“La cara, el rostro“, Llątzer Moix

Hay dos tipos de políticos: los que conocen el paño e intervienen sobre la realidad desde que asumen el cargo, y los que en sus primeras entrevistas declaran que "están aterrizando" y luego se demoran o se atascan en la toma de decisiones. Unos son los ejecutivos de la política y edifican su reputación sobre hechos. Otros, aunque cobran lo mismo, dejan un rastro imperceptible.

Lady Ashton, jefa de la diplomacia de la Unión Europea, pertenecería al segundo tipo. Desde su designación hace 15 meses ha recibido reiteradas críticas por su pasividad. No representó a Europa con presteza a raíz del terremoto de Haití; ni cuando Túnez encendió la mecha de la revuelta en el norte de África;ni en los días en que Mubarak cayó en Egipto... Se podrá aducir en descargo de lady Ashton que Europa no está boyante, que su influencia global mengua. Cierto es. Se podrá añadir, y también será cierto, que el Reino Unido está feliz tras colocar a una figura inexperta en ese cargo: así su Foreign Office trabaja con mayor comodidad. Pero aun los más fieles defensores de la dama tendrán dificultades para justificar su última decisión: invertir 10 millones de euros en un equipo privado de relaciones públicas que mejore su imagen (cuando la UE gasta ya una fortuna en ese capítulo).

Lejos de mi intención dejar sin pan al noble gremio de las relaciones públicas y la imagen, que con tanto esmero cuida de prestigios, proyectos, productos y lanzamientos. Pero quizás sea hora de recordar que lo que está mal hecho no mejora con una campaña de imagen. Acaso tal campaña endulce nuestra percepción de lo que en realidad es un desastre. Pero el desastre sigue ahí, intacto, rollizo, esplendoroso. Esta extendida práctica cosmética ya es lamentable cuando se aplica a la comida rápida, a Nueva Rumasa, los libros basura o a tantos otros productos conceptual o eventualmente averiados que, mediante arteros retoques, impostan un look amable. Pero resulta ofensiva cuando se aplica a la política exterior de un continente con la cultura del nuestro.

Es verdad que Europa pacta con dictadores, que pide auxilio aEE. UU. si la cosa se pone fea yque la pujanza de los países emergentes anuncia un serio vapuleo. O que, si sigue desunida, quizás esté cerca el día de vestir el sudario y sentarse a esperar la muerte. Ahora bien, lo que pertenece al género idiota es sacar los polvos de arroz y ponerse la cara como Gustav von Aschenbach en Muerte en Venecia.Como si fuera útil ocultar una imagen macilenta cuando ya se ha perdido la cara y sólo queda el rostro… No todos lo ven igual, claro. Puesto que ofrece tantos dineros para mejorar el aspecto o la consideración pública de su triste labor, lady Ashton debe de ser partidaria de esta clase de afeites. ¿Pero por qué razón deberíamos sufragarlos con nuestros impuestos? ¿No sería más razonable - y barato-sustituirla por alguien que haga mejor su trabajo?

13-III-11, Llàtzer Moix, lavanguardia