´Está cayendo otro muro´, Josep Piqué

Y Europa sin darse cuenta. Me disculpo por el enésimo artículo sobre lo que está pasando en algunos países árabes. Pero lo que está sucediendo en el sur del Mediterráneo puede tener consecuencias geoestratégicas tan profundas como la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989. Y quisiera aportar alguna reflexión adicional.

Aquella caída del Muro significó el fin del siglo XX y la entrada en un nuevo escenario completamente distinto que, aunque supuso la rotunda victoria de Occidente en la guerra fría contra el bloque socialista, también puso en marcha una dinámica de crecimiento económico global, basado en los mecanismos de la economía de mercado, que está teniendo como resultado algo profundamente paradójico: Occidente gana la guerra y pierde la posguerra. El mundo avanza vertiginosamente hacia su desoccidentalización en un proceso en que Europa pierde peso relativo, como no habíamos ni vislumbrado antes.

Hagamos un somero repaso de lo que sucedió hace apenas veinte años - el desmoronamiento de la URSS se produjo en agosto de 1991-y cuál fue la reacción de Europa en aquellos momentos. Alemania, después de vencer las enormes reticencias de Francia y del Reino Unido, plantea su unificación inmediata. Y la UE, entonces de Quince, decide algo trascendental (que nos ha generado no pocos problemas): la ampliación hacia la Europa central y oriental, hasta entonces bajo el yugo comunista, respondiendo a sus aspiraciones de libertad, democracia y progreso económico y social. Fue una decisión política en el sentido más amplio y noble del término. Incluso obviando algunos requisitos económicos e institucionales básicos. Y que estamos pagando. Negarnos a la ampliación con argumentos economicistas habría comportado una enorme frustración en unos pueblos ansiosos de cambiar sus destinos. Yhoy están con nosotros. Europa reaccionó rápido y con visión estratégica. Y aún tuvo fuerzas para plantearse el euro y una futura - y non nata-Constitución. Europa fue el referente básico (junto a la OTAN y, por tanto, Estados Unidos). Y de ese sobreesfuerzo nos queda lo que ahora vemos.

Porque esa reacción de Europa nada tiene que ver con la que se está produciendo ahora ante los acontecimientos revolucionarios que viven nuestros vecinos del sur.

Y es esencial conocer y entender la verdadera naturaleza de esas revoluciones para que puedan dar un horizonte de esperanza a los países afectados y, al mismo tiempo, refuercen el papel de Europa en todo el proceso. Hace falta una decisión política tan clara como la de hace 20 años. Saber lo que hay que hacer y saber que las dificultades se irán superando si la actitud ha sido firme y consecuente.

Y lo primero que hay que entender es que son revoluciones democráticas, jóvenes y modernas. Y civilizadas. La violencia viene de los represores. Y la llamada a la revuelta no viene de las mezquitas. Viene de las redes sociales en internet. Es algo absolutamente novedoso y que diferencia claramente lo que está sucediendo de lo que pasó en Irán, cuando las masas derrocan al sha, desean democracia y libertad, y acaban sometidas al poder religioso de los ayatolás. Y ahí siguen. A la espera de que, en cualquier momento, la rebelión contra la preponderancia del poder religioso sobre el poder civil suceda. Y lo vimos después de la victoria electoral fraudulenta de Ahmadineyad. Algo se mueve, muy profundo, en Irán. Y acabará triunfando.

Yese es el elemento que Occidente y Europa deben saber gestionar. Esos países, que están tan cerca y tan lejos, afrontan el fin de la era poscolonial. El fin de su minoría de edad. Y deben hacerse adultos. Sin paternalismos que encubren dictaduras personales y auténticas cleptocracias. Con plenitud democrática. Y el apoyo decidido de EE. UU. y de la UE es básico para que esa maduración no derive hacia otro tipo de autoritarismo político, con la excusa de la islamización de sus sociedades.

Y ahí conviene tener muy en cuenta a Turquía. Porque ese puede ser el modelo adecuado. Un régimen inequívocamente democrático, con voluntad de pertenecer a Occidente, y sin renunciar a su identidad cultural y religiosa. Lo planteo de forma provocadora: si Europa se ha construido sobre la socialdemocracia, el liberalismo o la democracia cristiana, ¿por qué los países árabes no pueden articularse políticamente sobre una democracia musulmana? Así es ya en países musulmanes no árabes, como Indonesia o, incluso, Pakistán.

Y ese es el desafío. Ante la caída de otro Muro, Europa no puede seguir permaneciendo en un silencio cómplice con el anterior statu quo. Y acomplejada ante sus propias contradicciones al haber apoyado, con el pretexto del peligro islamista, a regímenes impresentables. Es la hora de dar un paso adelante que, además, sirva para explicitar que existe una auténtica política exterior común de la UE. Y de que aprovechemos todo lo que está pasando para impulsar de nuevo nuestra política euromediterránea. Ha dimitido el secretario general de la Unión por el Mediterráneo, con sede en Barcelona, ante su incapacidad para impulsar el proceso que se inició en Barcelona hace quince años. ¿Por qué no sacamos rédito de esta circunstancia para pedir un responsable de la UpM con auténtico peso político y con autoridad moral? Y ¿por qué no aprovechamos la IGNOT situación para que el presidente de la UpM sea sólo uno y que sea eficaz? Les recuerdo que ahora hay una copresidencia absolutamente inoperante, ¡compartida entre Sarkozy y Mubarak!

Europa tiene una enorme responsabilidad. Yni Van Rompuy ni Ashton han estado a la altura de los acontecimientos. Ni tampoco quienes los nombraron. Y, mientras, en nuestro bajo vientre, todo se mueve. Y nosotros, en Europa, ensimismados. Sin enterarnos.

 

 12-II-11, Josep Piqué, economista y ex ministro, lavanguardia