entrevista a Juan Pina, 8-III-11

Pocos podrán negar que el sistema político español necesita un cambio. La alternancia entre PP y PSOE se ha vuelto aburrida y predecible, y no deja de ser un sistema bipartidista que promulga ideas diferentes que ni ellos practican ni un medio para que ambos hagan lo mismo pero desde diferentes bloques políticos. Entre tanto, se critican mutuamente, para que parezca que hay conflicto cuando, en el fondo, tanto les importa estar a unos o a otros estar en el poder. El poder, algo que les importa más que el bienestar de sus votantes -salvo en pre campaña, que casualmente, sí les importan- o cuando las cosas se complican y son los ciudadanos quienes han de pagar sus errores.

El Partido de la Libertad Individual, presidido por Juan Pina, prima, como no podía ser de otra forma, la existencia de la libertad por encima de todo; especialmente, del Estado.

Como afirman en su web (www.p-lib.es), "el P-Lib es el nuevo partido político que ha nacido en 2009 como alternativa al colectivismo de izquierdas y de derechas. Un partido joven y con las ideas claras que aspira a obtener representación en las elecciones locales y autonómicas.

J. Estrada (Pregunta): ¿De verdad el pueblo necesita sentir el control paternal del Estado sobre sus cabezas?

J. Pina (Respuesta): El pueblo tal vez sí, los individuos conscientes de su soberanía personal no. Para los liberales resultan alienadores y liberticidas los conceptos de patria, pueblo, nación, clase social y cualquier otro que represente al conjunto de personas como un todo homogéneo y dotado de un propósito común. La soberanía grupal no existe: es una excusa para robarle a las personas su soberanía individual. La autodeterminación importante es la de la persona. Es importante explicar esto porque vemos constantemente cómo tanto la izquierda como la derecha del espectro político convencional emplean este tipo de conceptos con distintas estéticas pero con el mismo fin: someter al individuo y encauzarlo por el camino que ellos entienden acertado. El control paternal que mencionas se produce cuando prima el colectivismo. Los conceptos grupales antes mencionados son peligrosamente “estatógenos”: generan Estado. Quienes creen en el pueblo o la patria como algo superior a las personas, ansían a continuación dotarse de un Estado fuerte que imponga los fines asociados a ese concepto colectivista.



P: Quienes conocen el liberalismo sólo por encima suelen atribuir a esta ideología “lo más radical de cada partido”. Sorprendentemente, les extraña que un liberal apoye los matrimonios homosexuales, intenciones que se relacionan directa e inconscientemente con los socialistas, y que a la vez defiendan con uñas y dientes la libertad de mercado, o incluso el federalismo, algo que suena más a los independentistas. ¿Tiene el liberalismo lo mejor o lo peor de cada casa?

R: Mi primer impulso era responder que tenemos lo mejor de cada casa pero enseguida me he dado cuenta de que no es así, que son las otras casas las que han tomado del liberalismo aquello que más les gusta. Y a continuación lo han mezclado con sus ideas liberticidas en los demás campos. Para mí, el liberalismo, como la propia libertad, no puede trocearse. Escucho con disgusto expresiones como “liberal-conservador” o “social-liberal”. O se es liberal en todo o se es otra cosa, y como liberal me irrita que se emplee el liberalismo para descafeinar otras ideologías, para hacerlas más modernas o menos duras. Quien quiere libertad sólo en las cuestiones de derechos individuales pero después anhela un Estado que intervenga en la economía y la planifique no puede llamarse liberal. Quien quiere libertad sólo en la economía pero después anhela un Estado que intervenga para imponer valores morales y pautas culturales o una determinada idea de nación, tampoco puede llamarse liberal. Tenemos lo mejor pero no “de cada casa” sino que es nuestra casa, la casa liberal, la que alberga las mejores ideas. Y después muchas personas ajenas a nuestra casa toman esto o aquello y lo medio incorporan a sus diversos idearios, eso sí, con muchos matices y salvedades.



P: ¿Cuál es el rebate definitivo para quienes aseguran que la legalización de las drogas, o de la prostitución como una profesión tan digna como cualquier otra, son conductas inmorales que deberían estar vetadas por la moral y por el Estado?

