inquietud en toda la península arábiga

Manama, plácida y confiada capital de Bahréin, vive cada día entre la incertidumbre y la excitación. La plaza de la Perla, poco frecuentada en las horas de sol, se convierte, de noche, en un centro bullicioso y reivindicativo de reformas y libertades. "No queremos más que un cambio total", reza una de sus pancartas. Como el Gobierno mantiene alejada a su policía, son los manifestantes quienes, a veces, regulan la circulación. Una bandera de Bahréin, símbolo del nacionalismo isleño, por encima de divisiones entre suníes y chiíes, cuelga del grácil monumento con sus seis brazos que representan los países del Golfo: Arabia Saudí, Kuwait, la Federación de los Emiratos Árabes Unidos, Omán, Qatar y Bahréin.

Casi cada día hay manifestaciones en diversos barrios de la capital, las de la oposición y las que convocan los partidarios del rey. Todavía no se ha podido celebrar el pregonado "diálogo nacional", por las divisiones entre los grupos contestatarios, en particular de los que emanan de la propia plaza.

Son frecuentes los rumores que pretenden que carros de combate saudíes, penetran en este diminuto país atravesando el largo puente que une Bahréin con el poderoso vecino. El turismo, las inversiones extranjeras, la actividad bancaria, se van resintiendo de este ambiente de forcejeo entre la monarquía y las fuerzas divididas de la oposición. Un paso en falso de uno u otro bando, un choque entre manifestantes rivales, precipitaría Bahréin en la catástrofe.

Otros países de esta región, en principio privilegiada del mundo árabe, alejados de los apremiantes problemas de la pobreza, que sufren Egipto o el Yemen por ejemplo, van quedando, también expuestos de alguna manera, a estas revueltas no sólo del pan sino también de la libertad.

Ha sorprendido la propaganda en Facebook pidiendo el derrocamiento del emir de Qatar. En el texto se le acusa de "agente de Israel". Qatar goza de una de los más altos niveles de vida del mundo, y su Gobierno ha desplegado un increíble esfuerzo diplomático para mantener buenas relaciones con los poderes internacionales, desde EE. UU. hasta Irán. Se muestra complaciente con los palestinos de Hamas y los chiíes del Hizbulah. Su televisión, Al Yazira, que ha estimulado reivindicaciones juveniles y justas contra los regímenes dictatoriales árabes, es una de sus hábiles bazas en tierras del islam y en todo el planeta. El primer ministro de Qatar ha anunciado ya elecciones para su Asamblea consultiva.

En el emirato de Kuwait, que acaba de festejar su medio siglo de independencia - hasta 1961 fue como todos estos principados un dominio británico-se ha difundido otro llamamiento por internet, pidiendo la dimisión del primer ministro que pertenece a la familia del Emir Jaber. Hasta ahora, no ha habido protestas antigubernamentales ni en Qatar ni en Kuwait, el primer emirato del Golfo con un Parlamento. Muchas de las promesas anunciadas tras la liberación de Kuwait por los soldados estadounidenses en 1991, tras la derrota del ejército iraquí ocupante, no se han cumplido. La más destacada era la concesión de la nacionalidad kuwaití a los miles de biduns o ciudadanos discriminados del principado.

La atención primordial hay que fijarla ahora en Arabia saudí, tras las convocatorias en Facebook, y desde la plaza de la Perla de Bahréin, de manifestaciones en las dos próximas semanas. Si los llamamientos sólo vienen del exterior, como ocurrió con Siria, es difícil que prosperen. La monarquía de los Saud es la más absoluta e intransigente de todos los estados árabes. Es el país más difícil del mundo para tolerar cualquier amago de disidencias políticas callejeras.

3-III-11, T. Alcoverro, lavanguardia