entrevista a Louise Arbour, presidenta del ICG

La canadiense Louise Arbour es la presidenta del International Crisis Group, una organización no gubernamental con sede en Bruselas que sigue de cerca la situación en casi 60 zonas de conflicto actual o potencial en cuatro continentes.

Respetada globalmente, tanto por su papel como Alta Comisionada de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas como por su rol en la Corte Penal Internacional con posterioridad a las tragedias de Ruanda y la antigua Yugoslavia, Arbour estuvo en Bogotá y dialogó con EL TIEMPO.

¿La sorprendieron los eventos recientes en el norte de África y el Oriente Medio?

No conozco a nadie que diga que no se sorprendió. En retrospectiva, es posible decir que deberíamos haber visto venir los eventos que de alguna manera se miran ahora como inevitables.

¿Por qué entonces nadie pudo predecir lo que iba a suceder?

Porque el disparador de todo fue un hecho aleatorio en Túnez. Era difícil predecir que iba a pasar y que se iba a extender de manera tan rápida a otros países, con raíces tan profundas. Por cierto, esto no se ha acabado.

¿A qué se refiere?

Ahora nos estamos concentrando en Libia por razones obvias, pero seguimos mirando los capítulos que vienen en Túnez y Egipto. Acabamos de publicar un informe sobre Yemen y seguimos de cerca la situación en Baréin. Hay otros países que son candidatos a seguir por el mismo camino.

¿Cuáles?

Los países que tienen la misma configuración básica de terribles disparidades económicas y regímenes autoritarios y represivos, con un fondo de corrupción e injusticia.

¿Qué sigue para los países en donde ya se produjeron cambios?

La verdad es que no hay un patrón establecido. Hay que mirar caso por caso, porque en cada uno el papel de los militares o los partidos políticos es diferente.

¿Cree que la respuesta violenta de Gadafi ha inspirado a otros a seguir el camino de la represión?

Sí, muy posiblemente. Sospecho, además, que dentro de los clanes que tienen el poder en países como Jordania hay un debate interno entre quienes prefieren las reformas y los que prefieren la represión directa diciendo: miren lo que le pasó a Mubarak.

¿Piensa que, al final de esto, la suerte de Gadafi está echada?

Hemos sido partidarios del cese del fuego y de una salida pacífica. Esto requeriría también la salida de Gadafi. Eso suena muy ambicioso, pero no podemos creer que la única solución sea la militar.

¿Le descorazona la respuesta de Occidente a estas crisis?

Creo que en general Estados Unidos ha sido muy prudente, porque ha entendido que no le corresponde tomar el liderazgo de insurgencias que son de carácter interno. Es sabio no dañar el verdadero carácter nacional de estos movimientos. Además, nadie quiere que se repita lo de Afganistán en un país musulmán que tiene petróleo.

¿Qué espera ver dentro de un año en el mundo árabe?

Ese puede ser un plazo demasiado corto, pero creo que las características de estos movimientos nos dan motivos de esperanza para que se resuelvan los problemas en el mundo árabe, cuyos regímenes eran insostenibles. Lo sucedido es resultado de una protesta genuina y no de una agenda negativa de radicales islámicos o intereses foráneos.

¿Cómo compara eso con América Latina?

No lo haría, porque esta es una región más democrática. Sin embargo, las desigualdades sociales en esta parte del mundo tienen que solucionarse. Hay muchos países de la región que toleran diferencias injustificables en la distribución de la riqueza.
Eso lleva a que haya mucha gente pobre que sigue en ese estado, en beneficio de unos pocos.

¿En qué situación está el mundo en lo que hace a seguridad?

Creo que han surgido nuevos actores de violencia que desafían el concepto convencional asociado a conflictos armados territoriales. Son empresas muy organizadas en el uso de violencia mortal, de manera que debilitan a los estados donde operan.

Por ejemplo...

Por ejemplo, lo que se ve en esta región, incluyendo a México, algo que se extiende hasta África occidental. Son grupos que no tienen una agenda política en particular o que no adoptan una estructura tradicional y que son muy poderosos.

¿Está la comunidad internacional preparada para enfrentar ese desafío?

La verdad es que no. Instituciones como la Corte Penal Internacional fueron diseñadas con otros parámetros en mente. El propio Consejo de Seguridad de la ONU necesita ampliar su agenda para enfrentar estos temas.

¿Quiere decir que los carteles mexicanos o colombianos, al igual que los piratas de Somalia entran en estas preocupaciones?

Así es. Cada uno tiene características diferentes, pero estos movimientos son una amenaza a la seguridad nacional e internacional.

¿Es más seguro el mundo que antes?

Depende de lo que se defina como seguridad. En el contexto de los conflictos armados está documentada una disminución en el número de guerras y víctimas de ellas a lo largo de los pasados 20 años. Entiendo que la percepción es la contraria, pero es así. Al mismo tiempo, tenemos que mirar el aumento en el crimen común y organizado y el crecimiento en las muertes violentas que no vienen del concepto clásico de guerra.

¿Qué reacción le produce lo sucedido en Sri Lanka, en donde el gobierno derrotó militarmente a la guerrilla?

Creo que eso les da elementos a algunos cínicos que piensan que a la guerra hay que darle una oportunidad, algo que me parece absurdo. El caso de Sri Lanka es uno de los grandes fracasos de la comunidad internacional. Nadie le prestó atención a la masacre de cerca de 30.000 civiles en los últimos tres meses del conflicto. Ese es un pésimo ejemplo.

¿Cómo ve el caso de Colombia?

Pienso que hay consenso, en el sentido de que la opción militar no es la única para combatir a las Farc. También reconozco que hay una agenda que incluye temas económicos, de desarrollo y de respeto a los derechos humanos, y esta aproximación al conflicto es saludable.

¿Y a nivel regional?

La distensión con los vecinos es muy positiva. Mantener esa muralla en las fronteras no era sostenible en el largo plazo.

¿Qué más desea resaltar sobre Colombia?

Un elemento adicional es el de la justicia transicional. Pienso que los resultados de la Ley de Justicia y Paz son modestos. El proyecto de ley de víctimas es un esfuerzo muy ambicioso que va en la dirección correcta. Conceptualmente, Colombia ha sido el país más audaz a la hora de usar los mecanismos para manejar sus problemas. Pero hay desafíos muy grandes en la implementación de esos mecanismos.

¿En cuál área no hay avances?

En lo que tiene que ver con un proceso de paz con la guerrilla. Veo que se ha hecho muy poco para buscar una salida negociada.

Lo sucedido en Japón da la impresión de que hay que incluir en el manejo de crisis los desastres naturales. ¿Está de acuerdo?

Sí. Hay que mirar la respuesta de las sociedades ante las emergencias. Aunque es una comparación odiosa, la reconstrucción de Japón va a hacer más agudo el atraso de Haití, donde los avances son muy lentos, lo cual puede llevar a que el apoyo internacional a ese país (Haití) se reduzca. La respuesta humanitaria es muy similar en todas partes, pero las diferencias surgen después.

¿Qué opina de que Colombia lleve el caso de Haití al Consejo de Seguridad?

Me parece muy bien, porque hay que mantener el interés en Haití, a la luz de las elecciones de mañana. Espero haya un claro ganador porque, de impugnarse nuevamente sus resultados, podríamos regresar a un escenario inestable y violento.

RICARDO ÁVILA
DIRECTOR DE PORTAFOLIO

18-III-11, eltiempo.com