´Todos somos Torrente´, Fernando Ónega

O sea, que Torrente 4 está barriendo en los cines. Ni El discurso del rey ni ninguna otra película triunfadora de los Oscar. Este fin de semana, Torrente batió récords de taquilla y ha sido el mejor estreno de la historia del cine español. Si el éxito de público y dinero fuese un baremo para decidir la talla de un cineasta, Santiago Segura se estaría codeando con Buñuel, Saura, Berlanga o Almodóvar. Y protagonistas de esta película como Paquirrín o Belén Esteban se podrían equiparar a Fernán-Gómez, Rabal, Landa o Concha Velasco.

En esto de las artes que viven del público, el caso es cogerle el tranquillo a los gustos del personal. Y Santiago Segura se lo ha cogido. Que otros se pongan trascendentes, busquen mensajes profundos, gasten millonadas y pasen a la historia de la gran cinematografía. La cuestión es saber qué quiere la gente. Y la gente, por lo visto, quiere eso que Segura les ofrece: caras conocidas, personajes aplaudidos en los bares del barrio, cameos de populares, desvergüenza y mucho cachondeo. El cachondeo bien llevado aporta disfraz intelectual, porque permite presumir de crítica de las costumbres o de sana rebeldía contra no se sabe muy bien qué. Digamos que Torrente reconstruye el esperpento de Valle-Inclán en el siglo XXI a base de filmar espejos cóncavos. A lo basto, pero nada menos.

La gente quiere eso, está visto. Y disfruta con eso, como lo hace en los programas que hemos convenido en llamar telebasura pero convocan multitudes en torno al televisor. A los cientos de miles de españoles que fueron a ver a Torrente este fin de semana no les pida usted que se gasten en un libro el importe de la entrada. Ni falta que les hace. Todo lo que necesitan para escapar de la crisis son mensajes sencillos, atractivos y divertidos, ver en un papel distinto a sus líderes de opinión, y Santiago Segura ha tenido la brillante idea de dárselos todos, concentrados.

Es la cuadratura del círculo. Es genial, de puro simple. Es el fruto de su enorme instinto, en ese punto donde se cruzan lo psicológico y lo comercial. Es la capacidad para fabricar una antología de lo hortera, con la complicidad de los horteras. Y es conocer muy bien a este país.

15-III-11, Fernando Ónega, lavanguardia