´Limbo euromediterráneo´, X. Bru de Sala

Limbo euromediterráneo

Al quejarnos del menosprecio de los franceses hacia sus conciudadanos de origen magrebí, deberíamos cambiar de escala y denunciar al mismo tiempo la insensibilidad europea por la ribera sur del Mediterráneo. Y viceversa, el rechazo de tantos ciudadanos franceses de origen magrebí a los símbolos de la República corre parejo a las notables ausencias de líderes árabes en la reciente cumbre de Barcelona. La incomprensión, la distancia, la falta de consideración al otro son similares, con la diferencia de que los más desarrollados, o sea los europeos, tienen más obligación de buscar y encontrar vías que faciliten la fluidez de la comunicación y la igualdad en el trato. La cultura, en especial la música, sí ha sabido encontrar espacios de franca colaboración, pero la política no ha sabido o no ha querido aprovecharlos. Profundos recelos subsisten por ambos lados, de modo que resulta extraordinariamente complicado pasar de los buenos propósitos a las concreciones, en el caso de que tales propósitos existan y además sean sinceros.

No es descabellada la caricatura del intercambio propuesto en Barcelona: tú me controlas la inmigración y los focos de terrorismo, y yo te ofrezco dinero para que sigas haciendo el sátrapa dictador. Si las prioridades inmediatas van por aquí, difícil será que emerjan planteamientos a medio y largo plazo. Se ha constatado en Barcelona que la Unión no tiene una estrategia para la ribera sur y, en consecuencia, tampoco una propuesta. De ese modo, las condiciones políticas para el desarrollo económico tardarán bastante más en abrirse paso y si lo hacen será dentro de grandes incertidumbres y a partir de la evolución interna de esos países. Para ilustrarlo con claridad, Europa no es zanahoria ni presenta horizonte alguno que estimule la evolución democrática y el desarrollo del Mediterráneo sur (la vaguedad declarativa de la zona de libre comercio no es creíble).

Lo más raro de la dejación europea es que, en política exterior, no tiene hoy otra prioridad que pueda distraer la atención o aconsejar un aplazamiento. La ampliación hacia el Este está ya casi culminada, los nuevos socios transitan por las vías preestablecidas sin sobresaltos, las bases para las futuras ampliaciones están ya asentadas. Por ese lado, el edificio no está completo -falta tomar la trascendental decisión sobre Turquía, pero mientras se alarguen plazos las cosas irán bien-, pero sí muy adelantado. Donde se precisan arquitectos para dibujar nuevos planos es en el Mediterráneo. Repárese que al Este de las ampliaciones previstas, poco puede hacerse desde Europa para prevenir desastres y enfrentamientos, porque no hay capacidad para condicionar a Rusia, que sigue contando con una fuerza y una capacidad operativa extraordinarias y las usa a menudo como foco de inestabilidad. Recuérdese que en el Próximo Oriente, la Unión seguirá ejerciendo un notable papel secundario. Al norte está el Polo, y al oeste, el océano y América. Es en el sur, únicamente en el sur, donde puede iniciarse una política exterior ambiciosa con un propósito de cambio profundo, de una incidencia planetaria que a nadie se le escaparía. Los países árabes de la ribera sur, en la actualidad en un cierto e indefinido limbo, son mejores candidatos que los del Golfo a incorporarse a las condiciones occidentales de desarrollo, pluralismo, democracia, estabilidad y seguridad jurídica. Y si no pocos neoconservadores predican la imposición de la democracia, es la Europa liberal, democristiana y progresista la que cuenta con los instrumentos principales para lograrlo, desde Egipto a Marruecos. Los que tenemos la occidentalización y la perspectiva turca de incorporarse a Europa por la causa principal de su éxito comparativo en todos los frentes -también en el del PIB per cápita- estamos obligados a considerar la ausencia de dicha perspectiva como el primer factor del estancamiento y las frustraciones del sur.Por lo pronto, debería empezarse por el final, eso es, diseñar el puerto de llegada. Si en el caso de Turquía siempre se ha entendido que la estación de término era la plena integración, con las mismas condiciones y estatus que los demás socios, en el Magreb hay que evitar malentendidos y dejar claro, de entrada, cuál sería el grado de asociación y de qué modos participarían en los procesos decisorios europeos. Por ejemplo, la eurización, de la que no se habla aún pero será tan deseable y probablemente inevitable como la dolarización en otras zonas del planeta. Por lo pronto, y a fin de despejar confusiones, deberían quedar meridianamente claras las etapas de acercamiento, el disfrute de beneficios, el estatus de asociación final y las condiciones que deben cumplir estos países en democracia, derechos humanos y convergencia económica. Tengan por seguro que las poblaciones de la ribera sur, lejos de rechazar una oferta de futuro proveniente de Europa, rechazarían a los gobernantes que la impidieran o la retrasaran.

lavanguardia, 5-XII-05