la revuelta acorrala a Ben Ali

La huelga general paralizó Sfax y hoy amenaza con hacerlo en otras ciudades como Kasserin, Gabès y Yenduba. El viernes la cita será en Túnez capital. La suerte de esta convocatoria bien puede decidir el futuro de Ben Ali. Los manifestantes de Sfax gritaron "pan, libertad y dignidad". Cinco fueron heridos de bala.

El régimen de Zin al Abidin Ben Ali da muestras de estar acorralado en el palacio de Cartago después de casi un mes de protestas sociales y decenas de muertos. Ayer hubo otros dos durante una manifestación en Duz y uno más en Thala. La huelga general en Sfax, uno de los principales centros industriales, se saldó con, al menos, cinco heridos. El ejército, por primera vez, se desplegó en la ciudad de Túnez, una capital asustada y bajo toque de queda.

La violencia llegó hasta la Puerta de Francia, en el centro de la ciudad. Los comercios cerraron precipitadamente. El toque de queda se impuso a última hora de la tarde en los barrios periféricos yenel centro . La avenida Burguiba, fuertemente vigilada y vacía de vida a partir de las ocho, evidenciaba la gravedad de la situación que vive el país.

No era este el día que había esperado el presidente Ben Ali. Anunciar la destitución del ministro del Interior, al que se responsabilizó de la represión policial, sustituirlo por un académico y prometer una investigación a fondo sobre la corrupción debería haber servido para recuperar la confianza. No haberlo conseguido es un signo de gran debilidad.

La ciudad de Túnez se despertó con las tanquetas del ejército y los soldados apostados en las esquinas clave. Alambres de espino y bayonetas caladas frente a los edificios gubernamentales anticipaban una jornada tensa.

El primer ministro Mohamed Ganuchi compareció ante la prensa a media mañana para anunciar la caída del ministro del Interior, Rafik Belhaj Kacen. La presión internacional sobre su gobierno era insostenible. Washington y Bruselas, sus principales aliados, habían criticado el uso desproporcionado de la fuerza ante la evidencia de que la policía ha tirado a matar contra las multitudes que se manifiestan pacíficamente. El número de muertos oscila entre los 21 de la versión oficial y los más de 50 de las organizaciones pro derechos humanos. Los heridos ascienden a centenares.

Al ministro Belhaj lo sustituye Ahmed Friaa. Este nombramiento y el anuncio de que se creará una comisión para perseguir y atajar la corrupción fue insuficiente para la oposición y no impidió que, a primera hora de la tarde, un numeroso grupo de jóvenes marchara sobre la Puerta de Francia en solidaridad con las víctimas de la represión del último mes. Los disturbios llegaron así al punto más emblemático de la capital, una plaza entre la medina, la embajada de Francia, la catedral de San Vicente y la avenida Burguiba, los Campos Elíseos del Magreb. La policía dispersó a los manifestantes con porras y gases lacrimógenos. El lugar estaba muy concurrido. Hubo carreras y escenas de pánico. Los manifestantes se perdieron por la medina. Los testigos del enfrentamiento que pudo interrogar La Vanguardia no vieron a ningún herido.

La policía antidisturbios rodeó la sede del sindicato único, la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), un edificio colonial situado a tiro de piedra de la Puerta de Francia. Convertida en verdadera protagonista del pulso a Ben Ali, la UGTT demostró ayer su gran determinación a forzar un cambio de rumbo.

Cuenta con el apoyo tácito de la oposición y de una clase empresarial cada vez más marginada de los asuntos económicos y enemistada con Ben Ali. La esposa del presidente, Leila Ben Ali, a quien la calle culpa de ser el motor principal de la corrupción, puede estar intrigando con su yerno un cambio de régimen. La sociedad civil, ahogada por el paro, la pobreza y la falta de libertades, no la quiere en el poder.

Ben Ali mantiene su prestigio pero ha perdido casi toda la credibilidad. La promesa de crear 300.000 empleos en dos años, lanzada el lunes, ha caído en saco roto. Para ello sería necesario que Túnez creciera al 8% y las previsiones más optimistas no pasan del 4,5%.

Identificar a los manifestantes con terroristas fue un grave error que ayer Ben Ali también intentó rectificar liberando a todos los detenidos salvo a los acusados de vandalismo.

El temor a una noche violenta llevó al Gobierno a decretar el toque de queda en todos los distritos de la capital. Los accesos al suburbio de Ettadhamun, donde el martes por la tarde hubo duros choques, estuvieron muy vigilados por soldados y policías.