R: Para los liberales, el colectivo no tiene legitimidad para imponer a una persona sus valores morales. Nuestra primera y principal objeción a prohibiciones como las mencionadas es que vulneran el ámbito de soberanía de las personas. La segunda, ya en el plano estratégico, es que causan problemas en vez de resolverlos. Hay narcotráfico, adulteración y criminalidad porque la prohibición de las drogas genera el negocio con mayores incentivos económicos del mundo. Hay explotación, trata de personas en régimen de auténtica esclavitud y exposición a enfermedades de transmisión sexual porque la moral arcaica de la izquierda y de la derecha convencionales mantienen en el limbo jurídico la prostitución, un servicio que constituiría una actividad económica más si no fuera por todos esos ingenieros sociales que se empeñan en esculpir la sociedad a su capricho.



P: ¿Por qué cree usted que aún quedan ciudadanos que prefieren que les asignen un centro sanitario o educativo, en lugar de emplear el sistema de cheques para asistir al colegio o al hospital que uno mismo decida?

R:
Por un lado, ser libre implica tomar decisiones, y mucha gente tiene auténtica aversión a la toma de decisiones. El miedo a equivocarse y la inmersión en una cultura paternalista son los factores principales de esa aversión. Por otro lado, opera también el temor a que haya centros mejores que otros. El Estado transmite una sensación de uniformidad del servicio, sensación que en general es cierta: en todas partes es más o menos igual de malo. La gente tiene que saber que la libertad no está exenta de problemas, y aún así elegirla al comprender que es superior a los sistemas planificados desde el poder. La universalidad no implica la gestión estatal. Ésta siempre será deficiente porque en el sector público no pueden producirse los incentivos económicos a la calidad. Cuando haya cientos o miles de empresas de seguros y servicios médicos, o de empresas educativas, los precios bajarán hasta alcanzar a la gran mayoría, y la calidad mejorará en general como consecuencia de la libre competencia. Las personas que aún así sigan excluidas recibirán un bono canjeable en cualquier empresa, a precio medio de mercado. Esto es mucho más solidario que condenar a esas personas al mal servicio estatal, y mucho más sostenible que obligar a todos a pagar por éste último aunque no lo utilicen.



P: Y profundizando un poco más en la educación, tengamos en cuenta que en la mayoría de lugares donde se imparte clase, el punto de vista de los profesores en diversos aspectos puede afectar o manipular a los alumnos. ¿Sería factible una educación académica paterna, que sustituyese a las aulas y que terminase con la paridad de contenidos políticamente correctos que procuran tratar los docentes? ¿Sería viable un sistema que combine ambos aspectos? ¿O es necesario que los jóvenes se eduquen en clase, con sus profesores?

R: Una vez más la clave está en la libertad. Personalmente soy escéptico respecto a la posibilidad de compatibilizar la vida profesional con las exigencias de la educación en el hogar. Pero es cada persona quien debe decidirlo, no el Estado. El Partido de la Libertad Individual se ha posicionado claramente en contra de la sentencia que hace poco rechazó la enseñanza en el hogar y obligó a las familias afectadas a escolarizar a sus hijos en el sistema convencional. ¿Con qué derecho? Es impresionante la arrogancia del Estado, que se cree una vez más legitimado para decidir por nosotros sobre todo aquello que nos afecta. El Estado sólo puede intervenir para proteger el derecho de otro, no para imponerme cómo debo ejercer el mío.



P: El liberalismo plantea el fin de las fronteras y la total libertad de circulación no sólo de capital o recursos, sino también de personas. ¿Podría convertirse la inmigración en un problema, ya que las zonas en decadencia se despoblarían y en las zonas en auge no habría suficiente empleo o lugar para todos? ¿Deben ser controladas la inmigración o los movimientos de personas, en general, de alguna forma?

