´Altruismo llevado al extremo´, Eulàlia Solé

La semana pasada tuvimos noticia de que un hombre había donado uno de sus riñones a un desconocido. Supimos también que este acto de altruismo extremo lo había llevado a cabo un religioso. ¿Sólo por amor a Dios puede sentirse tanto amor por una persona con la cual no existe vínculo alguno? Tal vez la explicación resida en la religiosidad, o tal vez no. Pruebas de gran generosidad las encontramos tanto entre creyentes como entre agnósticos o ateos, como las encontramos de perversión en unas u otras categorías. Mas lo cierto es que, orillando los motivos de fondo, la cesión en vivo de una parte del cuerpo a otro ser humano es altruismo puro, y superlativo cuando se hace por amor a un prójimo ignoto.

La entrega de este primer donante dio lugar a otros dos trasplantes, llamados cruzados porque la esposa del primer receptor cedió su riñón a otro enfermo compatible mientras que la esposa de este lo hizo para otra enferma. Ambas salvaron a sus respectivas parejas asumiendo tales actos de compensación.

Muestra fehaciente de que acciones tan altruistas distan de ser comunes la hallamos en la respuesta obtenida por La Vanguardia a la pregunta de si donaríamos un órgano en vivo a una persona desconocida. Un 76% de los que contestaron dijeron que no, viniéndose a demostrar que la mayoría de la gente no somos héroes. Porque heroico es entrar en un quirófano para quedarse con un único riñón de reserva en favor de otro ser humano, en especial si es ajeno a nosotros. Mucho más heroico que la profusión de hazañas bélicas que han merecido tal calificativo. Sobre todo porque en aquel caso no nos referimos a matar sino a dar vida.

Cuando incluso nos costaría ser dadivosos con nuestros órganos respecto de alguien querido, fuera un familiar o un amigo, cuánto más mérito entraña serlo con alguien extraño a nosotros. Un altruismo que contrasta con la mezquindad de quienes se oponen a ceder los órganos de un familiar fallecido sabiendo que pueden ser útiles para la supervivencia de enfermos pendientes de un trasplante. El mosaico humano está conformado por tal cúmulo de disparidades que, si en ocasiones lo hacen atractivo, en otras lo convierten en detestable. No cabe duda de que si la donación a partir de la muerte no encontrara obstáculos, no se presentaría el dilema de acceder o no a hacer entrega por parte de los vivos.

6-V-11, Eulàlia Solé, socióloga y escritora, lavanguardia