´Naciondeo´, X. Bru de Sala

Naciondeo

Región, principado, nacionalidad o nación, Catalunya no deja de ser lo que es por cómo se defina. Pero, puestos a tomar un título, a nadie le amargaría que fuera el de mayor rango. Siendo hasta hace poco mayoría los ciudadanos de Catalunya que consideraban excesivo, inadecuado o innecesario eso de ser nación - en buena parte porque entendían que ello privaba a España de serlo o significaba una amenaza a la estabilidad-, no es de extrañar que, una vez comprobada la compatibilidad e inocuidad de la denominación, el consenso ciudadano se extienda entre los catalanes. Y más si, después de que el Parlament se adorna con el nombre, vienen de Madrid y te lo quieren descafeinar. Que usted sea marqués no impide que yo también lo sea, por más que en su marquesado no se haya puesto el sol. Pues España nación y Catalunya nación, y aquí paz y allá gloria. En cierto modo, el nacionalismo parece dispuesto a hacer una concesión conceptual, a modo de intercambio: si España acepta que Catalunya sea nación, el catalanismo dejará de negar que España lo sea.
Luego viene lo de nación de naciones. ¿O nos quedamos cortos? El llorado escritor Miquel Àngel Riera, de Manacor, solía decir que él era un catalán de Mallorca, y así veía al resto de los mallorquines, lo aceptaran o no, por ancho mar que haya de por medio. Muchos son los pancatalanistas para quienes esta nación va de Salses a Guardamar y de Fraga hasta Maó. Pero qué ocurriría si, por ejemplo, los valencianos, con todo el derecho del mundo, optaran por ser nación. Que los Països Catalans pasarían a ser nación de naciones. Pero como la nación de naciones sería España, habría que buscar una solución. ¿Qué tal nación de nación de naciones? Y cuidado que, a semejanza de Norteamérica, los vascos se enterquen en lo de Estado, porque entonces, al salir pronto imitadores, España se convertiría en Estado de estados y a la par nación de naciones o, si no hubieran grandes discusiones por el orden, si primero va nación que estado o al revés, estado-nación de naciones-estado, que al incluir naciones, estados y nacionalidades (entonces, ya nadie querría ser menos) pasaría a ser el país más empingorotado, ejemplar y ´retrosoberano´ del mundo.

La Academia, siempre real, podría ayudar a salir del atolladero, si se aviniera a introducir nuevas definiciones en los términos que son objeto de debate. Por ejemplo, considerando de modo oficial que nación es estado, en una de sus acepciones, estado es nación en otra y nacionalidad es nación. Añadiendo además que nación también es región, naturalmente sin estado pero con ínfulas (así contentaría al PP), que región puede ser conjunto de estados, que principado es estado (verbigracia Andorra y Mónaco) y hasta que reino y provincia son sinónimos para quienes así lo deseen, así en el presente y futuro como en el pasado. Y no lo tomen a broma, Catalunya es aún nacionalidad, pero en cuanto un catalán rellena un formulario en el que se la pide la nacionalidad, pone española sin el menor problema y sin pensarlo, por nacionalista que sea. Las palabras son dúctiles, maleables, y hasta ambiguas, además de pertenecer al dominio público. En cuanto nos empeñemos en pelearnos por ellas, ya las estamos restringiendo y maniatando..

¿Qué es el territorio nacional? Para la presidenta Aguirre, y no sólo para ella, son sus dominios y los de sus colegas, que incluyen a Catalunya en la medida que puedan mandar pero no en cuanto la gobiernen otros. Para Pujol, allí donde se oía Catalunya Ràdio. La mayoría hablamos del TNC o el MNAC, que llevan el nacional en el nombre, sin que nos cueste lo más mínimo entender y aceptar que la expresión "a nivel nacional" se reserva para el conjunto de España. Quien quiera ver contradicción, que la vea. Quien lo juzgue insufrible, pues va contra la realidad que lo compatibiliza. Quien quiera restringir, acotar y cuadricular usos, ese coarta la primera y más sutil libertad humana, que es la del uso del lenguaje. Feliz defensa del Estatut.

lavanguardia, 1-XI-05