´Vecino autócrata´, Xavier Batalla

Túnez es escenario de una revuelta popular, que pretende la ruptura democrática, y de un golpe de palacio con el que los partidarios del antiguo régimen tratan cínicamente de amoldarse. Los autócratas árabes tienen la esperanza de que la experiencia tunecina fracase.

El arco árabe que va desde Mauritania hasta Arabia Saudí es un mapa de conflictos. En Mauritania han triunfado dos golpes militares en los últimos cinco años. En Marruecos, Mohamed VI lo controla todo, incluida la corrupción. En Argelia, escenario de más revueltas del pan, manda el ejército. En Libia, Gadafi, en el poder desde 1969, se dice apenado por la revuelta tunecina. En Egipto se han amañado otras elecciones, ya que en eso el presidente Mubarak es muy apañado. En Sudán va a nacer otra nación, cuyo parto será difícil. En Palestina, Israel construirá más apartamentos en el asentamiento de Gilo. En Líbano, los islamistas de Hizbulah han hecho caer al gobierno. En Jordania, Abdulah II, suní, está obsesionado con Irán, al que acusa de crear "un arco chií". En Siria, Bashar el Asad manda con los alauíes, secta minoritaria que los suníes (70%) consideran herética. En Iraq, el caos es administrado por un gobierno cliente de Irán. Y en Arabia Saudí se teme a Irán, que amenaza con la nuclearización.

¿Puede ser contagiosa la revuelta tunecina si triunfa? Túnez tiene mucho en común con su vecindario: corrupción, desempleo y ningún futuro para miles de jóvenes. Pero Túnez es distinta. Túnez no fue una colonia sino un protectorado francés, lo que facilitó la formación de una clase media laica. En Argelia, por el contrario, el colonialismo desestructuró la sociedad. Y Túnez también es distinta de Egipto, la potencia clave del mundo árabe. En la revuelta tunecina ha participado activamente la clase media laica que, en un país sin petróleo y gas, es la que ha creado la riqueza después expoliada por el régimen de Ben Ali. Esto explica que, como dice el historiador Emmanuel Todd, "los islamistas parecen estar fuera de juego". En Egipto, la clase media vive del Estado, lo que suministra oxígeno a Mubarak. Y en el golfo Pérsico o Arábigo, la elite vive del petróleo, y la clase media, del contrato asocial por el que los regímenes reparten subvenciones a cambio de pasividad política.

En Túnez, que es el país árabe con la tasa de natalidad más baja (dos hijos por mujer) y una alfabetización prácticamente total (94,3%), se quiere construir una democracia parlamentaria, sin adjetivos: ni la cleptocracia laica ni el radicalismo islamista. Y, de momento, ya han sido legalizados todos los partidos, incluidos el comunista y el islamista Ennahda, grupo que se dice próximo a los islamistas moderados que gobiernan en Turquía.

En Egipto la situación es otra: la alternativa es el islamismo. El autócrata Mubarak mantiene ilegalizados a los Hermanos Musulmanes y machaca a la oposición liberal y laica. Puede proponer, para intentar legitimarse, una islamización sin islamistas. Pero si algún día llegara la democracia a Egipto, esta sería, fundamentalmente, islámica.

23-I-11, Xavier Batalla, lavanguardia