´A 400 kilómetros por hora´, Josep Vicent Boira

Si se fijan en el calendario de la formula 1 para la temporada próxima, los países implicados tocan a un gran premio por barba. Todos, excepto uno, que tiene dos. ¿Qué país es este que se puede permitir esta generosidad con Bernie Ecclestone y su circo? ¿Algún país del Oriente Medio, rico en petróleo?, ¿un nuevo país emergente deseoso de ofrecer su energía al mundo?

No. India tendrá un premio, pero no dos. Dos sólo tiene España. No deja de ser paradójico. El país que con más sufrimiento está llevando el no caer en el grupo de los "rescatados" (Portugal, Irlanda y Grecia), que baja el sueldo a sus funcionarios, que recorta prestaciones sociales y reduce las pensiones y que más esfuerzos está haciendo para remontar el vuelo o, al menos, para detener su caída libre en el diferencial alemán es el único del mundo que puede presumir de tener dos grandes premios de automovilismo, al menos por ahora. ¿Es eso normal?

Para evitar suspicacias con otros países, muy hábilmente, la carrera que se celebra en Valencia se denomina Gran Premio de Europa, mientras la que se celebra en Barcelona se llama Gran Premio de España. Hábil diferencia. Por eso, junto a la bandera española de Barcelona (perdonen la literalidad de la expresión), las estrellas doradas y el azul de la Unión (el blau y Valencia tienen en cambio una largo historial) disimulan el pastel.

Noticias recientes hablan de que el premio que se celebrará en la capital valenciana el próximo 26 de junio, a orillas del mar, en la dársena interior del puerto, ronda este año los 800.000 euros en facturas de pagos directos de la Generalitat valenciana, cuentas aparte de lo que costó la habilitación del circuito urbano (por encima de 60 millones de euros) y el canon que pagar (entre 18 y 20 millones de euros). Barcelona, a su vez, no le anda a la zaga: sus 13 millones de canon chirrían con las políticas de austeridad que impone el nuevo Gobierno de Convergència i Unió. Malos tiempos para estas cuentas.

Pero más que concluir que podríamos vivir sin grandes premios, me gustaría retomar la posibilidad, ya esbozada por algunos medios, de establecer una alternancia en su celebración. No sería la primera vez que Valencia y Barcelona compartirían protagonismo. Una historia singular nos lo demuestra: a principios del siglo XX, cuando se comenzaron a celebrar las ferias internacionales, ambas ciudades aspiraron a ser sedes permanentes de la que en España se realizaba. Valencia fue la primera en celebrarse, en 1917. Barcelona se sumó después, en 1920 (la presencia de Madrid es muy posterior). ¿Podía España permitirse tener dos grandes ferias como las de la capital valenciana y catalana? En 1924, el Gobierno español tuvo la sana ocurrencia de crear un comité regulador de celebraciones de ferias muestrario y exposiciones que, en el mes de julio de ese año, decidió que ambas ciudades alternasen su celebración. Alternasen y concentrasen, pues la prensa valenciana del momento ya recogió que las ferias "se celebrasen sólo en Valencia y Barcelona, fijándose, para la correspondiente a 1925, nuestra ciudad". Antecedente preclaro de buen orden y sentido común de una geografía comercial que reflejaba el tejido exportador compartido.

¿Resultaría imposible ahora fijar un turno como este? Es posible: los vicios de las autonomías son evidentes, y los intereses locales, poco acoplables. Pero tal vez la fuerza de los hechos y de las facturas que deben pagar los ciudadanos con sus impuestos pueda convencer a quienes promueven ambas carreras de la posibilidad de repartirse cargas y beneficios entre dos ciudades que pueden estar, si así el Ministerio de Fomento lo cumple, conectadas en hora y media por alta velocidad y que pueden repartirse papeles sin demasiados problemas.

11-IV-11, Josep Vicent Boira, Universitat de València, lavanguardia