ŽLa oportunidad de ObamaŽ, Nur Yalman

La caída de Mubarak, celebrada con estimulante regocijo en El Cairo, se relaciona directamente con las políticas de Estados Unidos sobre Oriente Medio. Las quejas inmediatas se debían sin duda al paro, la pobreza y la corrupción, pero la causa de fondo ha sido la represión de una política de legítima base y fundamento y el apoyo a impopulares gobernantes autoritarios.

Mubarak y el acuerdo de paz de Camp David de 1979 con Israel, que el presidente egipcio respaldó beneficiándose de la ayuda estadounidense por valor de millardos de dólares desde el asesinato de Sadat, fueron factores clave de la estrategia de Washington con relación a la región. Ello incluye, obviamente, la protección militar a los jeques del petróleo del Golfo y el apoyo casi ilimitado a los intereses de Israel frente a los palestinos.

Hay momentos en que la historia parece permanecer inmóvil y momentos en que acelera su ritmo. Es evidente que nos hallamos en un punto de inflexión con relación a Egipto, a la región y a las relaciones del mundo islámico con Occidente.

Pese a todos los esfuerzos de España y Turquía para promover el "diálogo" de civilizaciones, la cuestión que dominó el panorama bajo el mandato de George W. Bush fue, por el contrario, el "choque de civilizaciones". Como se informó en su día, un irritado jefe de los servicios de inteligencia de Arabia Saudí, príncipe Abdul Aziz, dijo: "Unos días decís que queréis atacar Iraq, otros días Somalia, otros Líbano, otros Siria… ¿A quién queréis atacar? ¿A todo el mundo árabe? ¿Y queréis que lo respaldemos? Es imposible. Imposible" (The New York Times,27 de enero del 2002).

No será fácil hacer frente adecuadamente a los desafíos por delante en Egipto. Se ha dado un paso importante. Los próximos pasos deben incluir el debate libre sobre el futuro político con la formación de partidos políticos que compiten en unas elecciones libres, cosa más fácil de decir que de hacer. No se vislumbra aún con claridad la configuración y carácter de tales partidos, salvo en el caso de los Hermanos Musulmanes. Habrá muchas otras fuerzas, unas a la luz del día y otras en cierto modo subterráneas, que intentarán secuestrar la revolución. Habrá que movilizar a las grandes masas, que necesitarán dar a conocer sus deseos y cuyas voces deberán ser escuchadas a través de sus representantes. Grandes esperanzas descansan en la buena voluntad demostrada entre los musulmanes y la minoría copta. Se trata de un factor indispensable para alcanzar un Parlamento libre, de palpitar democrático, que al mundo árabe le ha faltado a lo largo de muchas décadas.

Al mismo tiempo, es evidente la indudable importancia del papel de Occidente en general y de Estados Unidos en particular. Años de guerras, políticas profundamente imprudentes resultantes de una ignorancia invencible de los pueblos de la región y de un hondo menosprecio de sus culturas han envenenado la vida política normal. El intento a la desesperada de asegurarse el control ha apuntalado de hecho a los regímenes autoritarios. Treinta años de un sombrío estado de emergencia bajo la mirada de las fuerzas de seguridad de Mubarak es un insulto a la inteligencia humana. Naturalmente, se consideró un insulto por parte del pueblo egipcio, tanto por musulmanes como por coptos. Pequeñas camarillas, que además han podido engrosar sus círculos, se han beneficiado de ello. Abultados sectores de la población viven en la pobreza abyecta.

El presidente Obama no creó tal estructura, la ha heredado. Parece evidente que es muy consciente del problema. Su primera visita oficial al extranjero fue a Turquía, la democracia más prominente y exitosa del mundo islámico. Posteriormente, en su discurso en El Cairo, expresó la ambición de superar la brecha de hostilidad entre Occidente y el islam. Con la súbita e imprevista autodestrucción del régimen de Mubarak en Egipto, se le ha presentado a Obama una oportunidad de oro. Se trata de un singular momento de abiertas posibilidades en Oriente Medio. Obama puede seguir con las viejas políticas impulsadas por quienes temen los cambios y al futuro, senda que conduce a mayor violencia en el entorno de Israel e incluso a la guerra con Irán con cualquier pretexto. O, por el contrario, puede orientarse en una nueva dirección.

Estamos en un momento decisivo. Grandes multitudes se han movilizado con la esperanza de la libertad. La libertad respecto de la opresión, la pobreza, la corrupción. Se abre la esperanza de unas elecciones libres y del imperio de la ley en Egipto y otros estados árabes. Según los sondeos, el 82% de los estadounidenses se muestran en sintonía con los manifestantes de El Cairo. Obama podría aprovechar esta oportunidad de buena voluntad para crear un orden de cosas nuevo y más justo, prometedor y próspero para todos los habitantes de Oriente Medio, incluido Israel.

En la actualidad hay indicios de que las conversaciones entre palestinos e israelíes han alcanzado un punto en el que una iniciativa eficaz de Estados Unidos podría lograr un gran avance. En un Egipto bajo nuevos líderes puede hallarse al alcance de la mano un acuerdo satisfactorio para todos. Que necesitará, por cierto, espíritu de iniciativa.

El nuevo orden basado en el apoyo popular de los habitantes de Egipto podría ser respaldado por las otras dos fuerzas regionales más poderosas de la región, Turquía e Irán. Tal factor propiciaría buena voluntad en lugar de hostilidad hacia Obama entre amplios sectores de la población en cuestión (75 millones en Turquía, 80 millones en Egipto, 80 millones en Irán). El nuevo marco político de cooperación debería ampliarse merced a un plan financiero eficaz e imaginativo similar al ambicioso plan Marshall que Estados Unidos aportó a la Europa devastada por la guerra al final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo se financiaría? Las monarquías del petróleo, cuya misma existencia como entidades independientes resulta apoyada totalmente por las fuerzas armadas de Estados Unidos y Gran Bretaña, poseen enormes recursos. Cabe sacar aquí a colación el caso de Sadam Husein y Kuwait. Merece la pena apoyar políticas con visión de futuro en términos financieros en lugar de incurrir en la dilapidación de recursos en sistemas armamentísticos cada vez más caros y en yates de lujo para un puñado de familias de élite.

La historia ha abierto de par en par una singular ventana de oportunidades para Barack Obama. Si la aprovecha, podrá considerarse que ha merecido el premio Nobel de la Paz. El premio en términos de paz en Oriente Medio resulta aún más grato. Esperemos que Obama pueda aprovechar la ocasión para borrar del panorama la islamofobia, la paranoia, el nihilismo y la desesperación de los terroristas suicidas en numerosas tierras que, indudablemente, nublan nuestro futuro. El saque para ganar el partido corresponde a Obama.

 

21-II-11, Nur Yalman, antropólogo, profesor de la Universidad de Harvard, lavanguardia