R:
En puridad, el liberalismo rechaza todo control migratorio. En la práctica, esto es todavía imposible de gestionar, pero a muy largo plazo será inevitable y en mi opinión positivo. Previamente, la libertad económica habrá uniformizado más o menos los niveles de renta, por lo cual las migraciones no serán masivas. Para esto queda mucho tiempo, obviamente. Los dos centenares de Estados “soberanos” que hay en el planeta se han repartido el total de las tierras emergidas e impiden hoy que las personas puedan establecer nuevas agrupaciones en virtud de ideales compartidos, en tierras por explorar. Hoy no podrían surgir países como Australia o los Estados Unidos. Los liberales somos por naturaleza universalistas y entusiastas de la diversidad cultural. Ya, ya sé que los “liberal-conservadores” no lo son tanto y muchos de ellos son “guerreros culturales” (como les llaman en Estados Unidos) que desean imponer los valores tradicionales de Occidente. Eso me parece bastante poco compatible con el liberalismo. Por su parte, la izquierda ha caído en la ingenuidad de presentar la multiculturalidad como una realidad inmediata y sin aristas. No tengo dudas de que caminamos hacia una civilización global, ni de que esa civilización estará en gran medida basada en aquella de sus predecesoras que mayor progreso tecnológico y bienestar ha procurado a sus integrantes, la occidental. Pero eso no debe llevarnos a la arrogancia de pensar que el supuesto choque de civilizaciones se va a resolver a favor de Occidente. Más probable parece que ese choque se difumine cuando quede patente que en realidad el conflicto se daba entre la libertad reinante en unas zonas del planeta y las élites de otras zonas que intentaban impedir que esa libertad alcanzara a sus poblaciones. En otras palabras, no veo un choque entre la civilización occidental y la iraní, por ejemplo, sino entre millones de individuos iraníes y la élite que aún les gobierna.



P: ¿Cuáles considera usted que son los verdaderos caminos para afrontar la salida de la crisis?

R: Dejar hacer, dejar pasar… Esta crisis se ha originado en los dos sectores más controlados por el Estado: el financiero y el de la construcción. Los Estados y sus bancos centrales son los culpables de lo sucedido, al alimentar una expansión crediticia de gigantescas proporciones que sólo podía desembocar en la crisis actual. La solución es desestatalizar la economía. Hoy los liberales tenemos que exigir la separación de Estado y economía como ayer luchamos por la separación de Estado y religión, y afortunadamente lo logramos.



P: ¿Podría un sistema liberal evitar futuras crisis como la actual?

R: Sí, en gran medida, porque se evitaría la producción de ciclos y burbujas. Habría una economía mucho más estable. Esto impediría el enriquecimiento fácil y el acceso a créditos irresponsables que no cuentan en realidad con garantías ni se realizan con riqueza previamente producida; pero impediría también la inflación excesiva y las situaciones de desmoronamiento sistémico como la actual.



P: ¿Se ha creado a nivel social y económico una dependencia excesiva de los bancos? Dicho con otras palabras: si el Estado no rescatase bancos, ¿cuáles serían las consecuencias? Porque a pesar de ser empresas privadas...

R:
El Estado no debe rescatar ni bancos ni empresas de otra naturaleza. Tampoco debe intervenirlos ni poner los extraordinarios impedimentos que hoy existen para ser banco. Los bancos deben ser empresas normales y corrientes que prestan servicios de custodia o de inversión, separando con claridad ambos conceptos. Deben cobrar por los servicios que presten, como cualquier otra empresa. Su negocio no debería basarse en una “patente de corso” del Estado para crear riqueza artificialmente. Hoy tenemos una banca semiestatalizada, y por ello el Estado corre a salvarla con nuestro dinero cuando cuando sus propios excesos la han llevado a la expansión irresponsable de su crédito.



P: En términos prácticos, ¿qué es mejor? ¿Las fluctuaciones teóricas que pueden ser previstas del sistema capitalista o los hundimientos económicos derivados de las políticas intervencionistas del Estado?

R:
Estamos viendo, en realidad, como las tan temidas fluctuaciones se producen también en una economía hiperintervenida como la de las últimas décadas. El intervencionismo consiste en aplicar la fatal arrogancia de creer que el Estado tiene toda la información, las mejores mentes y los valores más altos. La realidad demuestra, con hundimiento, que eso no es así. La acción descoordinada de millones de microagentes económicos es superior a cualquier comité de expertos de cualquier ministerio.



P: ¿Cuál es el futuro económico español?

R:
Seguramente saldremos de la crisis más tarde y más tocados que otros países de nuestro entorno. Tengamos en cuenta que nuestra economía ha sido doblemente artificial desde los ochenta, ya que mucha de la bonanza y mucho del “milagro” español han sido en realidad transferencias desde el norte de Europa. Nuestro futuro sólo depende de una cosa: que nos quitemos de una vez la venda socialdemócrata de los ojos y entendamos que sólo podremos prosperar si expulsamos al Estado de la economía.



