´Ingenuos periféricos´, Ramon Aymerich

Hace diez años, el modelo autonómico español era presentado en el exterior como una referencia en la solución de procesos conflictivos. No tenía el éxito que cosechaba la transición política, otro fenómeno que ha permitido a ex presidentes y ex ministros multiplicarse en toda clase de "bolos", en especial en Latinoamérica. Pero, aun así, las autonomías eran vendidas como una de las maravillas que aportaba la nueva España a la modernidad institucional.

Hoy, después de tres años de crisis profunda y de una sensible caída de la autoestima española, la demolición política e ideológica del edificio autonómico acaba de empezar. Política porque el 90% del espectro parlamentario es partidario de algún tipo de corrección o amputación (sólo queda por discutir la profundidad del tajo). Ideológica porque sus antiguos defensores abominan del modelo. Y los teóricos de la cosa -que en parte coinciden con los que en Catalunya se denominan federalistas- están en peligro de extinción.

El proceso de demolición tiene un inquietante antecedente en la reforma de las cajas. Las cajas se encuentran hoy en situación crítica. En parte por cómo sus gestores enfrentaron a la burbuja inmobiliaria. En parte, también, por el desdén y la precipitación con que las autoridades económicas han conducido esa reconversión. Nada más empezar el proceso, Catalunya esgrimió su diferencial. En Catalunya las cajas estaban menos politizadas (era verdad); la influencia del poder político era relativa (tanto, que a veces no se sabía quién mandaba) y su implicación en el tejido social y civil local era importante. Por eso, Catalunya fue la primera que se aventuró en la senda de las fusiones, confiada en que esa mano amiga que habita el Banco de España les iba a tratar con deferencia. Ay.

Con el modelo autonómico puede ocurrir lo mismo. Hay dos comunidades (quizá tres) que han formulado su voluntad de autogobierno, justificada en factores lingüísticos y culturales, Catalunya y el País Vasco. Yhay un grupo de comunidades resultado de un proceso estandarizado de descentralización que ha derivado en el nacimiento de núcleos funcionariales, políticos y económicos. No hay en ellos una fe excesiva en el modelo al que dicen representar. No hay tampoco un proyecto político, salvo el de perpetuarse, que ya les basta.

Se trata de una lectura cruda de la realidad. Pero es práctica y es la que empieza a ganar adeptos en Catalunya: pactemos la demolición a medias del edificio autonómico, pero preservemos el entramado institucional de los que creen de verdad en ello. Catalanes y vascos. Quienes así piensan olvidan que el igualitarismo español descansa en el rechazo a la diferencia. Y que el proyecto de demolición autonómica no es tanto el resultado del cálculo, como de la terapia que se aplica un país desorientado. ¡Llegó la hora de los jamoneros!

22-I-11, M. Díaz-Varela, lavanguardia