cambios de opinión por sabiduría (o viceversa)

Ingenieros nucleares, físicos o investigadores que  mantenían inicialmente posiciones a favor de la energía del átomo han cambiado, en determinadas circunstancias, su manera de pensar hasta alejarse de sus posiciones de partida. No obstante, su evolución y el distanciamiento de la energía nuclear tienen grados. Unos son simplemente críticos y subrayan los peligros de esta energía; otros se muestran cada vez más beligerantes con ella; los hay que han cambiado de bando, y finalmente no son pocos los que han pasado a la acción trabajando alineados en el campo de las energías renovables.

"Hace treinta años pensé que la energía nuclear era realmente la solución y que el mundo la necesitaba. Pero cambié de opinión tras el accidente de Three Miles Island en 1979", dice Harry Lehmann, director de la Agencia Federal de Medio Ambiente de Alemania. Lehmann, experto en física teórica y partículas, es uno de los ingenieros y físicos alemanes que cambiaron su opinión en los años ochenta a raíz del accidente de Harrisburg. Aquel siniestro y el de Chernóbil fueron un aldabonazo en la conciencia de los jóvenes alemanes llamados a ser protagonistas del gran despegue nuclear. Y de ahí vienen los continuos vaivenes de Alemania con la industria nuclear.

"Las centrales nucleares no tienen una solución para los residuos; además, su existencia fomenta la proliferación de armas nucleares, y en tercer lugar hemos visto accidentes continuos: Chernóbil, Fukushima...", enumera Lehmann. Para él, la experiencia ha demostrado que las plantas nucleares son sólo una buena solución energética "si no hay fallos de funcionamiento"; pero "el problema es que sabemos que los humanos no son infalibles". Hay riesgo de atentados, accidentes naturales, inundaciones catastróficas...

Antoni Lloret i Orriols, científico catalán doctor en Ciencias Físicas, vivió una verdadera transformación personal. Dedicó muchos años a la investigación sobre física nuclear en París y Ginebra, donde fue acumulando dudas sobre esta fuente de energía a partir del secretismo con que tropezaban sus preguntas a las empresas eléctricas; hasta que finalmente descubrió de cerca todos esos peligros al elaborar un informe sobre el accidente de Harrisburg encargado por el presidente de la Generalitat Josep Tarradellas.

En un viaje a Estados Unidos, descubrió a los heroicos "liquidadores" que combatían las fugas de radiactividad en cortas pero intensas jornadas laborales. Sus informes sobre la radiactividad emitida fueron una referencia en Francia. "Quienes trabajan en la industria nuclear también conocen sus peligros y tienen un miedo terrible a un accidente. Incluso, su percepción del peligro nuclear es más acusado que la de un simple ciudadano, aunque lo niegan", afirma. Lloret denuncia "la retahíla de mentiras y ocultaciones de la energía nuclear" a lo largo de su historia y sus intentos de negar o de minimizar la contaminación radiactiva generada, "lo cual explica el comportamiento de los directivos de Ascó en las últimas fugas de radiactividad".

Para él, las consecuencias pueden ser catastróficas. "La energía nuclear no sólo destruye unas cuantas vidas humanas, sino que significa la ruina de la región afectada. En Fukushima, pasarán al menos 100 años para que vuelva a ser lo que era. La economía de Japón se verá tremendamente afectada", dice, antes de argumentar sus dudas sobre la seguridad intrínseca de Ascó por su ubicación (incluida la rotura de un embalse en el Ebro). Y tiene su propio pronóstico para el futuro. "A partir de ahora, cada vez habrá más riesgo de accidente

porque las centrales envejecen y, económicamente, a los dueños no les saldrá a cuenta corregir todos los riesgos".

Josep Puig Boix, un ingeniero nuclear, se cayó del caballo a finales de los años 70, cuando acababa su carrera en la universidad. Se vio involucrado en las protestas contra el plan para construir unas minas de uranio en Les Guilleries, y desde entonces ha protagonizado múltiples iniciativas contra la energía nuclear. "Un reactor nuclear de 1.000 MW funcionando un año tiene tanto material radiactivo dentro como mil bombas de Hiroshima", dice. Para Josep Puig, hoy profesor de Energía en la Universitat Autònoma, los accidentes de Fukushima "han confirmado nuestros peores pronósticos" de que podría darse un fusión nuclear.

Sus conclusiones son claras. "La energía nuclear es la opción más cara y, además, distrae recursos y capacidades para buscar otras soluciones de generación de electricidad a nuestro alcance". También está convencido de que España puede cerrar las nucleares. "Nuestro parque eléctrico son 100.000 MW, la punta de consumo pone en marcha 44.000 MW, y las nucleares sólo suponen 8.000 MW", expone. Cree, además, que se pueden cerrar (como reza el programa electoral del PSOE) sin que esto comporte más emisiones de gases de efecto invernadero al recurrir al gas para producir electricidad. "Bastaría coger todas las plantas térmicas y hacer cogeneración con ellas; y de esta manera ahorraríamos la quema de gas; con el calor residual de las térmicas podríamos dar calefacción y frío", dice.

François Díaz Maurín, un ingeniero experto en estructuras civiles en plantas nucleares, se muestra muy crítico con esta tecnología. Cree que no es posible conciliar la ecuación entre seguridad nuclear y riesgo de grandes catástrofes naturales. Frente al optimismo de las primeras previsiones (un accidente grave cada 20.000 años de funcionamiento de reactor, ratio que luego se ha ido rebajando), la realidad es que "llevamos cinco grandes accidentes nucleares en 40 años, uno cada ocho años de media", sentencia.

"La seguridad ha mejorado, pero dada la manera como se hacen los diseños de las plantas, nunca podremos anticipar todo lo que pasará en el futuro. Porque topamos con las incertidumbres de las catástrofes naturales. Y, en teoría, no podríamos hacer ningún cálculo de los riesgos si hay incertidumbres, porque se trata de una contradicción en sí misma", dice.

Díaz Maurín, que ha trabajado en Areva (grupo francés de tecnología nuclear), afirma que el diseño de las plantas no puede preverlo todo. "Hacemos diseños para incorporar sucesos que hemos visto, pero no para los que vendrán. Y desde que se corrige un diseño hasta que se introducen mejoras en los nuevos reactores, pasan más de diez años", indica. Este experto es muy crítico con el lenguaje de los sectores pronucleares. Juzga inadecuado hablar del reciclado de sus residuos radiactivos, cuando en realidad se trata de un reprocesado para reutilizarlos y hacer nuevo combustible con plutonio (MOX), lo que no impide los nuevos desechos. "Nunca ha habido un movimiento popular a favor de la nuclear. Las opiniones favorables a ella están ligadas a intereses privados. Hablan bien de ella personas que viven de ese trabajo. Hay que entenderlo, pero les falta objetividad", dice Díaz Maurín.

24-IV-11, A. Cerrillo, lavanguardia