´Pakistán como problema´, lavanguardia

Once días después de la muerte de Osama bin Laden, un doble atentado suicida causó ayer decenas de muertos en el noroeste de Pakistán, cerca de la frontera con Afganistán. La acción terrorista fue reivindicada por los talibanes pakistaníes, uno de cuyos portavoces dijo que "es la primera venganza por el martirio de Bin Laden".

El atentado de ayer subraya la inestabilidad del país, que desde Occidente es observado como un extraño aliado: colabora con Estados Unidos en la guerra contra los talibanes y Al Qaeda, pero, al mismo tiempo, está bajo fuertes sospechas de que sigue ayudando a los talibanes, que de hecho son una criatura suya.

La operación de las fuerzas especiales estadounidenses que acabó el 2 de mayo con la vida del líder de Al Qaeda ha complicado la situación del Gobierno de Pakistán. Resulta que Bin Laden residió durante más de cinco años en Abbottabad, una ciudad donde la presencia de militares es su principal razón de ser. Es más, la casa donde vivía Bin Laden estaba situada a tan sólo dos horas de la sede central del todopoderoso servicio de espionaje pakistaní, el ISI, cuya mano fue decisiva en el nacimiento del movimiento talibán. En estas circunstancias, el Gobierno de Islamabad tiene que hacer frente a acusaciones de incompetencia, en el mejor de los casos, pero también de connivencia con el instigador de los atentados del 11 de septiembre del 2001.

Pakistán tiene ahora tres problemas. Uno con Estados Unidos, cuyas relaciones se han enfriado a raíz de la muerte de Bin Laden. Washington siempre ha sospechado, ya desde la Administración Bush, que es la que desencadenó la guerra de Afganistán, que los dirigentes pakistaníes practican un doble juego. Es decir, que no eran un aliado fiable, aunque necesario. Y la Administración Obama ha sido ahora la que ha expresado más claramente estas sospechas. La suerte que tiene Pakistán, sin embargo, es que Estados Unidos lo sigue necesitando en el conflicto afgano, sobre todo si ahora, ya sin Bin Laden, la Administración Obama acelera la retirada. La salida estadounidense no será posible sin un Pakistán estable. Y aquí tenemos el segundo problema de Pakistán, que cada vez es más inestable.

Pakistán es un complejo rompecabezas feudal bajo la vigilancia de un ejército que desde la independencia, en 1947, ha dado cuatro golpes. Las fórmulas para mantener unido este rompecabezas han sido de dos tipos: el sistema democrático y la islamización. En la década de 1970, el entonces primer ministro, Zulfikar Ali Bhutto, optó por un extraño sincretismo: se inspiró en Occidente y, al mismo tiempo, acentuó la islamización. Exaltó el socialismo islámico y terminó declarando la charia como ley del país. Su sucesor, el general Zia Ul Haq, que lo derrocó en 1977, sólo profundizó en la islamización y apadrinó la expansión de las madrazas, las escuelas religiosas que son semilleros de radicales. El resultado de todo esto ha sido el Pakistán actual, sin democracia y amenazado tanto por las tensiones centrífugas nacionales de beluchís y pastunes como por el movimiento talibán pakistaní.

Y el tercer problema de Pakistán es India, a la que acusa de ser la culpable de la pérdida de Cachemira y Bangladesh y de alimentar los separatismos que ahora amenazan su integridad territorial. Por eso Pakistán tiene mucho que perder en una eventual ruptura con Estados Unidos, ya que esto beneficiaría especialmente a India, su obsesión. Pakistán es ahora el problema.

14-V-11, lavanguardia