´El factor humano´, Josep Maria Ruiz Simon

No es inhabitual que las "verdades oficiales" revistan "mentiras útiles". Siguen vivas en la memoria colectiva los esfuerzos del presidente Bush por vincular Iraq con la guerra contra el terrorismo y su recurso a la ficticia existencia de armas de destrucción masiva. O los de ÁngelAcebes para vincular ETA con los atentados del 11-M apuntalando su tesis con una acusación preventiva de miserables contra quienes la negaran. La verdad oficial sobre Iraq tenía un cierto poder persuasivo ante un sector de la opinión pública, podía tener cierta utilidad a medio plazo y estaba destinada a aguantar el tiempo suficiente para cumplir con su función. A la verdad oficial sobre el 11-M, le habría bastado con sobrevivir tres días para contribuir a la victoria del PP.

Uno se puede preguntar cuál ha sido la utilidad de las verdades oficiales de Felip Puig y de su director general sobre la presunta, inoperante y demencial "operación limpieza". ¿Era necesario tratar a los ciudadanos como estúpidos explicando, en lo que a los móviles se refiere, una verdad oficial que ya era claro, desde que se formuló, que nadie creería? ¿Qué sentido tenía ofrecer una versión de las actuaciones policiales que, ya de inicio, las imágenes televisivas desmentían? ¿Valoró el conseller las consecuencias, en el prestigio de los Mossos y en la imagen de Barcelona y de Catalunya, de su confusión de la política de comunicación con el humorismo?

Recordaba Alexandre Koyré que los humanos siempre han mentido. Y que, entre otros motivos, lo han hecho por el placer de ejercer la maravillosa facultad de decir aquello que no es y crear, por medio de la palabra, un mundo del que aquel que miente es el autor. Sheldon S. Wollin también habla de esta capacidad de convertir la irrealidad en real a través de la mentira. Se centra en aquellas mentiras que formula una autoridad pública con la intención de que los ciudadanos la acepten como una "verdad oficial" respecto al "mundo real". Y las interpreta, al menos en parte, como el resultado de un impulso a satisfacer por medio del autoestímulo la libido dominandi: aquel que miente siente que su poder crece cuando una descripción del mundo producida por su voluntad o en cuyo diseño ha participado es aceptada como real. Apunta Wollin, indirectamente, hacia otro fenómeno psíquico asociado a la mentira política: el sentimiento de vanidad que suele ir de la mano de la convicción de pertenecer a la élite, a la minoría selecta de aquellos que han querido aprender que, como ya había enseñado Platón a los "mejores" de su tiempo, la mentira política es una forma superior de razonamiento. Siempre he tendido a pensar que las explicaciones psicológicas de los comportamientos políticos tienen un interés más bien escaso. Pero, después de seguir la ronda de actuaciones ante los medios que el conseller Puig inició el pasado viernes, estoy dispuesto a cambiar de opinión.

31-V-11, Josep Maria Ruiz Simon, lavanguardia