´Modernidad cosmopolita de Kant´, Ferran Requejo

Modernidad cosmopolita de Kant

En términos generales, el cosmopolitismo refiere a la idea de que todos los seres humanos pertenecen a una misma colectividad moral. Se trata, en primer lugar, de una concepción normativa que crea obligaciones respecto al resto de la humanidad, con independencia de las características de nacionalidad, lengua, religión, etcétera, que detenten los individuos (cosmopolitismo moral). En segundo lugar, el cosmopolitismo también suele referir a una idea más política, aquella que aboga por crear vínculos entre los colectivos humanos a través de una liga o federación de estados y de un derecho internacional (cosmopolitismo político). Cuando se mantiene, además, la conveniencia de instituciones políticas globales hablamos de una versión específica del cosmopolitismo político (cosmopolitismo institucional). Como es bien conocido, estas ideas remiten a Kant.

La vigencia política de Kant se debe en parte a que no estamos frente a un moralista, en el sentido de alguien utópico y desconectado de la realidad. Tampoco estamos frente a alguien que rehuya plantear los componentes no racionales del comportamiento individual y de los colectivos humanos. A Kant no le hubieran sorprendido ni la teoría de la evolución darwiniana ni la creación de las Naciones Unidas o de la Unión Europea. El mundo es dinámico y está presidido por el conflicto. La historia no es lineal ni en el futuro aguarda una sociedad armónica. Éste no es el horizonte de la sociedad cosmopolita que Kant postula. Estamos lejos, pues, de cualquier concepción angélica de los humanos y de las sociedades. En otras palabras, Kant está lejos de un racionalismo y de un moralismo ingenuos.

En la primera frase del breve escrito Idea de una historia universal en sentido cosmopolita (1784), Kant afirma>Modernidad cosmopolita de Kant

La Vanguardia, 28-XI-05.

En términos generales, el cosmopolitismo refiere a la idea de que todos los seres humanos pertenecen a una misma colectividad moral. Se trata, en primer lugar, de una concepción normativa que crea obligaciones respecto al resto de la humanidad, con independencia de las características de nacionalidad, lengua, religión, etcétera, que detenten los individuos (cosmopolitismo moral). En segundo lugar, el cosmopolitismo también suele referir a una idea más política, aquella que aboga por crear vínculos entre los colectivos humanos a través de una liga o federación de estados y de un derecho internacional (cosmopolitismo político). Cuando se mantiene, además, la conveniencia de instituciones políticas globales hablamos de una versión específica del cosmopolitismo político (cosmopolitismo institucional). Como es bien conocido, estas ideas remiten a Kant.

La vigencia política de Kant se debe en parte a que no estamos frente a un moralista, en el sentido de alguien utópico y desconectado de la realidad. Tampoco estamos frente a alguien que rehuya plantear los componentes no racionales del comportamiento individual y de los colectivos humanos. A Kant no le hubieran sorprendido ni la teoría de la evolución darwiniana ni la creación de las Naciones Unidas o de la Unión Europea. El mundo es dinámico y está presidido por el conflicto. La historia no es lineal ni en el futuro aguarda una sociedad armónica. Éste no es el horizonte de la sociedad cosmopolita que Kant postula. Estamos lejos, pues, de cualquier concepción angélica de los humanos y de las sociedades. En otras palabras, Kant está lejos de un racionalismo y de un moralismo ingenuos.

En la primera frase del breve escrito Idea de una historia universal en sentido cosmopolita (1784), Kant afirma: "... las acciones humanas se hallan determinadas, lo mismo que los demás fenómenos naturales, por las leyes generales de la Naturaleza". Uno de los conceptos clave de esta obra es el de la insociable sociabilidad que caracteriza a los humanos. Se trata, por decirlo en términos de hoy, de un hardware genético con el que nacemos: un antagonismo interno que caracteriza nuestro modo de estar en sociedad, en cualquier sociedad. El conflicto, la rivalidad y la competencia por los recursos y el poder son ingredientes insuperables de las relaciones sociales. Y ello es ajeno a nuestra voluntad. A veces los humanos queremos la armonía, pero nuestra naturaleza quiere otras cosas.

Y es precisamente en esta disposición natural de los humanos de querer ser sociales sin acabar de poderlo ser donde radica, para Kant, la raíz del progreso. Un mundo armónico, sin antagonismos, dirá Isaiah Berlin dos siglos más tarde, no sólo es imposible sino que resulta simplemente inconcebible. Nuestro pluralismo de valores, de intereses y de identidades es cambiante, pero siempre constituye el horizonte de nuestra humanidad.

A partir de lo que nos dicen la genética y la etiología actuales, podemos concluir que la imagen antropológica clásica de que somos animales sociales o la de Hobbes -un estado de permanente conflicto en los grupos humanos en ausencia de reglas coactivas- apuntan hacia aspectos de la realidad, pero son demasiado simples.

Y no está garantizado, como sabía Kant, que la "humanidad progrese constantemente hacia algo mejor". El progreso moral y político puede medirse en parte por el grado de sustitución de la violencia y las guerras por las normas y los tribunales democráticos. En este sentido, creo que un progreso para el siglo XXI debería incluir dos componentes: 1) el establecimiento a escala global de los logros históricos del liberalismo democrático, pero aplicados ahora a escala global, que garantizasen la seguridad, los derechos individuales y colectivos, y el establecimiento de un rule of law internacional (cartas de derechos recurribles ante tribunales internacionales, con capacidad operativa de establecer sanciones a los infractores); y 2) la construcción de unas democracias más refinadas moral e institucionalmente, que acomoden mejor a sus minorías nacionales y culturales internas, y que promuevan más eficazmente la equidad.

La creación de instituciones multilaterales como el Tribunal Penal Internacional o las integraciones entre países que van surgiendo desde la Segunda Guerra Mundial son pasos en la buena dirección. Pero a escala global y en términos de eficiencia, los logros son aún muy escasos.

El cosmopolitismo kantiano es una manera de mirar el progreso humano a partir de las tendencias antagónicas de nuestra naturaleza (y no contra ellas). Es un cosmopolitismo que tiene menos que ver con Rousseau que con Hobbes y los autores trágicos (desde Esquilo hasta Shakespeare). La insociable sociabilidad de los humanos permite pensar la sociedad cosmopolita como un "avanzar (difícil) perpetuamente hacia la paz". Se trata de una perspectiva intelectual más fructífera que algunas versiones neorousseaunianas actuales centradas en pretendidos patriotismos constitucionales, comunidades de diálogo o en la renovada fe en una política deliberativa que sus partidarios nunca acaban de concretar. Los conflictos son inherentes a las colectividades humanas. Lo que importa es disponer de las instituciones capaces de dirimir entre conflictos de valores, intereses e identidades legítimos. Un cosmopolitismo institucional pensado desde los antagonismos humanos, individuales y colectivos, y que deje espacio a las minorías nacionales y culturales permanentes de los estados irá ampliando los temas y el alcance de esa "sociedad que aplica universalmente el derecho" de la que ya nos hablaba Kant hace más de dos siglos.

lavanguardia, 28-XI-05