´Séniors´, Cristina Sánchez Miret

Tiene 55 años. Ha ocupado puestos de dirección, los últimos 10 años de directora general. Se quedó sin trabajo no para quedarse en casa, ha buscado y buscado. Hace de teleoperadora, la única alternativa encontrada para no formar parte del colectivo de parados. Creo que no erro en ningún dato - lo cuento de memoria, y esta me falla-,en todo caso no creo que falsee la esencia de su caso.

Se llama Ana y llamó el lunes pasado al programa El Secret de Catalunya Ràdio. Reflexionábamos sobre los procesos de discontinuidad en la carrera profesional del directivo y sobre qué ha de hacer en los nuevos contextos que se producen ante la pérdida de su puesto de trabajo.

Pero mantener la empleabilidad o reanudarla no sólo depende de uno mismo, también depende del mercado. Y como claramente expuso Ana, su gran inconveniente es la edad.

El mercado no la quiere no porque no tenga un buen currículum laboral, una buena formación y acreditada experiencia, sino porque es vieja, y, en este caso, el femenino, aunque no es imprescindible, también suma en negativo. A un viejo se le supone poco recorrido laboral - vaya tontería ahora que no sabemos cuándo vamos a jubilarnos y tampoco sabemos cuánto va a durar una empresa abierta-y poca capacidad para afrontar los nuevos retos, sobreentendiendo que sólo los jóvenes están preparados para ellos.

La edad que tenemos marca completamente nuestra vida, y no lo digo porque envejezcamos sino porque socialmente decide a qué tenemos y a qué no tenemos derecho. Hemos experimentado muchos cambios en este sentido, ya no consideramos a los viejos de la misma manera que lo hacíamos 20 años atrás. No hay que despreciar en este sentido la contribución que han hecho el Imserso y el aumento de las pensiones en este sentido. Pero, respecto del mercado, seguimos con arquetipos antiguos, y mientras estos no se actualizan, sólo queda dejar de ser viejo y pasar a ser sénior. Así se incorpora a la edad todo el reconocimiento de la trayectoria vital y el conocimiento acumulado.

Ser sénior es un gran capital; ser viejo, una gran rémora. La etiqueta hace que cambie el valor, y lo de menos es que en ambos casos seamos el mismo y sepamos lo mismo.

16-I-11, Cristina Sánchez Miret, socióloga, lavanguardia