La educación ha pagado un alto tributo al antiautoritarismo, que corregía para bien anteriores excesos en sentido contrario. Pero sin la autoridad del adulto no hay niños ni adolescentes que aprendan a ser ciudadanos responsables. Los menores necesitan el ejemplo y la corrección tanto como el afecto y el estímulo. Otra cosa es si se quiere que la gran mayoría no pase de la minoría de edad mental. Que evolucionemos hacia el uso de razón puede que no interese a ciertos poderes.

Hasta el verbo estudiar ha cambiado completamente de sentido, para algunos. Ya no es el estudiante, dicen, el sujeto de la educación, el primer interesado en su formación, sino el maestro, que es quien debe saberlo "motivar", pero eso sí, sin exigencias. Esta "comprensividad" ha sido nefasta. Muchos lo exigen todo a la escuela, pero nada a las familias, ni a la sociedad en su conjunto. Que también educa, por activa o por pasiva.

Afortunados los que hoy tienen trabajo. Afortunados también los que pueden estudiar: su trabajo es formarse, para su propio bien y el de todos. Estudiar es una inversión a largo plazo y de remuneración diferida, pero merece la pena en muchos sentidos.

Es a los adultos a quienes corresponde enseñar que el paso a la edad adulta exige un esfuerzo. Hacerse humano es una conquista tras una lucha que dura toda la vida.

12-I-11, Oriol Pi de Cabanyes, lavanguardia