´Juegos mixtos´, Eulàlia Solé

Hablamos de educación mixta o no; también cabe hacerlo de juegos mixtos o no. Aleccionadora la observación de cómo suelen cambiar las relaciones de esparcimiento entre niños y niñas cuando pasan de la primera infancia al inicio de la enseñanza primaria. Sucede no sólo en el patio de la escuela, sino en el parque donde acuden a jugar a la salida.

Hasta los seis años, apenas existe distinción entre uno y otro sexo, siendo así que comparten juegos dentro y fuera del colegio. Corretean, se columpian, hacen pozos y puentes con arena húmeda; cuando se reúnen en una casa comparten coches, muñecos o cocinas. Es al comenzar la primaria cuando algo se rompe, de manera tajante si acuden a centros de educación separada, como es obvio; en menor medida pero perceptiblemente cuando no es así.

En primero, de pronto a los niños les ataca la fiebre del fútbol, de forma que muchas niñas ven como sus amigos de siempre ya no son compañeros de juego. Se acabaron el escondite, el pilla-pilla, los equilibrios en una pirámide metálica. Ellos, al balompié, sea en el recreo escolar o en el parque hasta el anochecer; ellas, saltando a comba, montando en un trapecio o subiéndose a un árbol.

Transformación que puede carecer de importancia para las personas a quienes este tipo de divisiones les tengan sin cuidado, o incluso las aplaudan, pero que desde la perspectiva de la integración de ambos sexos resulta decepcionante. Pongamos que las niñas jugaran a fútbol durante un rato, algunas ya lo hacen, pero pongamos asimismo que los niños continuaran disfrutando también con otros entretenimientos.

Los juegos no son una tontería, ni en la infancia ni en la edad adulta. Son intercambio, conocimiento mutuo, valoración del otro. En este sentido, junto a la libertad de elección, deberían habilitarse, tanto por parte de la escuela como de las familias, opciones para que chicos y chicas fueran más iguales a través de entretenimientos compartibles: patinaje, baloncesto, ping-pong... ¿Por qué los niños no saltan a comba? Es divertido, es un ejercicio gimnástico. No hacerlo responde más bien a una exclusión mental, entre otras muchas que mantienen viva la disgregación entre hombres y mujeres.

Participar, conocerse, respetarse durante la infancia abre la puerta a seguir haciéndolo a lo largo de la vida. Y a la escuela y la familia les corresponde fomentarlo.

15-IV-11, Eulàlia Solé, socióloga y escritora, lavanguardia