Ganuchi: continuismo con caducidad

La revolución tunecina ha conseguido un nuevo triunfo. El Parlamento de la calle, donde a diario la gente se manifiesta, abraza a los militares y discute acaloradamente de política, ha obtenido la salida, “tan pronto como sea posible”, del primer ministro Mohamed Ganuchi, heredero del benalismo y acusado de caciquismo.

La primera exigencia de esta opinión popular es la salida inmediata de Ganuchi del poder, la disolución del gobierno de transición y la constitución de un nuevo ejecutivo, de cariz tecnócrata, formado por personalidades independientes. Esto es lo que quiere, por ejemplo, la UGTT, el sindicato único, principal fuerza de la oposición, y lo que piden los cientos de personas que cada
día salen a la calle a gritar consignas contra los benalistas.

Ganuchi, que fue durante once años primer ministro del general Ben Ali, se ha rodeado de siete ministros que también trabajaron en el último gobierno de la dictadura. Asegura que no hay nadie mejor que ellos para llevar las riendas de la transición. Estas palabras, sin embargo, no han convencido a sus detractores. De ahí que el viernes por la noche saliera en el primer canal de la televisión para anunciar: “Mi papel es sacar a Túnez de esta fase de transición y, aunque me designen para ser candidato a la presidencia, lo rechazaré y dejaré la política”. Esta marcha se producirá, por tanto, después de unas elecciones que prometió organizar “tan pronto como sea posible”. La Constitución marca sesenta días desde la caída de Ben Ali. De acuerdo con la oposición, lo más probable es que este periodo se alargue unos meses más.

Ganuchi se dejó entrevistar durante una hora por dos periodistas independientes. Fue un ejercicio inaudito para él. Bajo la dictadura nunca se dirigió a los tunecinos y durante la última semana había ordenado que fueran otros ministros los que explicaran los primeros pasos del nuevo gobierno. “Pertenezco a una familia modesta que luchó por la independencia”, dijo en uno de los
pocos momentos en que habló de sí mismo. Para un hombre de 69 años, arquitecto de buena parte de las políticas de la dictadura, fue chocante verlo emocionado, incluso compungido, en varias fases de la entrevista. Confesó, por ejemplo, que, “como todos los tunecinos, yo también tuve miedo”.

Miedo porque el presidente Ben Ali ya no estaba al mando. Era su esposa Leila, según sospechaba Ganuchi, quien hacía y deshacía. Jefa del clan de los Trabelsi, dirigía una mafia que controlaba amplios sectores de la actividad económica. Las mansiones de la familia, como todo el mundo la conoce, después de haber sido saqueadas, son visitadas por cientos de tunecinos que se hacen fotos entre los escombros. Ganuchi aseguró que los bienes que los Ben Ali sacaron del país están congelados y que pronto volverán a Túnez. Suiza, Alemania y Francia colaboran a este fin.

La entrevista estuvo cargada de referencias a una nueva era sin vuelta atrás y a un giro de 180
grados. De la historia de Túnez desde la independencia en 1956, Ganuchi sólo salvaría los logros
sociales de la era Burguiba: los derechos de la mujer, la supresión de la poligamia y la fortaleza del sistema educativo. Sobre estos pilares, precisamente, se construyó la sociedad que el pasado día 14 derrotó al Estado policial que protegía al dictador, en una revolución que sacudió el mundo árabe y promete ser bandera de sociedades oprimidas por la falta de libertad y oportunidades.
Ganuchi llegó a esta entrevista en televisión después de una jornada que vio, por primera vez, a
los manifestantes encaramados en las farolas y la fuente que adornan la Kasbah, sede de la jefatura del gobierno. Mientras por las ventanas del edificio salían los retratos de Ben Ali, la calle pedía la cabeza de Ganuchi.

23-I-11, X. Mas de Xaxàs, lavanguardia