P: ¿Y el de las economías emergentes? ¿Cómo cree que afectarán los mercados de China o la India al resto del mundo, a medio o largo plazo?

R: Los países emergentes saldrán reforzados de la crisis y eso no es malo para la economía global. Demuestra que la libertad es más eficaz como igualadora de rentas que cualquier planificador. Y a los europeos nos ayudará a quitarnos de la cabeza cualquier querencia estatalista, o de lo contrario nos encaminaremos a largo plazo a sustituir al actual Tercer Mundo. Eso sí, con mucha dignidad y creyéndonos el ombligo cultural del mundo y los únicos civilizados del planeta. Ése es el problema de Europa, no haber sabido desprendernos de nuestra vieja gloria imperial, no comprender que ya no hay fronteras que nos protejan sino, en todo caso, zanjas cavadas por nosotros mismos que nos separan de la realidad global. La Europa-fortaleza es un error económico y cultural.



P: ¿Cree usted que España y los españoles están preparados para convivir en un sistema liberal?

R:
El peso de nuestra historia y las particularidades de nuestra cultura nos lo ponen algo más difícil que a otros, pero no somos extraterrestres. Simplemente tenemos que desaprender mucho. En cualquier caso, es importante no caer en la trampa que nosotros mismos nos ponemos al hablar de los españoles como un todo. En el Partido de la Libertad Individual somos conscientes de que una parte significativa de la población, seguramente mayoritaria por mucho tiempo, rechaza el liberalismo y la propia libertad. No importa. Lo que buscamos es abrirnos camino para, desde una cierta representación en las instituciones, servir como freno al liberticidio y después avanzar hacia más libertad. Basta que un cinco o un diez por ciento de la población apoye una opción anticolectivista para que los efectos se dejen sentir.



P: La propiedad intelectual supone un punto de conflicto entre los propios liberales, puesto que los hay que la consideran una propiedad sin diferencia de la propiedad física y quienes creen que esta afirmación carece de sentido. ¿Cuál es su punto de vista?

R:
Yo también constato que se trata de una cuestión en pleno debate entre los liberales, y que hay dos tendencias enfrentadas que argumentan, ambas, en clave perfectamente liberal. Lo que personalmente más me interesa no es quién tiene la razón sino hasta qué punto la evolución tecnológica actual es o no compatible con la protección de esa forma de propiedad sin incurrir en la vulneración de otras libertades y derechos individuales. Creo que es en esa cuestión donde debe centrarse el debate.



P: Un asesino es condenado a prisión, privándosele de gran parte de su libertad, cuando él ha privado de la vida a otra persona, y por ende, de toda su libertad. ¿Estaría justificada la pena de muerte, el ojo por ojo? ¿O la supresión de su libertad sería suficiente castigo?

R:
La pena de muerte es irreversible y supone la asignación al Estado de la capacidad de matar. Es una condena que repugna a los liberales, que en todo el planeta se han significado en la lucha contra la misma, igual que lo han hecho por los derechos individuales en cuestiones tan diversas como la eutanasia o el matrimonio de las personas del mismo sexo. La pena de muerte responde a la lógica de un Estado fuerte e inapelable, que puede ser la lógica de los “liberal-conservadores” pero en mi opinión no es la de los liberales.



P: Supongamos que el P-Lib alcanza el poder democráticamente, con mayoría. ¿Cuáles serían sus prioridades en el 2011, a nivel local, o en el 2012, a nivel estatal?

R: La prioridad máxima en estos momentos es reducir drástica pero sosteniblemente, con objetivos anuales a lo largo de una legislatura, la carga tributaria y social de empresas y particulares, así como el conjunto de regulaciones y obligaciones que soporta la actividad económica. Urge iniciar la transición desde el quebrado sistema de reparto a uno de capitalización personalizada para las pensiones y para otras contingencias, como el desempleo. Es prioritario también iniciar una salida ordenada del Estado de todas las actividades económicas y privatizar todas las empresas públicas, empezando por los medios de comunicación. Y hay que preparar una profunda reforma constitucional que entre otras cosas establezca un tope a la deuda y a los impuestos.

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