´Preguntas más allá de Libia´, Brahma Chellaney

Desde el intento inicial de proteger a los civiles hasta el objetivo actual de una victoria total en Libia, la evolución de la misión que ha caracterizado el ataque militar de las potencias occidentales plantea preguntas preocupantes sobre su estrategia en relación con Libia y sobre los riesgos que podría acabar originando, por más que inadvertidamente una ciudadela yihadista a las puertas del sur de Europa. En realidad, la intervención en una Libia tribalmente dividida ha contribuido a subrayar un enfoque selectivo concerniente a la promoción de la libertad y la protección de los civiles - un enfoque reforzado, por cierto, por el continuo apoyo de Occidente a los regímenes árabes que han utilizado una fuerza desproporcionada para reprimir revueltas o disturbios populares.

Las potencias occidentales deben ser aplaudidas por intentar impedir una matanza de civiles. El mundo libre no puede permanecer cruzado de brazos mientras cualquier tirano se sirve de sus fuerzas armadas para masacrar civiles. Sin embargo, cualquier intervención - ya sea de naturaleza militar o en forma de sanciones económicas y diplomáticas-debe superar la prueba de la imparcialidad llegada la oportunidad de atajar a los déspotas en su actitud de desatar una represión sin límites.

La convulsión política en el mundo árabe responde a su misma textura y puede alterar la fisonomía de Oriente Medio y el norte de Áfricade la misma manera que la caída del muro de Berlín en 1989 cambió esencialmente Europa. De hecho, 1989 marcó tal hito que el periodo transcurrido desde entonces ha traído consigo el cambio geopolítico mundial más profundo en el plazo más comprimido de la historia.

Sin embargo, el mundo árabe había escapado a cualquier cambio en líneas generales, manteniendo a los mismos gobernantes, regímenes y prácticas profundamente arraigadas.

De modo que, desde este punto de vista, la revuelta del mundo árabe representa una reacción tardía, un anhelo de cambio que apunta a un despertar democrático desde su base. Pero ¿dotará a las masas tal despertar de un mayor vigor democrático? El ambiente expectante perceptible en el mundo árabe actual es similar a la nueva esperanza que emergió en el bloque oriental en 1989. Sin embargo, la historia raramente avanza de forma lineal y previsible. Aunque ahora está claro que gran parte del mundo árabe se halla en transición con relación al orden actual, no está claro hacia qué está en transición.

Los últimos acontecimientos, en realidad, constituyen un recordatorio de que el vigor democrático depende de factores complejos en cualquier sociedad - tanto endógenos como exógenos-.Dos factores internos suelen ser clave: el papel de las fuerzas de seguridad y el nivel de desarrollo tecnológico de la capacidad represiva del Estado.

En las últimas semanas, las fuerzas de seguridad han contribuido a modelar los acontecimientos de diverso modo en cuatro países árabes. Si bien el levantamiento popular en Yemen ha causado fisuras en el sistema de seguridad, de modo que distintas facciones militares controlan distintos barrios de la capital, Saná, la monarquía de Bahréin se ha valido de mercenarios extranjeros suníes que controlan sus fuerzas policiales para disparar contra los manifestantes, predominantemente chiíes.

En Egipto, la negativa del ejército a ponerse del lado de Hosni Mubarak fue el factor que contribuyó a acabar con el dilatado régimen dictatorial de este ex general. Las fuerzas armadas, utilizadas durante mucho tiempo en el ejercicio del poder, han recelado crecientemente de los esfuerzos de Mubarak para preparar a su hijo como su sucesor. En la actualidad, las estimulantes palabras de libertad no pueden disimular la realidad de que la revolución popular en Egipto sólo ha conducido hasta ahora a una toma directa del poder por parte de las fuerzas armadas, con leyes de emergencia todavía en vigor que datan de décadas y en tanto el rumbo político del país resulta incierto. Y el último ejemplo de represión sangrienta lo estamos viviendo en Siria.

En cuanto al segundo factor clave interno, la capacidad estatal de controlar eficazmente las llamadas a través de teléfono móvil, los mensajes y el correo electrónico y el acceso a internet ha revestido tanta importancia como un aparato de seguridad bien engrasado. Considérese el caso de China: su sistema interno de seguridad abarca desde los sistemas de vigilancia y control de última generación y los centros de detención extrajudiciales hasta un ejército de informantes pagados y patrullas de barrio a la caza de alborotadores. En respuesta a los llamamientos de algunos chinos de ultramar para que la gente se congregara los domingos en lugares específicos en Shanghai y Pekín para ayudar a lanzar una revolución molihua (jazmín), China ha mostrado una nueva estrategia: llenar preventivamente de policía las plazas designadas por los manifestantes para no dejarles espacio. Factor aún más importante, China, como líder mundial en una estricta censura, se halla muy bien preparada para impedir que el contagio del mundo árabe llegue a sus orillas.

Los factores externos son especialmente importantes en países más pequeños y débiles. Nada lo ilustra mejor que Bahréin: la casa de Saud envió tropas a ese país bajo la bandera del Consejo de Cooperación del Golfo para aplastar las protestas pacíficas, pero ha sido una Libia desgarrada por un enfrentamiento civil la que se ha convertido en el blanco de un ataque militar internacional. La cruda realidad es que ningún país ha contribuido más a la propagación de la yihad global que Arabia Saudí. De hecho, la intervención militar de este país financiador del terror para apuntalar el régimen de Bahréin es análoga a la intervención soviética de 1979 para reforzar un régimen afgano sitiado en Kabul, invasión que supuso armar de modo multimillonario y con guión de la CIA a los rebeldes afganos con el consiguiente aumento del terrorismo islámicos transnacional.

Sin embargo, en la actualidad, al tiempo que la CIA lleva a cabo operaciones encubiertas en Libia y ayuda a los rebeldes, Washington está en peligro de regresar al punto de partida al poder crear un paraíso yihadista a las puertas del sur de Europa, con graves consecuencias para la seguridad de España, Italia y otros países. La ampliación de la intervención en Libia de una misión limitada y humanitaria a un ataque a gran escala contra las fuerzas armadas libias daría a entender que esta guerra se cifra en asegurar que el mundo árabe no escape al control occidental. La intervención parece haber sido impulsada por un frío cálculo geopolítico: confinar o eliminar a Gadafi para que su régimen no explote el vacío político en los vecinos Egipto y Túnez.

Costa de Marfil - donde los atropellos y la violencia desenfrenada han impulsado hasta un millón de residentes a huir de la capital, Abiyán, mientras Laurent Gbagbo como hombre fuerte desafiaba abiertamente a la comunidad internacional hasta su caída-era claramente un motivo más apremiante de proceder a una intervención internacional que el de Libia. Pero debido a que el país carece de importancia estratégica o de petróleo, el éxodo de los marfileños a Liberia y la afluencia de mercenarios liberianos han seguido fuera de control.

Los diferentes parámetros y prácticas internacionales, por desgracia, envían el mensaje de que el vigor democrático de cualquier sociedad sólo es posible si coincide con el interés de las grandes potencias. Al transmitir la idea de que la promoción de la libertad humana es sólo una herramienta geopolítica, esto no logra más que hacerle el juego a la autocracia mayor, más antigua y más poderosa del mundo, China.

 

29-IV-11, Brahma Chellaney, profesor Estudios EstratégicosCentro de Investigación en Ciencia Política de Nueva Delhi, lavanguardia