´Líbano: instituciones defectuosas´, Fawaz A. Gerges

Una vez más, Líbano se encuentra al borde de una gran agitación social y política. Los rumores de un choque armado inminente entre Hizbulah y la coalición prooccidental gobernante se han propagado como la pólvora entre el pueblo libanés, que ansiosamente acapara alimentos y armas con vistas a lo peor.

La crisis actual gira en torno al tribunal de las Naciones Unidas creado para investigar el asesinato del primer ministro Rafiq al Hariri en el 2005. Es inminente una acusación del tribunal; hay pruebas crecientes de que acusará a miembros de Hizbulah, el movimiento de resistencia dominado por los chiíes, de haber ejercido un papel central en el asesinato. Si es verdad, podría aportar la chispa que inflame la próxima confrontación.

Hasan Nasrala, el líder de Hizbulah, ha rechazado repetidamente el tribunal como instrumento "estadounidense-israelí" ideado para incitar la lucha sectaria en Líbano. Ha advertido que la inminente acusación constituirá un acto de guerra contra su grupo. Ha exigido que el Gobierno libanés liderado por Saad Hariri, el hijo del fallecido primer ministro, se distancie del tribunal de la ONU y lo denuncie antes de que se haga pública la acusación.

En un nivel más profundo, el enfrentamiento refleja una crisis institucional más amplia. Las instituciones de Líbano son defectuosas y acusan fallos; han fracasado de manera pésima a la hora de mediar en el conflicto entre grupos rivales y de integrar en el proceso político a las fuerzas sociales. El tribunal Hariri es un claro ejemplo. Las tres instituciones más importantes de Líbano, la presidencia, el Gobierno y el Parlamento están paralizados y son incapaces de resolver la crisis inminente.

El estancamiento en cuestión se halla empantanado por una serie de "falsos testimonios" relacionados con la investigación de la ONU sobre la muerte de Hariri. En consecuencia todas las miradas están puestas ahora en Arabia Saudí y Siria, los dos patronos regionales de los campos rivales libaneses. Han intentado durante meses mediar en orden a un acuerdo (con poco éxito hasta el momento) que anule el tribunal y el derramamiento de sangre. Por otro lado, parece que Estados Unidos ha recalcado a sus aliados la necesidad de demostrar determinación frente a las amenazas de Hizbulah y apoya al tribunal.

Lamentablemente, los líderes de Líbano han hecho dejación de su responsabilidad y se han resignado al criterio de que la solución del problema del tribunal radica en la iniciativa saudí-siria. El Gobierno de unidad nacional de Líbano ha demostrado ser una mezcla inoperante de ministros de todo el espectro político. En el fracaso más absoluto, este gabinete multicolor ha demorado y sofocado todos los esfuerzos para aprobar políticas cruciales.

Institucionalmente, Líbano es un Estado fracasado. La clase política, consciente y sistemáticamente, ha utilizado las políticas identitarias para impulsar sus intereses materiales y socavar el fomento de las instituciones y del propio país; en momentos de presión, ha llamado a potencias extranjeras para respaldar su dominio.

Lejos de basarse o verse impulsada simplemente por el sectarismo, la lucha por el poder en Líbano presenta múltiples facetas y reviste gran complejidad. Se usa y se abusa del sectarismo para enmascarar intereses creados y diferencias.

En un cierto nivel, la clase política está dividida en dos campos: la postura a favor de Líbano en primer lugar frente al campo árabe-islámico. Los partidarios de Líbano ante todo defienden una política exterior prooccidental y una neutralidad activa en el conflicto árabe-israelí. En cambio, los partidarios árabe-islámicos apoyan al movimiento de resistencia almuqawama contra Israel y el frente iranísirio.

En otro nivel, la lucha por el poder oculta cambios demográficos en la sociedad libanesa a los que no se les ha concedido representación igualitaria en el sistema político. Mientras que los maronitas y suníes controlan formalmente el poder ejecutivo, la creciente comunidad chií, privada de derecho de voto históricamente, se siente infrarrepresentada y políticamente marginada.

Además, Líbano es el campo de batalla de una confrontación feroz entre Estados Unidos y sus aliados regionales, por un lado, e Irán-Siria y sus amigos locales, por otro. Una áspera contienda que se ha cobrado un alto precio en términos de estabilidad y seguridad del pequeño país y ha paralizado aún más sus instituciones.

En cierto sentido, el enfrentamiento por el tribunal de la Organización de las Naciones Unidas es una ampliación de la rivalidad estadounidense-iraní. Hizbulah teme que el tribunal esté politizado y sea una herramienta de la política estadounidense diseñada para debilitar y destruir la resistencia contra Israel. La Administración Obama confía en que la acusación de Hizbulah desvele claramente los feos defectos de Irán y Siria y sus "representantes" en Líbano remachando así un clavo letal sobre la posición moral de Hizbulah en toda la región. Pero lo que los funcionarios estadounidenses no tienen en cuenta son los efectos de tal acusación sobre la armonía y la paz social en Líbano.

Líbano hace frente a una ardua decisión entre justicia y estabilidad. Cabe el peligro real de que la justicia ya no sea alcanzable y los costes sean desmesurados. Prescindiendo de las pruebas reunidas por el tribunal, es probable que la decisión eche leña al fuego y refuerce los discursos opuestos de los dos campos: las huestes de Hizbulah lo verán como una conspiración, mientras que los partidarios de Hariri, como pruebas concluyentes de la culpabilidad del campo iranísirio.

Hariri hijo dice que reconoce los temores de la politización del tribunal y las implicaciones potenciales de una acusación de Hizbulah. Por otro lado, Hariri ha aseverado que no puede denunciar al tribunal porque quiere que los asesinos de su padre sean llevados ante la justicia y no posee ninguna autoridad sobre el tribunal de la ONU. Hariri también está bajo presión de los estadounidenses para que se ponga el cinturón de seguridad y apoye al tribunal.

Prescindiendo de que Líbano pueda resistir o no la tormenta que se avecina, esta no será ni la primera ni la última crisis. La disyuntiva del país es estructural; mientras la clase política de Líbano sustituya las políticas de identidad por instituciones formales, seguirá siendo políticamente inestable.

Mientras los líderes de Líbano confíen en la intervención extranjera para inclinar la balanza interna del poder a su favor, seguirán siendo simples mirones pasivos en lo tocante a decidir el futuro de su país.

 

10-I-11, Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio de la London School of Economics and Political Science, Universidad de Londres. Su próximo libro es ´Obama y Oriente Medio: ¿superación de un amargo legado?´, lavanguardia