´Foto con negritos´, Pilar Rahola

Vaya por delante el respeto que siento por todos aquellos que, movidos por la buena voluntad, dedican dinero y esfuerzo personal a intentar mejorar la vida en los rincones más olvidados del planeta. Pero también he pensado siempre que se trata de iniciativas que tienen más rédito moral en origen que efectividad real en destino. Es decir, que forman parte de la necesidad de algunos humanos de sentirse útiles, buenos y justos en un mundo inequívocamente injusto. Pero más allá de las motivaciones de cada cual –y sin tener en cuenta los intereses espurios de algunos–, sus esfuerzos se vuelcan en pozos sin fondo que no consiguen alterar la gravedad de la situación. Quizás porque cambiar el paradigma de la extrema pobreza no es cosa de bienintencionados que riegan el desierto, sino de proyectos estructurales capaces de hacer emerger el oasis. Todo ello, mejor dicho, viene a contar el antropólogo Gustau Nerín en un magnífico libro cuyo título provocador, Blanc bo busca negre pobre, es una declaración de intenciones. Para muestra, este botón: “África es un inmenso cementerio lleno de proyectos abandonados: hospitales que no se han inaugurado, letrinas nunca utilizadas, granjas de pollo que han durado lo que duran las subvenciones, guarderías polvorientas que nunca han visto un niño, ordenadores viejos parados por falta de electricidad…”. Para añadir: “La historia de la cooperación con el desarrollo en África es la historia de un fracaso. Nunca tanta gente, con tan buenas intenciones, había dedicado tantas energías a una causa inútil”. El resto del libro es un profundo ensayo que recorre las entrañas del buenismo occidental y las dinamita con tantas cargas de profundidad que obliga a una severa reflexión. Y, tal como reclama Nerín –y la mayoría de los grandes conocedores de África–, obligarían también a cambiar radicalmente de estrategia. De hecho, el propio Gustau me afirmaba que hace más por África la dictadura china, que no se mueve por mala conciencia, sino por intereses geoeconómicos, pero que deja estructuras industriales duraderas, que el mítico 0,7% del ideal europeo, cuyo “papanatismo” esconde, por otro lado, actividades económicas vampíricas que dejan a África seca de recursos. En realidad, se trata de una gran hipocresía. El libro es especialmente crítico con la ayuda “pública” en forma de caravanas de cooperación, u oenegés ad hoc, etcétera, más pensadas para la propaganda política y para alimentar el discurso populista de la solidaridad –cuando no para montarse aventuras exóticas– que como acción útil. En cierto sentido, una especie de reinvención progre del Domund de siempre, pero con carga ideológica. Lo cual redunda más en la idea de Nerín de que las fotos de los buenos blancos con los pobres negritos dan réditos en el mercado occidental, pero no sirven para nada. Eso sí, quedan bien en los currículum de algunos.

13-III-11, Pilar Rahola, lavanguardia