´Siglo XXI: globalizar la democracia´, Ferran Requejo

Siglo XXI: globalizar la democracia.

Es conocido el contraste que se da en la especie humana entre su competencia tecnológica y la frecuente ausencia del más elemental sentido de la justicia, especialmente, en los comportamientos intergrupales. En la actualidad, mientras unos humanos depositan sofisticados instrumentos tecnológicos en Marte, otros padecen hambrunas, mueren por enfermedades que son curables, carecen de acceso a agua potable, viven bajo guerras endémicas, sufren de esclavitud –principalmente si son niños o mujeres–, etcétera. Está claro que, como especie, nuestros componentes genéticos nos han preparado para hacer algunas cosas mejor que para hacer otras. Pero, a pesar de todo, es a través de la transmisión cultural y de la acción colectiva desde donde más podemos incidir en nuestro futuro. La teoría política es parte de esa transmisión.

En el plazo de poco más de un año nos han dejado dos pensadores políticos relevantes: John Rawls y Norberto Bobbio. Ambos autores, con estilos y acentos distintos, apuntan a la necesidad de conseguir unas democracias más justas y más eficientes, y un orden internacional más civilizado, que le permita salir del estado de naturaleza en que suele encontrarse. Se trata de conseguir unas democracias y una convivencia internacional más comprometidas con los derechos humanos, con el combate contra la pobreza y con la resolución no violenta de los conflictos. Su obra ha sido importante para pensar mejor las democracias del siglo XX, a la vez que apunta algunas claves de cómo afrontar los retos del siglo actual. Entre dichos retos destacan dos: la globalización –económica, tecnológica y ecológica– y la acomodación democrática del pluralismo cultural.

Hasta hoy, la escena internacional ha sabido poco de democracia. Las democracias liberales han sido conquistas emancipadoras que distan, sin embargo, de ser algo acabado y, aún más, de ser algo universalizado. Uno de los objetivos políticos del siglo XXI debe ser la extensión y globalización de la democracia. Extenderla a más países, proceder a una mejor regulación de los derechos humanos –que integre más y mejor unos derechos sociales y culturales menos occidentalizados– y construir unas organizaciones internacionales de carácter multilateral que garanticen de manera efectiva el ejercicio de dichos derechos. Ello resulta impensable sin una organización política global de carácter multilateral.

De ahí la importancia de reuniones como la del Foro Social Mundial celebrada hace pocos días en Bombay. Se trata de la continuación de lo que podemos llamar el espíritu de Porto Alegre. A pesar de que es fácil insistir en su carácter eminentemente reactivo y en la heterogeneidad del movimiento –en el que conviven no sólo intereses y perspectivas distintas, sino simplemente contradictorios–, su misma existencia supone un incentivo en el momento de decidir qué temas incluir en la agenda global y cuáles son los medios más adecuados para abordarlos. La lógica de Davos es funcionalmente necesaria, pero la de Porto Alegre resulta éticamente imprescindible.

El sistema internacional actual no sirve para afrontar bien –en el sentido ético y funcional del término– los retos globales. Las organizaciones internacionales deben reformarse, así como sus poderes, políticas y líneas estratégicas. Empezando por reformas que mejoren, por ejemplo, la eficacia civil y militar de la ONU en relación con el mantenimiento de la paz y seguridad mundiales. Es preciso establecer reglas que permitan permeabilizar instituciones como el FMI o el Banco Mundial, cuyas actuaciones resultan a menudo sesgadas y poco controladas. Una ONU eficaz es imprescindible en el siglo XXI. Se echa también en falta una clara voluntad política y de liderazgo por parte de la Unión Europea hacia esa humanización de la globalidad tan precaria a principios de este siglo. Se trata de contar con unas instituciones multilaterales que permitan acciones globales contra los “males universales” (Berlin): la pobreza, la tortura, la esclavitud, las epidemias, las guerras endémicas o la falta de un horizonte de emancipación individual como el que encontramos en buena parte del continente africano. La acción de los estados resulta básica, pero también lo es la de movimientos como el embrionario G-4, la presión de las organizaciones regionales de todos los continentes (como la Unión Europea), así como la de los medios de comunicación y la sociedad civil internacional.

Para pensar estos retos, siguen resultando útiles las ideas a las que tanto Rawls como Bobbio (y Berlin) dedicaron buena parte de su esfuerzo intelectual. Estos tres autores defendieron la necesidad de ampliar y refinar las democracias de raíz liberal, a la vez que apuntan la conveniencia de huir de las certezas aprendidas, de las ideologías totalizadoras. Personalmente, creo que el liberalismo político de izquierdas, en el que con distintos matices podemos ubicar a estos tres teóricos, y que en el ámbito social tiene muchas similitudes con la socialdemocracia, constituye una de las perspectivas mejor armadas moral e intelectualmente para afrontar los nuevos tiempos.

lavanguardia, 28-I-04.