´Practicar caridad con dinero ajeno´, Gregorio Luri

Ahora todo el mundo sabe que nuestras actuales penurias económicas se deben a la voracidad capitalista de banqueros sin escrúpulos. Como yo a la economía la tengo por una de las bellas artes, no entraré a enjuiciar la opinión común, pero mientras la crisis se estaba larvando y todos contemplábamos admirados las boyantes cuentas de resultados de nuestras empresas, los banqueros y hombres de negocios en general no hacían más que hablar de ética. ¿O no se acuerdan ustedes lo de moda que estaban la gestión ética y la responsabilidad social corporativa (RSC)? Nunca tuvimos más bancas éticas ni banqueros más filántropos empeñados en apostar por causas nobles. Había codazos en la carrera pública de los empeñados en practicar la caridad... con dinero ajeno (el de sus accionistas). El lenguaje económicamente correcto insistía en que las empresas se dotasen, al menos en parte, de un alma de oenegé. Al parecer en las épocas de vacas gordas el consumidor también necesita justificarse a sí mismo decorando el producto consumido con un envoltorio moral. Los establecimientos más insospechados aseguraban que un tanto por cierto de nuestro consumo se dedicaba a una buena causa. A una causa mejor, se entiende, que la de darnos un producto de la máxima calidad al mejor precio. La llegada de las vacas flacas ha puesto de manifiesto que el mejor servicio, y el más moral, que nos puede prestar una institución financiera es su solvencia eficiente. Recordemos las lapidarias palabras de Adam Smith: "No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero por lo que podemos contar nuestra cena, sino por su preocupación por su interés". No creo encomiable el gesto de los poderes públicos de dedicar parte de su presupuesto, por decreto, a remotas causas nobles. Me parece un gesto que roza la hipocresía y esta es el tributo que el vicio rinde a la virtud (o la riqueza a la pobreza). Lo noble, y lo urgente, es que los ciudadanos se movilicen autónomamente con el dinero de su bolsillopara socorrer las necesidades urgentes del mundo. Lo ético es que sea yo el que decida ser o no un egoísta, no que alguien lo decida por mí por el mero hecho de manejar mis impuestos. Nadie puede ser moral por decreto, especialmente si tenemos que pagar la deuda colectiva a precios de mercado.

7-IV-11, Gregorio Luri, pedagogo, lavanguardia