´Después de la revuelta´, Xavier Batalla

Hay tantas fechas con las que los occidentales tratamos de explicar qué ocurrirá con las revueltas
árabes, y también en Irán, que tanto pueden servir para un barrido de presidentes como para un
fregado cosmético de las monarquías.

Los europeos, con la revuelta a la puerta de casa, nos preguntamos qué pasará después de la tormenta. ¿Ha perdido Europa el norte en el Mediterráneo, después de decenios de colonialismo,
neocolonialismo, procesos fracasados y apoyo a las autocracias? La rebelión árabe, que hace temer por el petróleo y anuncia un éxodo de refugiados y emigrantes, no es religiosa, sino que pide democracia, como en la Europa de 1848. Pero, ¿será posible la democracia?

Nicholas D. Kristof ha escrito desde Bahréin, y para The New York Times, que el 2011 es “la versión árabe de 1776”, es decir, el año de la independencia estadounidense. Y ha añadido: “Un
mundo árabe democrático puede ser un lugar imperfecto y desordenado, como lo fue América, pero es la hora de que nos alineemos con los demócratas árabes y no con Jorge III”. La comparación resultará exagerada a más de uno, pero acierta al invitar a los occidentales
a estar en el lado correcto de la historia.

Ian Morris ha escrito un magnífico libro, Why the West rules (2010), en el que explica por qué Occidente tiene cuerda para rato. En lo que respecta al mundo árabe, Morris argumenta que el
desarrollo occidental ha sido posible no sólo por las ventajas geográficas, sino por la construcción de sistemas de gobierno eficientes, la innovación y, en último término, la revolución industrial. En la Edad Media, Oriente Medio fue el centro de las matemáticas, la metalurgia y la óptica. Pero cuando Europa alcanzó un nuevo equilibrio entre fe y razón, el mundo islámico, tradicionalmente
agrario, quedó atrás. Las sociedades europeas comenzaron a liberarse de las estructuras agrarias, y esto conllevó la demanda de cambios en la política, en la sociedad y en la religión. Y conforme el ciudadano accedía a la educación, más derechos exigía. Este espíritu moderno tuvo dos consecuencias fundamentales: primero, la independencia social, política y científica; y segundo, la libertad para la innovación.

¿Toda la culpa del retroceso árabe fue entonces del islam? ¿No tiene ninguna culpa el colonialismo y el posterior respaldo occidental a las autocracias que ahora se desmoronan? La acusación de que el islam es el culpable, afirma Timor Kuran, profesor de la Universidad de Duke, suscita una pregunta clave: ¿por qué, si el islam es un obstáculo para la libertad y el desarrollo, su civilización llegó a ser la más avanzada?

¿Qué sucederá ahora? La idea de otro Teherán 1979 provoca pesadillas, pero las revueltas no son religiosas. Puede haber excepciones, como tal vez Libia, donde los europeos temen un emirato islamista, y Bahréin, donde la discriminación de la mayoría chií ha sido el detonante.
Pero lo que ha pedido la calle es libertad, como pasó en Berlín en 1989. 

El 2011 árabe se asemeja más, sin embargo, al 1848 europeo. En cuestión de semanas, los regímenes absolutistas de Europa cayeron como fichas de dominó, barridos por una revuelta contagiosa. Para el historiador Eric Hobsbawm, 1848 fue una “primavera de los pueblos” porque duró poco, en parte debido a la desunión del sector rebelde mayoritario, el de los trabajadores (La era del capital, 1848-75, Crítica, 1998). Y dieciocho meses después, los regímenes absolutistas habían recuperado el poder, con la excepción de Francia. Pero sólo fue un fracaso aparente. La revuelta europea supuso el fin de la servidumbre en Austria y Hungría y el inicio de una progresiva democratización (sufragio universal). La Administración Obama dice estar convencida de que el 2011 árabe se cobrará la cabeza de los presidentes y respetará la de los reyes.

Ibn Jaldún, el más grande de los historiadores árabes, dejó escrito que en Oriente Medio “el prestigio dura, en el mejor de los casos, cuatro generaciones”. Ahora veremos si Jaldún calculó
bien. La revuelta árabe ya ha derrocado a dos dictadores, Ben Ali y Mubarak, y ahora acorrala a Muamar el Gadafi, un tirano que destronó al rey Idris en 1969 y que pretende perpetuarse en el poder a sangre y fuego. Las petromonarquías, por el contrario, no parecen tambalearse, aunque la procesión irá por dentro. Egipto y Libia, como Iraq y Siria, han sido desgobernados con el contrato asocial de un rey absolutista: estabilidad (frente al islamismo) y si no, el diluvio. Pero el truco ya no funciona. En el Pérsico, el autócrata islamista quiere aguantar con el apoyo occidental, el petróleo y la subvención de la pasividad política.

26-II-11, Xavier Batalla, lavanguardia