El ocaso vació de transeúntes el centro de Túnez. El transporte público, que había malfuncionado durante toda la jornada, se colapsó. Los taxis desaparecieron. Los tunecinos corrían para coger un busoun tranvía que les acercara a casa. Lo cines suspendieron la sesión de las 6.30 y casi todos los cafés y restaurantes bajaron la persiana. Permanecieron abiertos y con clientes los que están en el cruce de las calles Ibn Jaldún y Yugoslavia, próximos a una comisaría. Las pocas personas que desafiaron el toque de queda y no se fueron a casa hacían corrillos y hablaban en voz baja.

13-I-11, Xavier Mas de Xaxàs, lavanguardia

Lenin tenía la costumbre de decir que una chispa podía incendiar la llanura.

Un hecho trágico está a punto de convertirse en un acontecimiento geopolítico que sacude a gran parte del Magreb. Un joven diplomado de 26 años, Mohamed Buaziri, ante la incapacidad de encontrar un trabajo una vez acabados sus estudios universitarios, se resignó a vender legumbres. Molestado por la policía, desesperado, se prendió fuego el pasado día 4 de enero. No sobrevivió a sus heridas.

¿Un gesto individual desesperado?

¡No! ¡Es la expresión de una enfermedad colectiva, según entiende la juventud tunecina! El suceso ha provocado una oleada de protestas que ha hecho estallar en pedazos la imagen de un país en el que el régimen controlaba sin problemas la situación política y social. El número de muertos se cuenta ya por decenas.

Desde que Ben Ali derrocó a Burguiba, de 84 años, en el año 1987, Túnez ha conocido un cierto número de éxitos. El país ha podido presumir de ser modelo de un Estado musulmán laico cuyo crecimiento económico le permite ser considerado un país emergente. Se había firmado una especie de pacto social con la población: las libertades políticas quedaban limitadas a cambio de un acceso al consumo para la mayoría de los ciudadanos. Los países occidentales, en nombre de la lucha contra el islamismo, cierran los ojos a la falta de democracia. El problema está en que el modelo se ahoga. Ben Ali, en el pasado ejemplo de modernidad, aparece enrocado en sí mismo, no tolera ninguna contestación y se limita a que la riqueza del país favorezca sobre todo a sus más cercanos, a su familia. La crisis mundial ha atrapado a Túnez. El 13 por ciento de la población tunecina está en paro, según las cifras oficiales, que ciertamente subestiman la realidad. En el caso de los jóvenes habría que duplicar la cifra. Han sido educados, viven en la modernidad, miran al exterior. Sobre algo menos de 11 millones de habitantes, Túnez tiene cuatro millones de personas que tienen acceso a internet. La censura, que es extremadamente fuerte en la prensa, no puede hacer nada contra un movimiento de masas.

Ben Ali ha sido al mismo tiempo víctima de su éxito y responsable de su fracaso. El nivel de educación de la población, que le permite estar en contacto con el exterior, ha propiciado una opinión pública que ya no puede ser prisionera del lenguaje oficial. El enroque del régimen en sí mismo hace que considere toda crítica como intolerable y lo ha aislado considerablemente, alejándolo de la realidad. No permitir ningún espacio de oposición ha creado un vacío en el que la juventud se hunde. Cuando la economía funciona menos bien, las restricciones de libertad y la corrupción, aceptadas hasta ahora, se convierten en inadmisibles.

La revuelta de la juventud tunecina ha tenido un gran impacto en Argelia. Tampoco allí, desde la guerra civil de 1991, ha habido espacio para una auténtica oposición política. Gran parte de la población se pregunta adónde va a parar el dinero del petróleo; si la población mayor se ha resignado en su mayoría y sobre todo no quiere volver a revivir las atrocidades de la guerra civil de los años noventa - el terrorismo golpeaba duramente al país-,la juventud tiene menos prevenciones y no puede aceptar verse ante la situación de falta de trabajo y de vivienda.

La juventud del Magreb, globalizada, compara su suerte con la de otros jóvenes. Y ya no acepta que en nombre de la lucha contra el terrorismo y el islamismo radical se usurpen sus libertades. Los gobiernos no pueden refugiarse tras el argumento de un complot venido del extranjero o del terrorismo. Los jóvenes tunecinos y los jóvenes argelinos son patriotas y quieren vivir y salir adelante en su país y por ello reprochan a sus mayores que no les faciliten los medios para lograrlo.

No está nada claro que las actuales medidas circunstanciales sirvan para satisfacer sus demandas. Están a punto de convertirse en auténticos actores políticos. Confirman la fórmula de Brzezinski según la cual "a pesar de todo, el conjunto de la humanidad es políticamente activo". El Magreb no tenía oportunidad alguna de resistir frente a este movimiento general. El cóctel juventud formada y desigualdades sociales es demasiado explosivo y ya no puede ser contenido por el autoritarismo.

13-I-11, Pascal Boniface, lavanguardia