´Una noche de juerga cúprica´, Quim Monzó

El aeropuerto de Castelló lo inauguraron, pronto hará dos meses, el presidente valenciano, Francisco Camps, y el de la Diputación de Castelló, Carlos Fabra. En aquel feliz momento se comentó el hecho curioso de que lo inauguraran cuando ni siquiera habían solicitado autorización de navegación aérea ni, por lo tanto, tuvieran que aterrizar aviones. Cuando a Fabra le preguntaron si no era eso una incongruencia, contestó que precisamente era bueno que no hubiera aviones porque, así, los ciudadanos podrían ir a hacer turismo y a pasear por las pistas, cosas que no se pueden hacer en un aeropuerto normal: primero porque no te dejan y, luego, porque -si aunque no te dejen te saltas la prohibición y paseas por las pistas- hay probabilidades que acabes bajo las ruedas de un Boeing 777, por ejemplo. Lamentablemente, la Junta Electoral ha prohibido las visitas al aeropuerto porque constituyen - dice-una forma clara de propaganda, ahora que hay elecciones. Una vez hayan pasado, que haya tantas visitas como quieran.

Es tan admirable la forma como Carlos Fabra ha conseguido hacer realidad ese aeropuerto que la empresa que lo promueve -creada por la Generalitat y la Diputación (la misma Diputación de la que Fabra es presidente, no lo olvidemos)- ha encargado al artista Juan Ripollés una escultura para homenajearlo. Quieren ponerla en la rotonda de acceso al aeropuerto. Ripollés es el artista con más esculturas públicas en la provincia de Castelló y no es porque sí. Tiene gran capacidad creativa, tanta que, en cuanto recibió el encargo, se puso a trabajar en él y enseguida imaginó la escultura-homenaje: la cabeza de Fabra con un agujero del que sale un avión: fffiiiiu... El homenajeado quedó fascinado y declaró: "Me encanta saber que inspiro a los artistas. Es maravilloso. ¿Qué más puede pedir una persona como yo?".

La escultura mide 24 metros de altura y 18 de diámetro. Pagarán por ella 300.000 euros y es de cobre. He ahí el problema. Porque en cuanto -por la prensa, la radio y la tele- se supo que era de cobre, a los millares de calcófilos que últimamente habitan entre nosotros se les dispararon las antenas. De forma que, el domingo, unos cuantos cogieron un camión, se fueron hacia el taller que Ripollés tiene en Burriana, entraron y se llevaron cuatro piezas de la escultura: tres manos y un brazo de cinco metros de longitud. En total, dos toneladas y media de cobre. No es moco de pavo. Dice Ripollés que eso retrasará unos tres meses la instalación de la escultura en la rotonda del aeropuerto, pero no hay que sufrir por ello. Es muy probable que, cuando la instalen, aún falte bastante tiempo para que aterricen aviones en las pistas. O sea que, tras pasear por ellas, los que lo visiten podrán admirar la grandiosa escultura; si es que los amigos del cobre todavía no la han desmontado pieza a pieza y se la han llevado toda, una noche de juerga.

10-V-11, Quim Monzó, lavanguardia